Berlín.— El 25 de septiembre se dieron a conocer, en el marco de una rueda de prensa, los resultados de un estudio elaborado por cuatro institutos de investigación de las Universidades de Mannheim, Heidelberg y Giessen (de ahí el nombre oficial del informe: MHG), en relación con abusos sexuales cometidos por clérigos de la Iglesia católica entre 1946 y 2014. El estudio se había filtrado anteriormente a algunos medios, como los semanarios Der Spiegel y Die Zeit.
El objetivo del análisis era revelar casos de abusos sexuales hasta ahora desconocidos o que incluso se habían ocultado, cometidos por clérigos (sacerdotes diocesanos, religiosos y también diáconos permanentes) en los 68 años que median entre 1946 y 2014. Según los resultados, 3.677 personas fueron víctimas de los abusos, perpetrados por 1.670 clérigos. Partiendo de la base de que se han estudiado 38.156 expedientes, el porcentaje de clérigos acusados de abusos sería el 4,4%.
En la presentación, el profesor Harald Dressing, portavoz del grupo de investigadores que han elaborado el estudio, se refirió sin embargo a que no es correcto denominar a esos 1.670 clérigos como “autores” de esos delitos, sino más bien como “acusados”: en la mayor parte de los casos, no es posible determinar si los hechos realmente se produjeron, y en qué forma. De hecho, solamente se ha demandado a 630 presuntos autores a la justicia civil, y a 412 se han impuesto sanciones eclesiásticas. Según el semanario Die Zeit, el 46,6% de los casos investigados por la Fiscalía habían prescrito.
“Hemos fomentado un clericalismo que, a su vez, ha facilitado la violencia y el abuso” (Card. Marx)
Es notable la amplia acepción de los delitos sexuales investigados: desde “abusos sin contacto corporal (p.ej. mostrar imágenes pornográficas)” y “tocamientos del cuerpo”, “tocamientos de los genitales”, hasta auténticas violaciones, que suponen el 36% de los casos (según refieren las víctimas) o bien el 16% (según refieren los inculpados).
Faltan cifras
Según el profesor Dressing, a los siete apartados del estudio (de más de 350 páginas en total) se han aplicado diferentes metodologías. También se han empleado distintas fuentes: por un lado, los expedientes de las distintas diócesis; por otro, los expedientes puestos a disposición por la Fiscalía para los casos denunciados; y, en tercer lugar, entrevistas con afectados, directas o a través de un cuestionario online.
A pesar de lo exhaustivo del estudio, en muchos casos salta a la vista la falta de cifras concretas; por ejemplo, en la página 256 se recoge una distribución temporal por quinquenios, de la que se desprende que el mayor número de abusos se produjo en los de 1956-1960 y 1966-1970. A partir de entonces, las cifras van disminuyendo continuamente, con excepción del periodo 2001-2005.
Sin citar números concretos en los que basarse, el profesor Dressing afirmó: “Las cifras absolutas descienden, pero como también es menor el número total de sacerdotes, el porcentaje se mantiene constante”. Reconstruir el número exacto de sacerdotes que tenían las diócesis alemanas en 1960 quizá pueda resultar complicado hoy en día; pero averiguar las cifras para los periodos 2006-2010 y 2011-2014 es relativamente sencillo, para calcular si el porcentaje efectivamente se mantiene estable o ha descendido. Y esto debería ser un dato central del estudio: hasta qué punto las directrices aprobadas por la Conferencia Episcopal en 2002 y 2010 han producido resultados.
A esta falta de rigor se refiere, en un extenso artículo publicado en Die Tagespost el mismo 25 de septiembre, Manfred Lütz, teólogo y psiquiatra, director de un Hospital en Colonia, con amplia experiencia en el campo, por haber tratado a muchas personas afectadas por abusos sexuales, y también a quienes los han cometido. Según Lütz, lo problemático del informe se muestra ya en el hecho de que “las diócesis no estaban en condiciones de indicar el número de clérigos que había en su ámbito. Esto hace que el estudio sea precario, porque se desconoce el número total de la muestra a la que se refiere”.
Ahora bien, añade Lütz: “Es típico de la falta de neutralidad científica de los autores decir que esta laguna solo puede llevar a ‘subestimar la frecuencia de los abusos sexuales por parte de clérigos católicos’. Si no se parte desde un principio de que hubo malas intenciones, bien podría ser que se hubiesen conservado los expedientes ‘inquietantes’, mientras que se destruyeron los ‘normales’, para no cargar el archivo. Naturalmente que también pudo suceder al contrario, que se destruyeran los expedientes ‘inquietantes’ a toda prisa y se conservaran los otros. Pero, con seriedad científica solo puede decirse que ‘no se sabe’. A continuación, de una suposición se hace una afirmación no probada: ‘Hay que partir de la base de que una parte no conocida, pero probablemente no insignificante, de casos de abusos sexuales de menores por clérigos católicos no se reflejaran en los expedientes personales de los inculpados, o que se borraran de ellos’. Si realmente los autores creen en esa afirmación, para la que no se aportan pruebas, en realidad tendrían que haber renunciado a colaborar en este proyecto”.
Homosexualidad y celibato
Lütz destaca las cifras que se citan en las páginas 184-185: “De los 249 procedimientos (209 inculpados, en total) realmente seguidos por la justicia, 77 terminaron con una condena, 52 con una absolución o sobreseimiento por falta de indicios de delito; además, 116 casos fueron sobreseídos porque los hechos habían prescrito. Estas cifras arrojan, con un material aproximadamente representativo: 31% de culpa probada; 21% de inocencia probada; el resto [48%] no está claro, sobre todo por haber prescrito”.
En relación con la homosexualidad (entre un 70 y un 80% de las víctimas de abusos son niños y muchachos) y el celibato, el informe señala lo que llama “posturas ambivalentes de la moral sexual católica” sobre una y otro. Lütz anota: “No es que no se pudiera debatir seriamente todo esto; pero en un estudio que tiene como fin proporcionar nuevos conocimientos, esas reflexiones de carácter general, que no se prueban con datos, no tienen cabida. Se introduce allí el concepto, diagnósticamente desconocido, de la ‘tendencia homosexual inmadura’. Y después de todo esto se añade la cláusula de salvedad: ‘En estas reflexiones hay que subrayar que, naturalmente, ni la homosexualidad ni el celibato eo ipso representan factores de riesgo para el abuso sexual de niños y adolescentes’. Efectivamente: eo ipso”.
Origen accidentado del informe
Manfred Lütz recuerda también el accidentado origen de este informe: “En 2011, la Conferencia Episcopal Alemana decidió encargar un estudio científico de los abusos. Los psiquiatras forenses Leygraf, Kröber y Pfäfflin, de gran prestigio en Alemania, recibieron el encargo de analizar los informes periciales sobre autores de abusos, de los años 2000 a 2010, con el objetivo de dilucidar si de ellos podrían extraerse consecuencias para la Iglesia. Este estudio, que pudo analizar todos los informes periciales de prácticamente todas las diócesis alemanas (es decir, que tenía una gran representatividad), se publicó en 2012 y proporcionó interesantes advertencias. Sin embargo, era estrictamente científico, renunciaba a especulaciones y reproducía los datos y su discusión científica; por todo ello, no despertó apenas interés público.
De los casos que llegaron a los tribunales civiles, el 31% acabaron en condena y el 21%, en absolución; los demás se sobreseyeron porque habían prescrito
“Por el contrario, el profesor Christian Pfeiffer, del Instituto de Investigación Criminológica de Baja Sajonia en Hannover, se ofreció a la Conferencia Episcopal a hacer un nuevo informe, por su extraordinaria presencia en los medios: dijo que quería investigar todos los expedientes de todas las diócesis y que ya sabía su resultado, que el celibato era un factor determinante en los abusos. A pesar de que importantes científicos quisieron disuadir a la Conferencia Episcopal, porque en círculos especializados Pfeiffer estaba considerado poco serio, los obispos aceptaron la oferta del profesor de Hannover precisamente porque esperaban un buen eco en los medios. Dos años más tarde comprendieron con quién estaban tratando y pusieron fin a la colaboración. Pfeiffer demostró que efectivamente tenía una alta presencia en los medios: consiguió realmente que algo tan poco espectacular como la finalización de una colaboración se convirtiera en un acontecimiento medial de primer orden”.
Clericalismo
A pesar de las deficiencias metodológicas que presenta el estudio ahora publicado, la Iglesia es consciente de la gravedad de los hechos. En la rueda de prensa, el presidente de la Conferencia Episcopal, el Card. Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Frisinga, lo dejaba bien claro: “El abuso sexual es un crimen. Me avergüenzo de la confianza que se ha destruido, de los crímenes perpetrados por personas de la Iglesia. Durante mucho tiempo hemos mirado hacia otro lado, para defender la institución y para protegernos los obispos y los sacerdotes. Con las directrices aprobadas en 2002, y ampliadas en 2010, pensábamos que podríamos superarlo. Ahora nos damos cuenta de que hay mucho que hacer. Comprendo que haya personas que hayan perdido la confianza en la Iglesia, pero queremos recuperar la credibilidad; aunque lo importante no es la institución; en el centro de mira deben estar las víctimas”.
Por su parte, el Card. Rainer Woelki, arzobispo de Colonia, prometió un estudio exhaustivo para garantizar el esclarecimiento de los casos en su diócesis: “Se identificarán los fallos y la culpa que se deban a responsables de la diócesis. El objetivo de la labor preventiva es evitar esos crímenes en el futuro”. También él subrayó que está en juego la credibilidad de la Iglesia católica: “Como Iglesia, tenemos una misión, que no nos la ha dado cualquiera, sino que procede directamente de Jesucristo, y para cumplirla ha de ser creíble. La honestidad y la sinceridad son condiciones indispensables para recuperar la confianza”.
En una primera reacción, Heiner Koch, obispo de Berlín, decía: “Aunque desde que se dictaron las directrices de 2002 hemos enviado todas las informaciones a las autoridades en cuanto aparecían indicios de delito, deseamos conseguir una mayor claridad desde el punto de vista jurídico. Por esto, encargaremos un análisis externo de nuestros expedientes de personal. Seguiremos descubriendo negligencias, ignorancias y fallos, y pidiendo cuentas a los responsables. En la diócesis de Berlín, el 96% de los sacerdotes han seguido una formación de prevención de dos días de duración; todos han tenido que presentar un documento de antecedentes penales; quien no lo presenta, no puede trabajar como sacerdote. Además, en todas nuestras instituciones hay programas de protección de menores”.
El mayor número de abusos se produjeron en los años 1956-1960 y 1966-1970
Al término de la rueda de prensa, el Card. Marx extraía unas primeras consecuencias del informe presentado: “Hemos fomentado un clericalismo que, a su vez, ha facilitado la violencia y el abuso. Hay que pensar en cómo controlar ese poder clerical. Por otro lado, ni el celibato ni la homosexualidad son, en sí, la causa de estos abusos, pero sí parte del problema. Por ello hemos de mejorar la selección y la formación de los sacerdotes; hemos de prepararles mejor para que vivan el celibato. La formación en los seminarios es fundamental”.
En Die Tagespost del 20 de septiembre, el Card. Paul Josef Cordes –antiguo presidente del Consejo Pontificio Cor Unum– iba al fondo de la cuestión: “Hay que anunciar todo el Evangelio; ¡no se puede seguir filtrando la Palabra de Dios! Este es el caso, por ejemplo, del catálogo de vicios que pronuncia Jesús por su propia boca (Mc 7, 21ss). ¿Cuándo se ha hablado de ellos por última vez en público? ¿O de que San Pablo nombra los pecados que excluyen del Reino de Dios: ‘fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones’, etc. (1 Cor 6, 9s)? ¿Tienen miedo los predicadores y gente de los medios de pronunciar esos versículos? La corrección pastoral lo prohíbe. (…) Ciertamente, no toda palabra revelada es adecuada para cada situación; pero precisamente esta es de una actualidad asombrosa. Y nos impide banalizar todo el pecado humano con una referencia inflacionaria a la misericordia de Dios”.