Cuando se discute sobre la elección de escuela, es frecuente que se empleen argumentos basados en los resultados. A favor se dice, por ejemplo, que si las escuelas públicas no tienen una clientela cautiva, se crea una competencia que estimula la calidad. En contra, se suele replicar que, si se deja escoger, se produce de hecho una segregación de colegios según clases sociales. Pero ni esas razones ni otras semejantes tienen en cuenta lo fundamental.
Eso es lo que sostiene Bobby Jindal, exgobernador de Luisiana, en un interesante artículo para The Wall Street Journal.
En Estados Unidos, recuerda Jindal, se ha extendido la posibilidad de elegir colegio por medio de charter schools, programas de cheque escolar, cuentas de ahorro para educación o deducciones fiscales. El público en general y cada vez más políticos están a favor de ello, aunque por distintos motivos.
Motivos de eficiencia
Hay padres que prefieren una escuela distinta de la pública que les toca porque encuentran más disciplina, más atención personal a los alumnos, mejores profesores y notas medias más altas…
Los expertos en política educativa están preocupados por las deficiencias de los colegios públicos de zonas desfavorecidas, y ven en la elección de escuela una manera de evitar que las familias de condición modesta queden atrapadas en ellos y se perpetúen la pobreza y la falta de oportunidades. Otros lo ven desde el punto de vista de la igualdad: las familias acomodadas ya gozan de libertad para elegir escuela, bien porque tienen dinero para pagar una privada de su gusto, bien porque pueden permitirse una casa en un barrio caro donde las escuelas públicas son mejores; pues bien, hay que dar la misma opción a los hogares pobres, de inmigrantes, de minorías…
Además, la libertad de elección, creen algunos, introduce la competencia en el ámbito educativo, y así estimula a los centros públicos a mejorar para retener a los alumnos, pues ya no pueden contar con una clientela cautiva. A la inversa, los colegios privados, como sus fondos dependen de su atractivo para las familias, manejan mejor el dinero público que se les asigna, según una opinión común entre liberales. Y para el Estado, en general es más barato subvencionar plazas en escuelas privadas que crearlas en su propia red.
Se argumenta también que el modelo único en educación es un atraso, y la sociedad moderna exige diversidad de escuelas: entre otras cosas, porque la diversidad es fruto de la libre iniciativa, fuente a su vez de la innovación. Si se deja a las escuelas autonomía para adoptar distintos estilos y experimentar ideas, mejorará la calidad de la enseñanza, cosa que difícilmente se consigue con imposiciones desde arriba.
La libertad vale por sí misma
Todo eso puede ser verdad, anota Jindal, pero no es lo fundamental. Si se defiende la elección de escuela por razones de eficacia, estará justificado limitarla cuando no dé los frutos esperados. Las escuelas privadas no son siempre mejores que las públicas. De hecho, en Estados Unidos se discute si realmente, tenidos en cuenta todos los factores, las charter schools o los colegios incluidos en programas de cheque escolar logran elevar el nivel académico de los alumnos provenientes de centros públicos.
La razón definitiva en favor de la elección de escuela es la libertad: “Permitir a los padres escoger la escuela de sus hijos es valioso en sí mismo, con independencia de los resultados”, afirma Jindal. Es una libertad nativa que los padres tienen, por el bien de sus hijos y en cuanto responsables de procurarlo. Por eso se puede decir, con Jindal, que, “como los padres conocen a sus hijos mejor que cualquier burocracia pública, están en mejores condiciones para decidir” el tipo de educación que conviene a los chicos.
Sentado ese principio, cobra pleno sentido el argumento de la igualdad. “¿Por qué –pregunta Jindal– el gobierno no se siente obligado a interferir en las escuelas donde los padres pagan directamente la enseñanza? ¿Por qué admite que algunos padres son capaces de escoger lo mejor para sus hijos, y actúa como si otros padres no lo fueran?”
Porque, se podría responder, para algunos, el Estado es dueño de la educación. Es la postura que en España –y otros países– mantienen ciertos partidos y sindicatos. Una muestra reciente se encuentra en el texto Preguntas sobre Escuela Pública al PSOE, publicado el pasado 22 de mayo (como muestra el código fuente de la página), diez días antes de que los socialistas llegaran al gobierno mediante una moción de censura.
La subsidiariedad vuelta del revés
Ahí, el PSOE empieza diciendo que “el derecho a la educación es un derecho social subjetivo”, de donde deduce que “corresponde a los poderes públicos disponer de una red de titularidad y gestión pública para hacerlo efectivo”. Y después afirma expresamente “la subsidiariedad de la enseñanza privada en relación con la pública”. Habrá, entonces, enseñanza privada mientras la pública no pueda con todo; la aspiración socialista es que la escuela “subsidiaria” termine por no hacer falta alguna: “Nuestra propuesta es garantizar, progresivamente, la escolarización pública de todo el alumnado desde los 0 a los 18 años”.
Eso es una inversión de los términos, pero no necesariamente porque la educación pública sea la subsidiaria. Tanto la escuela pública como el derecho de los ciudadanos a crear y dirigir centros de enseñanza son subsidiarios, están al servicio de la libertad original de los padres a proveer a la educación de sus hijos según sus convicciones y preferencias.
Pero esto parece no contar para el PSOE. En cambio, el partido denuncia “el desprecio hacia la escuela pública y la fe ciega en las virtudes de la escuela privada”, cosa que “se agravará más con el principio de demanda previsto en la LOMCE”, la ley de educación vigente. La “demanda” consiste en que hay familias que quieren una educación distinta de la que ofrece la escuela pública que les ha caído en suerte. Quizá los socialistas no logren convencerlas para así suprimir esta demanda; pero harán lo posible por acabar con la oferta.
En el largo y detallado texto del PSOE no figura una sola vez la palabra libertad. No es que haya sinónimos: es la idea lo que no aparece. Hay sonoras loas a la imprescindible participación activa de los padres en la escuela pública, que solo así puede ser de calidad y democrática. Pero en la enseñanza, como en la política, elegir es la forma de participar más básica. El régimen de escuela única no es más democrático que el de partido único, y una política educativa que no da espacio a la libertad se degrada a paternalismo.