El renombrado cuadro goyesco de “Saturno devorando a un hijo” se me antoja la metáfora más acertada para ciertos padres sobreprotectores de nuestra época, aunque con una diferencia: en lugar del título anterior, bien pudiera ser “Padre devorando a todos los que osen frustrar a su consentido hijo”. Porque progenitores así, los hay.
La periodista Eva Millet, autora del volumen Hiperpaternidad (Plataforma Editorial), cuenta en su blog Educa2 varios ejemplos en que los padres van a por todas cuando algo tiene visos de incordiar al menor: si no les gusta la persona del profesor, o que este ponga deberes, o que en el menú escolar haya hortalizas, o que el niño tenga que practicar natación, pues nada: queja al director o justificante en mano para librar del mal trago al pequeño –que es, desde luego, el eje en torno al cual giran todas las galaxias–.
“Le puedes dar mucho a tu hijo, pero no le des todo: dale noes de vez en cuando, ponle límites”
Son los hiperpadres, y esta es su época de esplendor. Para contarnos más sobre el fenómeno, Millet accedió a conversar con Aceprensa.
— ¿Qué es exactamente la hiperpaternidad?
— Básicamente es un tipo de crianza que se ha instalado en Occidente entre las clases medias y altas. Procede de EE.UU. y se basa en una atención excesiva a los hijos. Los hiperpadres tienen como motto resolver sistemáticamente los problemas del chico –incluso en cosas que el niño debería solucionar por sí mismo– e intervenir a la mínima ocasión en que este tenga una dificultad en el colegio. Están ahí siempre, dispuestos; son muy sobreprotectores con el hijo, lo justifican en todo momento y lo llevan desde muy pequeñito a muchas cosas. Les encanta la precocidad y la hiperactividad. El resultado: niños “híper”: hiperestimulados, hiperprotegidos, hiperasistidos, hiperatendidos…
También diría que este es un fenómeno mucho más urbano. Es en la ciudad donde se tiene una oferta más amplia: de escuelas, de deportes… La oferta es brutal y puedes invertir mucho en tu hijo, que, por otra parte, es visto como un producto, como un símbolo de estatus, como un reflejo de ti mismo. Eso es caro.
“¡Tu hijo puede ser un Mozart!”
— Décadas atrás los niños no éramos tan “especiales”. ¿En qué momento se produjo el viraje?
— En EE.UU. se empezó a hablar de esto a principios de siglo, cuando los responsables de las universidades vieron cómo llegaban nuevos alumnos, adultos que, a diferencia de los de antes, llegaban acompañados de papá y mamá.
Ahí se comienza a hablar de hiperpadres y se escriben libros y artículos de prensa sobre el tema. A España vino un poco más tarde –yo lo empiezo a detectar hace unos diez años aquí–, pero ha llegado como lo han hecho la Coca Cola y el Halloween.
¿Causas? La primera es la demográfica. Tenemos 1,3 hijos de media. Está claro que las opciones de tener un hijo que sea lo que nosotros queramos son más pequeñas. También los tenemos más tarde, y como muchas veces ya tenemos experiencia laboral, importamos técnicas de la oficina a la crianza –fíjate que hoy se habla de “gestionar hijos”–.
También hay mucha presión social, y mucha incertidumbre. Estamos muy nerviosos por el futuro. El niño tiene que estar hiperpreparado. Existe una oferta del mercado para que hagas de tu hijo lo que quieras: un Mozart, un Einstein, un deportista de élite. Y claro, como la maternidad y la paternidad tienen un componente de inseguridad muy fuerte y a veces no sabes muy bien por dónde hay que ir, entonces piensas que lo que hace el otro le va a funcionar mejor [a tu hijo], y acabas metido en esta espiral.
“La hiperpaternidad implica una justificación cien por cien del hijo: el niño nunca se equivoca ni hace nada mal; es perfecto”
— Según me dices, la hiperpaternidad parece ser un fenómeno de clase media alta. Los que tienen menos recursos, ¿no pugnan también por tener “hiperhijos”, por aquello de que sean “lo que yo no pude ser”?
— Si para criar con normalidad a un hijo ya necesitas dinero, tiempo y esfuerzo, criar estos hiperhijos requiere una inversión mucho más fuerte. Pero también hay de estos casos; de “darle todo lo que yo no pude tener”, aunque nunca en grado tan exagerado. Mira, me acabo de leer un libro de una autora neoyorquina que explica cómo son las hipermadres en Manhattan, en la zona más rica de Manhattan, y cuenta sobre fiestas de 6.000 dólares, niños que van a escuelas que cuestan ni se sabe cuánto, pero que si no van a ellas no llegarán a tal universidad. Entonces sí que es verdad que el fenómeno existe en clases más humildes, pero en el abanico de características, lo más típico es que procedan de clases medias y altas, porque pueden invertir más.
Cómo saber si me estoy pasando
— ¿A qué extremos puede llegar el hiperpadre?
— Puede llegar hasta golpear a un profesor, insultar al árbitro del equipo contrario, organizar una huelga de deberes nacional, e incluso hacerle los deberes al chico. Está pasando: no es que se hagan los deberes con el hijo, sino que se hacen por él. Es hacer cualquier cosa que se pase de la normalidad de lo que es ser padre, y está ocurriendo.
— El adjetivo de “hiperpadre”, ¿les causa a estos progenitores algún tipo de molestia o, por el contrario, de orgullo? ¿Son conscientes de que lo son?
— En realidad, creo que hoy todos en general somos más “hiperpadres” que en su día los nuestros para con nosotros. Pero hay unos grados, unos signos que denotan que eres más o menos hiperpadre. Cuando escribí el libro, mi editora me dio la idea de hacer un test para padres, para ver cuáles eran los niveles; entonces elaboré un cuestionario de 30 preguntas, y hay cinco que son las más claras. Si contestas que sí a esas, ¡cómprate mi libro! (ríe).
En algunos casos, el hijo es visto como un símbolo de estatus, y eso es caro
Por ejemplo, les pregunté si antes de que naciera el niño ya tenían diseñado para él un plan de vida: qué va a ser, dónde va a estudiar, con quién se va a casar… Si al hablar solían hacerlo en plural: tenemos examen, hemos aprobado, hemos suspendido –esto ocurre con mucha frecuencia–; si la agenda familiar la marcaban las actividades de los hijos; si les ayudaban a hacer los deberes o se los hacían por sistema, y si discrepaban a menudo con sus maestros y entrenadores. Porque la hiperpaternidad implica una justificación cien por cien del hijo: el niño nunca se equivoca, nunca hace nada mal, es perfecto. Es el resto del mundo el que no lo sabe entender. Para mí, si respondes afirmativamente a todo esto, eres un hiperpadre.
— ¿Pero lo llevan con orgullo o se ofenden con el calificativo?
— No se ofenden, sino que les hace gracia. A mí lo que me han comentado es que es bueno que alguien diga lo que está sucediendo. Pero no les molesta. Creo que está bien saber un poco por dónde vamos y por qué están pasando estas cosas, por qué estoy haciendo cosas que nunca hicieron por mí cuando fui niño, como hacer los deberes por mis hijos.
¿Y qué hay del juego y el tiempo libre?
— No sé si te has topado con algún caso de hiperpadres que ya tengan uno o dos hijos y los lleven en este tren de actividades y sobreprotección, y a quienes además les nazca un hijo con discapacidad. Supongo que puede producirles una gran frustración, ¿es así?
— No conozco ningún caso. Pero es verdad que un niño con discapacidad o con necesidades más especiales necesita más atención, más cuidados, obviamente. Lo que sí me resulta curioso es que muchas veces a estos niños se les pide mucho más que a los otros. Veo una discrepancia: por un lado, niños que lo están pasando fatal y a quienes se les pide mucho, y por otro lado a estos hiperniños que son los reyes de la casa como nunca antes.
Creo que, tengas el hijo que tengas, lo que debes enseñarles a tus hijos es a adquirir autonomía, que es la base para ir por la vida, y es lo que a veces se olvida respecto a los niños hiperatendidos. Con la mejor de las intenciones, los padres se están cargando la adquisición de la autonomía de los hijos. Como se están cargando el patrimonio de la infancia: el tiempo de jugar. Los niños juegan menos, y es un pecado, porque el juego es importantísimo para el desarrollo, bastante más que las clases de refuerzo o de inglés desde los dos años. Jugar es básico.
— ¿De qué manera estaría afectando a los niños la sobreprotección?
— La primera de todas es que estos niños poseen una noción inflada de ellos mismos. Entonces viven una contradicción importante: les han dicho que son “la pera”, los mejores, se les ha dado todo, se les ha consentido, y por otro lado, tienen incorporado el “yo no puedo”, porque sus padres siempre lo han hecho todo por ellos. Esto les provoca mucha inseguridad: son niños con un poco de prepotencia, y a la vez, inseguros. Una combinación explosiva.
De igual modo, también tienen muchos miedos, porque se los han maquillado. Y además, son niños hiperestimulados, con muy poca curiosidad, porque están un poco agobiados ya de tantas cosas. Han perdido la capacidad de asombrarse, y eso es grave, porque es importantísimo sentir curiosidad, quedarse parado con la boca abierta. Esos niños no: ya lo han visto todo.
“Los hiperpadres tienen como lema resolver sistemáticamente los problemas del hijo”
— Las consecuencias, sin embargo, además de para ellos, las habría para los propios padres y para la sociedad…
— Las familiares están clarísimas: hay estrés. La hiperpaternidad ataca el bienestar familiar porque ocasiona un estrés brutal de padres y de hijos, y sobre todo de madres, que son quienes llevan todavía el peso de la crianza. Un estudio en el Reino Unido demuestra que las madres que practican la crianza intensiva son más infelices que las otras, porque nunca se sienten lo suficientemente buenas.
Respecto a la sociedad, ahí no llego, pero lo que está claro es que se está lanzando al mundo una generación de niños blanditos, muy sobreprotegidos, y con muy baja tolerancia a la frustración, porque nunca se les ha dejado frustrarse. Para un hiperpadre, lo peor es que su hijo se frustre. Y eso afecta, porque tienes una sociedad más débil, con miedos, y a la larga esto puede tener un impacto.
“Tú atropella, que yo perdono”
— Imagino que conoces la historia de Ethan Couch, el chico norteamericano que atropelló mortalmente a varias personas, y que quedó inicialmente en libertad condicional, bajo el argumento de que padecía de “afluenza”, a saber, que la crianza consentida que recibió no le permitía actuar de otro modo. ¿Qué te parece un caso como este?
— Que es un ejemplo clarísimo de hiperpaternidad. Un niño mimadísimo, sin límites, que ha hecho lo que le ha dado la gana y al que se le ha dado todo. ¡Y se le sigue protegiendo…! El juez habló de la falta de límites, y eso te dice que los límites son muy importantes. Le puedes dar mucho a tu hijo, pero no le des todo: dale noes de vez en cuando, ponle límites. La educación tiene como pilares el amor y los límites, y hoy día estos están un poco pasados de moda; se confunden con autoritarismo, y no tienen nada que ver. Todos los necesitamos.
— Por último, ¿se puede decir que el hijo de hiperpadres es, en cierto sentido, una víctima?
— No me gusta hablar de víctimas ni de peligros, pero lo que sí se ve es que al niño se le está incapacitando de cierta manera. Si asistes a tu hijo en todo, si lo justificas siempre, si no le pones un límite y le das todo, lo estás volviendo una persona no autónoma, sin tolerancia a las frustraciones, de las que está lleno el mundo, por lo que no le estás dando las herramientas para ir por la vida tranquilo y feliz, ahora que se habla tanto de la felicidad. Que no es dárselo todo, sino los recursos para que llegue a serlo