La actual generación de niños norteamericanos colabora menos en las labores domésticas que la de sus padres, en primer lugar porque a pocos se les pide. Según una encuesta entre 1.001 adultos realizada el pasado otoño por Braun Research, el 82% decían haber realizado tareas en casa cuando eran niños, pero solo el 28% se lo pedían ahora a sus hijos.
Algunos padres, quizá guiados por la sana intención de que sus hijos “tengan todo lo que yo no he tenido”, o de que desarrollen sus capacidades, les apuntan a un sinfín de actividades extraescolares. En esto se dejan notar algunos rasgos típicos de las sociedades occidentales modernas, como la extensión a la edad infantil del prurito por “hacer currículum”: parece que si el niño no aprende chino, artes marciales o toca un instrumento a la vez que estudia, está perdiendo el tiempo. En ocasiones, detrás de esa pretensión se esconde un afán de los padres por satisfacer en los hijos las propias ambiciones frustradas.
Apuntar al hijo a un sinfín de actividades y no pedirle que ayude en casa transmite el mensaje de que su éxito personal va antes que la familia
Así, mientras en países pobres se lucha por erradicar el trabajo infantil, en otros del primer mundo los chicos soportan “jornadas” de diez horas. Para cuando llegan a casa, muchos solo quieren descansar para el día siguiente. Por su parte, los padres pretenden compensarles el poco tiempo que la jornada laboral les deja para la vida en familia con todo tipo de actividades. El resultado es que tanto niños como mayores acaban estresados, y con sensación de no poder llegar a todo. Es lo que describe Fast-Forward Family: Home, Work and Relationships in Middle-Class America (University of California Press, 2013). El libro resume las conclusiones de un estudio para el que se siguió durante tres años a 32 familias con hijos en las que tanto el padre como la madre trabajaban.
En esas familias “a cámara rápida”, que los chicos saquen tiempo para las tareas familiares –desde cortar el césped a sacar la basura– parece imposible: siempre tienen algo más importante que hacer. Sin embargo, el tiempo empleado en los encargos puede ser uno de los más rentables para su formación. Según Marty Rossman, profesor emérito de la Universidad de Minnesota y autor de un estudio longitudinal sobre la importancia de las tareas domésticas, uno de los factores claves para predecir si un niño triunfará –laboral y personalmente– en el futuro es si tenía o no encargos en su casa cuando era pequeño.
Sentido del servicio y del deber
La investigación de Rossman concluye que las tareas domésticas proporcionan a los niños un sentido de competencia, responsabilidad y confianza en sí mismos. Sin embargo, siendo todas estas cualidades muy deseables, falta por subrayar lo principal: que estas tareas constituyen un servicio a otros, y que esto es lo propio de la familia. No se trata en esta ocasión de que los chicos desarrollen una capacidad personal, sino de ayudar a los demás.
Un reportaje del New York Times recoge los consejos de la psicóloga Madeline Levine en su libro Teach Your Children Well, donde explica que si en la disyuntiva entre hacer deberes o ayudar en casa, los padres siempre acaban dispensando de lo segundo, se envía a los chicos un mensaje muy claro: tu formación personal importa más que el servicio a los otros. Por eso, es importante que además de las tareas propias (mantener el cuarto limpio), realicen otras actividades más claramente altruistas.
Otro de los obstáculos para inculcar ese espíritu de servicio es la profesionalización de los encargos familiares; es decir, convertirlos en una labor que el hijo cumple por una recompensa económica. En una discusión sobre los pros y los contras de condicionar la paga semanal al desempeño de ciertas tareas domésticas, Jon Gallo –fundador de una empresa de asesoría para familias– explica que cumplen funciones distintas, y por tanto tienen que funcionar de forma separada: la paga sirve para enseñar poco a poco a los chicos y chicas a manejar dinero de forma responsable, a saber ahorrar, a no gastarlo en caprichos; ayudar en casa sirve sobre todo para desarrollar espíritu de familia, algo que no es bueno medir en euros.
Según Gallo, a veces sirve dar un premio al hijo que realiza alguna tarea extra, pero si la recompensa o el castigo para todo es el dinero, se puede formar a los niños en la idea de que lo económico domina todos los aspectos de la vida. Ante el argumento de que asignar un “salario” por las labores domésticas es bueno porque enseña a los más jóvenes la ecuación trabajo=dinero, se puede responder que para ellos es más importante aprender primero el espíritu de servicio desinteresado propio de la familia. Ya tendrán tiempo para lo otro.
Un consejo típico para conseguir que los hijos ayuden en casa es plantearlo de forma divertida, como un juego o un reto. Aunque esto puede servir cuando el niño es muy pequeño o en momentos puntuales más adelante, la misma naturaleza de las tareas domésticas –repartirse el trabajo en familia– requiere que poco a poco el enfoque lúdico vaya dejando paso al sentido del deber. Al fin y al cabo, el juego se abandona cuando uno quiere.
Las tareas domésticas, con su reivindicación del servicio gratuito y del sentido del deber, suponen una buena escuela para aprender la generosidad.