La crisis y las dificultades familiares de estos primeros años del siglo XXI han supuesto un buen desafío para muchas de las feministas de los años 60 y 70. Algunas han comenzado ya a revisar sus mensajes.
En Francia, Evelyne Sullerot, socióloga, feminista incombustible, cofundadora de la primera asociación a favor de la planificación familiar en 1956, publicaba hace unas semanas una carta abierta a sus bisnietos, con sus reflexiones y perplejidades ante la situación de inestabilidad a la que ellos se acercan, a pesar de tantos años de lucha por el progreso económico y los derechos de las mujeres. Sullerot, que tiene ahora 89 años, no se rinde a un análisis cuadriculado, propio de la ortodoxia feminista, aunque tampoco está libre de contradicciones al pedir un gran pacto por la familia y la natalidad desde ese marco.
La cofundadora del Planning familiar en Francia se lamenta cincuenta años después del alto nivel de abortos
Falta de estabilidad familiar
En su libro Carta de una hija de la guerra a los hijos de la crisis (1) denuncia sin ambages el implacable individualismo que se ha instalado en tantas personas desde aquel lejano mayo de 1968 y que ha llevado a tener unos hogares sin garantía de estabilidad familiar, especialmente a raíz de la aprobación en Francia de la ley que ampara las uniones de hecho. Casada desde muy joven tras la II Guerra Mundial, Sullerot no llega a entender que se huya del compromiso formal y que “un nuevo modelo pareja y familia fuera del matrimonio se haya generalizado entre los que han tenido la suerte de crecer en una sociedad libre y próspera”.
A esta testigo del avance de las mujeres –entendido sobre todo como libertad de elegir o no la maternidad– le sorprende ahora que el resultado sea desfavorable para los más débiles, a los que identifica con sus actuales bisnietos, y dibuja un futuro sombrío por la inestabilidad de los hogares amenazados por rupturas y divorcios, y la falta de un entorno familiar que haga de colchón en los peores momentos de crisis económica.
“Si ya en 1997 el 40% de los nacimientos se producía fuera del matrimonio y de manera voluntaria –señala–, en 2006 estos representaban el 50% y en 2012 el 57%”. Las consecuencias de argumentos que fríamente ha defendido como feminista, se le presentan como una auténtica amenaza para el bienestar de las generaciones futuras, al ver que los afectados pertenecen a su propia familia. Y Sullerot –que además de feminista era una romántica que se casó por amor y tuvo una familia numerosa– no es capaz de encontrar las causas de “la fragilidad dramática que se ha instalado en la sociedad, por la frecuencia de las separaciones”.
En su mar de perplejidades este icono de la lucha por la independencia sexual de las mujeres reconoce que la izquierda ha abandonado la causa de la familia; “todo lo que se califica de familiar resulta sospechoso de tradicional”, asegura, de modo que para “los indiferentes y los herederos de mayo del 68, los sexualistas, los hedonistas anarquizantes, la mayoría de los gays y las hiperfeministas, antes morir que ser tradicional”. Por eso propone un plan político para incentivar la natalidad, fruto de un gran debate nacional, que consiga hacer progresar al país, como el que funcionó bien en los años de la posguerra francesa.
Fracaso del aborto
Pero no todo lo que explica en su ensayo sobre la sociedad se queda en el nivel de las grandes ideas. Esta mujer, que durante diez años luchó por la extensión de la planificación familiar en Francia, se lamenta cincuenta años después de la deriva del aborto. Critica a las que desde el ultrafeminismo siguen defendiendo eslóganes como “mi vientre es mío” que dejan fuera de juego a los hombres y vacían de sentido la paternidad. Sullerot, que se enorgullece de haber conseguido la abrogación de la ley que prohibía la contracepción, denuncia la radicalización progresiva de la ley Veil sobre el aborto.
Sullerot lamenta “la fragilidad dramática que se ha instalado en la sociedad, por la frecuencia de las separaciones”
Sus contradicciones le llevan a indignarse al saber que quizá las españolas puedan verse privadas de interrumpir sus embarazos, y a la vez, a reconocer su gran perplejidad al constatar que en Francia, “por razones ideológicas inversas, el número de abortos legales en 2011 (222.500) resulta anormalmente alto para un país tan bien provisto de medios anticonceptivos. ¿Cómo se explica que en Francia el número de abortos practicados sea de 220.000, mientras que en Alemania gire en torno a 110.000, aun estando mucho más poblada?”, se pregunta. Y aunque Evelyne Sullerot no se muestra favorable a recortar el aborto, lamenta el error que supone banalizarlo y la ausencia de información sobre sus efectos sociales.
Con ideas independientes
Sullerot también arremete con franqueza contra la imposición del género. “No hay más que dos sexos”, declara, sin dudar que se trata de una diferencia que viene de la naturaleza, no de la sociedad. Y también critica a los que, a pesar del igualitarismo con respecto a mujeres y hombres, siguen sin admitir la custodia compartida y no permiten a los padres hacer valer sus opiniones, por ejemplo, en caso del aborto, cuando sería ya muy fácil demostrar por una prueba científica la paternidad, si las leyes lo permitieran.
La independencia de ideas de Evelyne Sullerot le ganó pronto la enemistad del ala feminista más radical y le hizo abandonar, no sin enfrentamientos, los objetivos más inmediatos en el campo de la maternidad y la crianza de los hijos para centrarse en las condiciones laborales y salariales de las mujeres y en los programas de reinserción profesional tras las bajas maternales.
El papel del padre
Algo parecido le ha sucedido a la estadounidense Karen DeCrow, que en su juventud presidió la Organización Nacional para la Mujeres (NOW) durante tres años –de 1974 a 1977– y también se distanció progresivamente de las feministas de última generación, más centradas en cómo erradicar la violencia o el abuso sexual contra las mujeres.
A los pocos años de dejar la presidencia de NOW, DeCrow ejercía como abogada en varios casos en los que apoyaba el derecho de paternidad de los hombres, aplicando exactamente la misma lógica de las teorías feministas. Uno de los más famosos fue el de Frank Serpico, que exigía ante los tribunales su derecho constitucional a no ser padre, al haber sido supuestamente engañado por la demandante, que le aseguró haber tomado anticonceptivos.
La abogada DeCrow, recientemente fallecida, afirmaba que “igual que el Tribunal Supremo defiende que las mujeres tienen derecho a elegir ser o no madres, los hombres también deberían tener ese mismo derecho”, enfoque que consideraba la “única postura feminista lógica que podía tomarse”. Algunas compañeras de organización se distanciaron de ella alegando que usaba uno de los clásicos clichés machistas. En una carta dirigida al Times se defendía explicando que, como los hombres no pueden vetar ni obligar legalmente al aborto, tampoco deberían tener que financiar las elecciones libres que las mujeres toman.
Otros temas, como la necesidad de avanzar hacia la custodia compartida en beneficio de la vida profesional de mujeres, también alejaron a DeCrow del núcleo de la organización hacia los años noventa, aunque nunca se desvinculó de NOW. En esos casos, se apoyaba en la defensa de la baja parental para el varón o el reparto de las responsabilidades en el cuidado de los hijos y la casa, pero ni en este ni en otros temas de ámbito laboral consiguió que sus correligionarias le apoyaran.
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(1) Evelyne Sullerot, Lettre d’une enfant de la guerre aux enfants de la crise, Fayard, París (2014).