Desbordados: amar, trabajar y divertirse cuando nadie tiene tiempo es el título de un libro publicado este año por Brigid Schulte, una periodista que colabora habitualmente con el Washington Post. Schulte, madre de dos hijos, reflexiona sobre las causas de lo que ella denomina como “epidemia nacional de estrés” –se refiere fundamentalmente a Estados Unidos– y plantea una “cura” para todo aquel que quiera desengancharse del frenesí que caracteriza a determinados sectores de la sociedad moderna.
El libro ha encontrado eco –y también, respuesta– en algunos de los principales periódicos y revistas del mundo anglosajón. Uno de los artículos que lo comenta más ampliamente es el de Elizabeth Kolbert en The New Yorker. Esta periodista y escritora, madre de tres hijos, empieza citando el ensayo Perspectivas económicas para nuestros nietos, escrito en 1928 por Keynes. El economista británico pronosticaba un futuro cercano en el que los adelantos tecnológicos harían aumentar la productividad de tal modo que las jornadas laborales serían de tres horas; no haría falta más. De hecho, decía Keynes, el verdadero reto sería saber qué hacer con tanto tiempo libre.
Al cabo de los años, Kolbert se pregunta por qué la promesa del progreso se ha cumplido en lo que se refiere a la productividad, pero no en la parte que se refiere al tiempo libre.
Desarrollamos una hipertrofia del deseo que conduce a la sensación de insatisfacción, y de que el tiempo no nos cunde
Las explicaciones económicas no bastan
Una de las hipótesis planteadas por Schulte para explicar cómo es posible que en la era de la tecnología haya tantos hombres y mujeres sobresaturados, es la del estancamiento de los sueldos y el encarecimiento de la vida. En un artículo para The Washington Post que resume el contenido del libro, Schulte recuerda que el precio de las matrículas universitarias ha aumentado un 1.120% desde 1978; también se han encarecido mucho otros sectores de primera necesidad como los servicios de cuidado de niños o los sanitarios. A pesar de que la renta per cápita se ha multiplicado por seis desde que Keynes hiciera sus predicciones, la desigualdad en la distribución de la riqueza ha crecido ininterrumpidamente desde los años 70.
No obstante, los datos económicos no parecen suficientes para explicar el estrés norteamericano. Kolbert señala que, según la tesis de la desigualdad, los más pobres son los que deberían sentirse más agobiados, pues sus insuficientes ingresos les llevarían a trabajar más, y tener menos tiempo libre. Sin embargo, según varias encuestas e investigaciones, lo que ocurre es justo lo contrario: los trabajadores con salarios bajos se sienten menos desbordados; una relación que se mantiene incluso teniendo en cuenta otros factores como si también trabaja el otro cónyuge.
La sensación de estar ocupado actúa en las sociedades modernas como un tranquilizante ante el vacío existencial
La mala organización del tiempo
Derek Thompsonmay, en The Atlantic, explica que, contrariamente a lo que sugieren algunas explicaciones, los norteamericanos trabajan menos horas actualmente que en los años 60 u 80, y considerablemente menos que cuando Keynes escribió su ensayo. Y no solo en el puesto laboral: la generalización de dispositivos como el lavavajillas, la aspiradora, o la televisión han hecho que el tiempo dedicado a las tareas del hogar y el cuidado de los hijos haya descendido un 35% desde 1965.
No obstante, señala Thompsonmay, no toda la sociedad se ha comportado igual en este terreno. Sectores como las madres separadas, los que han llegado más lejos en su educación o los que tienen más ingresos están objetivamente más ocupados que la media. Una madre separada con estudios universitarios y que trabaje en un sector con fuerte competencia es el prototipo de persona desbordada.
Con todo, según Thompsonmay y Schulte, gran parte de la sensación de estrés se debe a factores personales. Schulte explica que el estar desbordados, o la sensación de estarlo, ha adquirido prestigio social. Quien se queja de “no tener ni un minuto” a veces lo hace como una forma de elogiarse a sí mismo. En ciertos sectores sociales, dedicar tiempo a una actividad sin utilidad inmediata es visto como un signo de debilidad.
Aunque es cierto que cada vez se difumina más la frontera del trabajo con la del tiempo libre (en algunos países incluso se ha prohibido enviar e-mails de trabajo fuera de la jornada laboral), también lo es que esto no solo se debe a la presión de un jefe demasiado exigente, sino a una mala organización del tiempo por parte del trabajador. Como comenta Kolbert, “vemos fotos de gatos o enviamos mensajes personales durante las horas del trabajo, y luego respondemos correos de trabajo mientras cenamos”. La compulsión por la “multitarea” nos hace menos productivos, e incluso menos inteligentes, según han señalado algunos investigadores.
Quien se queja de “no tener ni un minuto” a veces lo hace como una forma de elogiarse a sí mismo
El error antropológico de Keynes
Cuando Keynes hizo sus predicciones sobre cómo el tiempo libre llenaría el día a día de los trabajadores en el futuro, no tuvo en cuenta lo que Thompsonmay denomina la “ironía de la abundancia”: “saber que hay diez programas en televisión que deberíamos ver, nueve libros importantes que leer, ocho destrezas indispensables que tu hijo no está adquiriendo, siete formas de ejercicio físico que deberías practicar, seis maneras de disfrutar tu ciudad que no has podido probar, etc., hace que desarrollemos una hipertrofia del deseo que conduce a la sensación de insatisfacción, y de que el tiempo no nos cunde”.
Quienes más capacidad de elección tienen, por sus ingresos, sienten más esta tiranía de la abundancia. Se produce un círculo vicioso: se trabaja más para tener más posibilidades de disfrute; como se tiene menos tiempo, se desarrolla la necesidad de aprovechar “a lo grande” ese poco tiempo, lo que muchas veces lleva a un modelo de disfrute basado en el consumismo.
La cultura del yuppie
En el fondo, el error de Keynes consistiría en pensar que el hombre, llegado a un punto de satisfacción suficiente de sus necesidades económicas, se conformaría con sus ingresos y disfrutaría más del tiempo libre. En cambio, una gran parte de la sociedad norteamericana moderna –aunque esto podría aplicarse sin dificultad a otros países desarrollados– se ha comportado de forma insaciable con respecto al dinero, y ha hecho del trabajo “la principal experiencia de autorrealización”, en palabras de Kolbert. Es lo que denomina la “cultura del yuppie”.
Este ritmo de vida frenético muchas veces oculta, en opinión de Kolbert, una sensación de vacío en cuanto a las preguntas profundas de la vida, las que tradicionalmente le han dado sentido. En un artículo para The New York Times, el escritor Tim Kreider señalaba que la sensación de estar ocupado actúa en las sociedades modernas como un tranquilizante ante el vacío existencial, y reivindicaba un sano “no hacer nada” de vez en cuando, especialmente necesario para las tareas creativas y humanísticas, tan injustamente relegadas.
En su libro, Schulte recuerda con nostalgia unas palabras de Eisenhower, pronunciadas el día de su elección como candidato republicano a las elecciones de 1956: el entonces candidato pronosticaba un futuro en que “el tiempo libre será abundante, de modo que todos podamos dedicarnos a la formación del espíritu, la reflexión, la religión, el arte, a la realización de todas las cosas buenas de la vida”. Algo más de cincuenta años después, esas “cosas buenas” han sido sustituidas por un consumismo que no sabe cómo salir de su propia trampa.