Moisés Naím, analista de política internacional, publica en The Atlantic un artículo sobre la llamativa falta de resultados de la mayoría de movimientos populares de protesta. Salvo algunas excepciones (cita los casos de Egipto, Túnez o Ucrania), las movilizaciones han sido tan espectaculares y numerosas como ineficaces. Naím pone como ejemplo a los indignados españoles, el Occupy Wall Street o las manifestaciones contra el primer ministro turco Erdogan.
En teoría, explica, estos movimientos tan difundidos por Internet y tan suculentos para la opinión pública deberían haber tenido un efecto mayor. Sin embargo, ni los indignados españoles ni los “ocupas” norteamericanos han visto sus reclamaciones atendidas. Por su parte, Erdogan ha recibido un fuerte aval en las recientes elecciones municipales turcas.
Según Naím, esta aparente paradoja tiene mucho que ver con el propio ADN de las movilizaciones populares de moda, y en concreto con su forma de difusión. Por un lado, mientras que Internet y las redes sociales facilitan la propagación de la causa y fomentan el “click-activismo”, es frecuente que esta extensión en número produzca a su vez una difuminación del mensaje. El movimiento Occupy Wall Street acabó siendo una vaga crítica a ese uno por ciento más rico.
Otro problema, más determinante incluso, es que la movilización rápida que posibilitan las redes sociales evita el trabajo, arduo y paciente, de crear una estructura detrás dela protesta. Ala postre, este atajo resulta letal: tan pronto como se sobrepasa la fase callejera, el movimiento se diluye. Por eso, propone Naím, estas movilizaciones deberían “pasar por el aro” de la vieja política, con representantes y movimientos bien organizados, aunque sin renunciar a su dinamismo ni a las redes sociales.