El asesinato de Matthew Shepard en 1998 en Laramie se convirtió en EE.UU. en el más famoso caso del crimen por odio contra los gais y se utilizó como símbolo en la lucha por sus derechos. Pero un libro ahora publicado revela que su muerte tuvo que ver con las drogas y no con su orientación sexual.
En octubre de 1998 dos hombres encontraron en un bar a Shepard, estudiante de 21 años en la universidad de Wyoming en Laramie, y se ofrecieron a llevarle en coche a casa. Le llevaron a un descampado, le robaron, le golpearon brutalmente en la cara con una pistola, le ataron a una valla y le dejaron allí medio muerto. Cinco días más tarde falleció.
Este asesinato se transformó en un símbolo. Mientras Shepard luchaba aún por su vida, las organizaciones gais defendieron la tesis de que había sido asesinado solo por ser homosexual. Cuando al cabo de cinco días murió, ya se había asentado esta presunción, amplificada por la prensa. La reacción fue inmensa y fue utilizada en los años posteriores para promover reivindicaciones homosexuales. En torno a Shepard se desarrolló una amplia iconografía como mártir gay. Elton John y Lady Gaga le han dedicado canciones. Se han hecho tres películas sobre su muerte. Una obra de teatro, The Laramie Project, se ha representado en todo el mundo.
También ha servido para promover cambios legislativos. Cuando en 2009 el presidente Obama firmó la Hate Crimes Prevention Act, invocó a Matthew Shepard. También una fundación perpetúa su memoria “para sustituir el odio por la comprensión, la compasión y la aceptación”.
Un ajuste de cuentas por drogas
Pero un libro recién publicado revela que el asesinato de Shepard tuvo que ver con un ajuste de cuentas entre traficantes de droga y no con que fuera homosexual.
The Book of Matt es el fruto de la investigación realizada por el periodista Stephen Jimenez –también gay–, que empezó a estudiar el caso para escribir un guion. A lo largo de varios años entrevistó a un centenar de personas, del círculo de amistades de Shepard y de sus asesinos, y a los propios culpables del asesinato, Aaron McKinney y Russell Henderson, condenados a cadena perpetua.
Lo que ha encontrado no cambia el hecho del asesinato, sino sus móviles y el modo en que se ha interpretado. Shepard era un consumidor de una peligrosa droga, metanfetamina (crystal meth), con la que él mismo traficaba. Su asesino, McKinney, había estado consumiendo esa droga en los días previos al asesinato, trataba de buscar más drogas en el día del crimen, y había atacado a otras tres personas ese mismo día. McKinney no era un homófobo: tenía relaciones homosexuales, había estado en fiestas con Shepard y posiblemente los dos habían mantenido relaciones sexuales. Shepard habría sido asesinado por estar en posesión de una cantidad considerable de metanfetamina que se negaba a ceder.
En suma, según Jiménez, un crimen brutal, pero con una interpretación muy distinta a la del joven y refinado estudiante gay, asesinado por dos homófobos violentos.
La narrativa establecida
Nada de esto es fruto de especulaciones, sino de una profunda investigación hecha por Jimenez, un galardonado periodista y productor de programas de televisión. Cuando en 2004 el programa 20/20 encargó a Jimenez un reportaje para revisar el caso, fue premiado con por la Asociación de Guionistas de América como el mejor análisis informativo del año.
Tampoco es Jimenez el único que ha puesto en cuestión la interpretación tradicional del crimen. El propio fiscal del caso, Cal Rerucha, había reconocido en declaraciones al programa 20/20 de la ABC que “fue un asesinato motivado por las drogas”.
Pero la interpretación como crimen homófobo ha estado firmemente asentada, e incluso ahora hay gente que no está interesada en modificarla. La Matthew Shepard Foundation ha puesto en duda en una declaración la veracidad de la investigación de Jimenez, pero sin ofrecer datos contrarios: “No respondemos a las insinuaciones, rumores o teorías conspiratorias. Confirmamos nuestra dedicación a honrar la memoria de Matthew y nos negamos a ser intimidados por los que tratan de empañarla”.
En otros círculos gais, la acogida al libro ha sido más matizada. En una reseña publicada en The Advocate, una de las principales publicaciones gais, Aaron Hicklin se pregunta: “¿Nuestra necesidad de hacer un símbolo de Shepard nos cegó frente a una historia compleja y turbia que es más oscura y más perturbadora que lo que dice la narrativa establecida?”.