En la convención republicana celebrada en Tampa (Florida), Ann Romney se dirigió a las madres, a las esposas, a las abuelas, a las hermanas y a las hijas con un tono de complicidad. Habló de “ese momento final del día en que las mujeres suspiran un poco más que los hombres” porque han tenido “que trabajar algo más duro para hacerlo todo bien”.
“Vosotras sois las que tenéis que hacer un poco más y sabéis lo que es tener que ganar un poco más; ganar el respeto que os merecéis en el trabajo y después llegar a casa y ayudar a que los deberes se hagan”.
Después vinieron algunas anécdotas familiares: los años de recién casada con sus dietas de pasta y atún; el buen humor de su marido Mitt; las tardes de lluvia con cinco niños gritando a la vez en casa; su sufrimiento con la esclerosis, el cáncer de mama y un aborto espontáneo que tuvo hace un par de décadas…
Ann concluyó su discurso con la afirmación de que se siente “la mujer más afortunada del mundo” y pidió el voto para su marido. Entonces Mitt apareció en escena. Se besaron. De fondo, la música de My Girl… Todo muy republicano. Eso sí, ningún atisbo de lo que a los demócratas les ha dado por llamar la “guerra contra las mujeres”.
Refuerzo “pro-choice” entre los demócratas
En la versión demócrata, esta guerra consiste en la oposición que muchos republicanos –mujeres y hombres– están llevando a cabo frente a la ampliación por parte del gobierno de Obama de los llamados derechos reproductivos de las mujeres.
Esta acción de los republicanos se concreta principalmente en tres frentes: el impulso de medidas restrictivas al aborto en diversos estados; la retirada de algunos beneficios fiscales concedidos a organizaciones abortistas como Planned Parenthood; y la oposición a la norma del Ministerio de Sanidad que impone –también a instituciones de inspiración religiosa– la obligación de financiar anticonceptivos, la píldora del día siguiente y la esterilización en el seguro sanitario.
Para hacer frente a la ofensiva republicana, los demócratas han puesto en primera fila de su campaña a mujeres “pro-choice”. Así, en agosto presentaron diez nuevos rostros femeninos que aspiran a llevar aire fresco a la convención demócrata, iniciada el 4 de septiembre en Charlotte (Carolina del Norte). La más conocida es la activista Sandra Fluke, para quien “las políticas del Partido Republicano representan un peligro para las mujeres”.
La decisión de fichar a Fluke y compañía ha sido muy celebrada por la vieja guardia feminista. Dice Jodi Jacobson, editora de una web sobre salud reproductiva, que Fluke “habla en nombre de una nueva generación de mujeres jóvenes”. Y Nancy Keenan, presidenta de NARAL Pro-Choice America, no oculta su alegría al ver que el partido del burro sigue contando con ella: “Estoy orgullosa de que el Partido Demócrata vuelva a reafirmar su compromiso de proteger los derechos reproductivos de las mujeres a través de esta plataforma, y de que elija a tantas portavoces ‘pro-choice’ para su convención”.
Mujeres que hablan por sí mismas
Hablar en nombre de un colectivo tiene sus riesgos. Sobre todo, si ese colectivo no te ha elegido como su portavoz. Cuando Fluke dice que las medidas antiabortistas de los republicanos son peligrosas para las mujeres, ¿en nombre de qué mujeres habla?
“Aquellas que pretenden representar nuestros intereses nunca han venido a pedirnos autorización para representarnos”, escribe Sheila Liaugminas en MercartorNet. “No nos conocen, no nos entienden, no se preocupan realmente por nosotras. Igual que fuimos utilizadas una vez sin nuestro consentimiento para satisfacer los deseos sexuales de otros, continuamos siendo utilizadas sin nuestro permiso para satisfacer los objetivos políticos de otros”.
Mientras algunas aspiran a convertir “en nombre de las mujeres” el aborto o la anticoncepción en dogmas incuestionables, otras prefieren hablar por sí mismas y defender sus propios valores. Es lo que hacen las más de 33.000 mujeres que comparten los principios de “Women Speak For Themselves”.
La historia de esta iniciativa la cuentan en National Review Online sus autoras, Helen M. Alvaré y Kim Daniels, profesora de Derecho en la George Mason University School of Law, la primera, y exabogada del Thomas More Law Center, la segunda.
Cuando el pasado enero el Ministerio de Sanidad de EE.UU. anunció que obligaría también a las instituciones de inspiración religiosa a financiar anticonceptivos, la píldora del día siguiente y la esterilización en los seguros de sus empleados, los obispos estadounidenses denunciaron lo que consideraban una violación de la libertad religiosa (cfr. Aceprensa, 27-01-2012).
Rápidamente, el gobierno de Obama se apresuró a llevar la polémica al terreno de los derechos reproductivos. Mientras los obispos invocaban el respeto a la conciencia y a la libertad religiosa, el gobierno hacía lo propio con la “salud de las mujeres”. Una vez planteado el debate en estos términos, Nancy Pelosi y otras demócratas se propusieron desautorizar la oposición de los obispos al mandato de Obama con la siguiente pregunta: “¿Dónde están las mujeres?”.
Carta abierta
Aquello le pareció demagógico a Alvaré y Daniels. Invocar la salud de las mujeres para callar la boca a todo aquel que discrepara con quienes pretendían atentar contra sus creencias más hondas era muy poco honrado. De modo que las dos juristas escribieron una carta abierta dirigida a Obama para decirle que nadie puede atribuirse el monopolio para hablar en cuestiones de salud.
“No es razonable –explica Alvaré– que unos pocos grupos hablen en nombre de todas las mujeres en temas como la vida, la familia, la sexualidad o la religión. Las más de 31.000 mujeres [ahora son más de 33.000] que han firmado la carta abierta ya no se van a quedar sentadas en silencio mientras unos pocos políticos y sus aliados insisten en que la libertad religiosa tiene que doblegarse ante la teoría –la ideología, más bien– de que el núcleo de la libertad de las mujeres es la expresión sexual sin compromiso”.
Al principio, hicieron circular la carta entre varias docenas de amigas. A ella se fueron adhiriendo mujeres de muy diversas profesiones. En 72 horas habían conseguido cerca de 750 firmas, también de fuera de EE.UU. Al ver el éxito cosechado, se decidieron a lanzar una web.
En la carta, Alvaré y Daniels brindan su apoyo a la Iglesia católica para que siga ofreciendo en un clima de libertad sus enseñanzas sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia. La carta está abierta a creyentes y no creyentes, como también lo está a demócratas, republicanos e independientes.
Carol, una de las firmantes, escribe: “Soy una mujer ‘pro-choice’ que respeta los derechos de las demás mujeres a sostener otros puntos de vista. En concreto, espero que el gobierno –en conformidad con la Constitución– proteja a cualquier persona para que no se vea forzada a actuar en contra de su conciencia. El mandato del Ministerio de Sanidad es una violación fundamental de nuestros derechos a la libertad de expresión y de religión”.
Carol ha dado una lección al gobierno de Obama. Aunque ella es “pro-choice”, no le importa ponerse al lado de las provida en esta ocasión para defender la conciencia de quienes deciden pensar y vivir de forma diferente. No teme, a diferencia del Partido Demócrata, la diversidad de opiniones de las mujeres.