En el Encuentro Mundial de las Familias, celebrado el pasado fin de semana en Milán, Benedicto XVI fue un verdadero realista: presentó el ideal de amor y fidelidad en el matrimonio, señaló caminos para alcanzarlo, mostró que es una realidad en muchas familias, no olvidó que hay dificultades y fracasos.
Benedicto XVI llegó el viernes 1 de junio a Milán para presidir la conclusión del VII Encuentro Mundial de las Familias. Aquel día saludó a la población milanesa en la plaza del Duomo y asistió a un concierto en su honor. Los actos principales del Encuentro tuvieron lugar el sábado y el domingo siguientes.
Con los jóvenes
El sábado 2 de junio, Benedicto XVI se reunió en el estadio de fútbol Giuseppe Meazza (más conocido como San Siro) con cerca de 80.000 jóvenes que se preparan para recibir el sacramento de la confirmación o acaban de recibirlo. Con ellos iban también sus familiares y sus padrinos.
Este año, en Milán, la catequesis de confirmación tenía como lema “El espectáculo del Espíritu”. Ahora que maduraban en su vida cristiana, el Papa exhortó a los jóvenes a decir a Dios un “sí” libre, lleno de gratitud e informado por los dones del Espíritu Santo, que fue glosando uno a uno.
Al igual que hizo en su encuentro con los jóvenes del Reino Unido en 2010 (cfr. Aceprensa, 17-09-2010), Benedicto XVI propuso a los de Milán la amistad de Cristo como clave de su vida cristiana. “Queridos jóvenes, todo la vida cristiana es un camino; es recorrer un sendero que sube a la montaña en compañía de Jesús; no siempre es fácil, pero es algo hermoso. Con estos dones preciosos [del Espíritu Santo] vuestra amistad con Jesús llegará ser más cercana y real”.
Después de explicarles que esa amistad se fortalece en la Eucaristía, el sacramento de la penitencia y la oración asidua, pasó a hablarles de algunos deberes familiares: “En la familia, obedeced a vuestros padres; escuchad sus indicaciones para crecer como Jesús ‘en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres’. No seáis perezosos, sino jóvenes comprometidos, en especial en el estudio, que es vuestro deber cotidiano, una gran oportunidad para crecer y una preparación para el futuro”.
“El enamoramiento debe convertirse en verdadero amor involucrando a la voluntad y a la razón en un camino de purificación, de mayor profundidad”
De los pequeños deberes cotidianos, el Papa saltó a los grandes ideales: “Mostraos disponibles y generosos con los demás venciendo la tentación del egoísmo, que es el enemigo de la alegría. Saboreando ahora la belleza de formar parte de la comunidad de Jesús, podéis contribuir a que crezca a vuestro alrededor e invitar a otros a participar en ella. Permitidme también deciros que el Señor, cada día, también hoy, os llama a realizar cosas grandes. Permaneced abiertos a lo que os sugiera, y si os llama a seguirlo por el camino del sacerdocio o de la vida consagrada ¡no le digáis que no! ¡Jesús os llenará siempre el corazón para toda la vida! Queridos jóvenes, os digo con fuerza: ¡tened siempre ideales elevados! ¡Sed santos!”.
El ideal de familia
En la homilía de la misa con que concluyó el Encuentro Mundial de las Familias, el domingo por la mañana, Benedicto XVI trató tres temas que aparecen en el relato de la creación, al principio del Génesis: familia, trabajo y fiesta. Le escucharon cientos de miles de personas reunidas en el parque de Bresso, al norte de Milán.
“Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida”.
Precisamente en su igualdad esencial y en su distinción, explicó el Papa, el hombre y la mujer, al unirse en matrimonio, reflejan y encarnan la comunidad de amor en el seno de la Trinidad divina. “La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada –al igual que la Iglesia– a ser imagen del Dios Único en Tres Personas”. Esto implica que todos, en la Iglesia y en la familia, “estamos llamados a acoger y transmitir de modo concorde las verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón”.
De ahí se sigue el llamamiento que a continuación el Papa a los esposos. “Viviendo el matrimonio –les dijo– no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera”. La mutua entrega conyugal tiene así una fecundidad triple. “Vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación”.
“Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano”
El Papa volvió enseguida sobre el segundo aspecto: “Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad”. Y pidió correspondencia a los hijos: “Procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor”.
Amor para siempre
Pero surge la duda de si ese ideal de amor y entrega es verdaderamente realizable. De eso habló el Benedicto XVI el día anterior, durante la fiesta con las familias en el mismo parque, cuando contestó a preguntas formuladas por los asistentes. Una de ellas la hizo una pareja de novios de Madagascar, a la que no le convencen los modelos familiares que dominan en Occidente, aunque también son conscientes de que muchas costumbres tradicionales africanas han de ser superadas.
Estos novios desean casarse pero reconocen que “hay una palabra que más que ninguna otra nos atrae y al mismo tiempo nos asusta: el para siempre”.
El Papa respondió que en Occidente, desde el siglo XIX, con la emancipación de la persona, el matrimonio ya no está basado sobre el acuerdo entre familias, sino en la propia elección: el enamoramiento lleva al noviazgo y de ahí al matrimonio. Se pensó que el amor garantizaba el “para siempre”, porque el amor es absoluto. Pero la realidad es que “el enamoramiento es bello, pero quizá no siempre perpetuo, como ocurre con el sentimiento: no permanece para siempre”.
El sentimiento del amor “debe ser purificado, debe recorrer un camino de discernimiento, deben entrar en juego también la razón y la voluntad”. “En el rito del matrimonio –recordó el Papa– la Iglesia no dice: ¿Estás enamorado?, sino ¿Quieres?, ¿Estás decidido?. Es decir, el enamoramiento debe convertirse en verdadero amor involucrando a la voluntad y a la razón en un camino, que es el del noviazgo, de purificación, de mayor profundidad, de modo que realmente todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón, con la fuerza de voluntad, dice: Sí, esta es mi vida”.
Benedicto XVI evocó luego las bodas de Caná. “El primer vino que se sirve es estupendo: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, debe fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser el segundo vino es más bello, mejor que el primero. Y es esto lo que debemos buscar”.
Y aquí es importante también que la pareja no permanezca aislada. En la comunión de vida con otros, con familias que se apoyan unas a otras, en la parroquia, con los amigos, con Dios mismo, se elabora “un vino que dura para siempre”.
Realismo
El Papa, pues, fue realista: presentó el ideal y subrayó que es realizable, y de hecho se ve realizado en muchas familias; pero no olvidó que también puede haber, y de hecho hay, dificultades y fracasos. Lo destacó en la homilía del domingo, primero invitando a mirar a la meta: “El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total”.
Ciertamente, “vuestra vocación –prosiguió diciendo el Papa a los esposos– no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil”.
Finalmente, Benedicto XVI dedicó una atención particular a quienes sufren la separación o la ruptura de su matrimonio. “Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía”.
Trabajo
Tras la creación del hombre y la mujer, el Génesis dice que Dios los hizo colaboradores suyos y les confió la tarea de “transformar el mundo, a través del trabajo, la ciencia y la técnica”; este fue el segundo tema de la homilía. “El hombre y la mujer son imagen de Dios también en esta obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor del Creador”.
El plan original de la creación está, también en este aspecto, en peligro de ser degradado. “En las modernas teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción utilitarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social”.
Fiesta
El tercer aspecto que Benedicto XVI tomó del Génesis es la institución del reposo semanal. “El hombre, en cuanto imagen de Dios, está también llamado al descanso y a la fiesta”.
Este valor humano recibe un relieve especial en el cristianismo: “Para nosotros, cristianos, el día de fiesta es el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio eucarístico, como estamos haciendo hoy, para alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su amor”.
Eso, insistió el Papa, no anula sino refuerza el sentido y la dignidad original, humana, de la fiesta. El domingo “es el día del hombre y de sus valores: convivencia, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el día de la familia, en el que se vive en común el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir, también en la participación en la santa Misa”.
Así, Benedicto XVI se refirió a la conciliación de vida familiar y vida laboral, sugiriendo la actitud de fondo desde la que se puede hallar el equilibrio. “Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir”.
Por eso, concluyó: “Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día del Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y calmar nuestra sed de Dios”.