Se convirtió al catolicismo no por el camino del raciocinio intelectual, sino movida por el ejemplo de unas Hermanas de la Caridad en Berlín
Viena. No es muy frecuente que los espacios de la catedral de San Esteban de Viena sean insuficientes para dar cabida a los fieles. Esto pasó el último 29 de enero, con ocasión de la beatificación de Hildegard Burjan, una mujer ejemplar, pero muy poco conocida fuera de Austria. El último “lleno” de la Stephansdom se había registrado en julio del año pasado con ocasión del funeral de Otto de Habsburgo, el hijo del último Emperador de Austria-Hungría.
La atracción ejercida por la personalidad de esta mujer se debe seguramente a que fue un modelo de vida cristiana en las complicadas circunstancias de un mundo tan multifacético como era el de la Europa Central de fines del siglo XIX y principios del siglo pasado.
Conversa por un ejemplo admirable
En su persona los austríacos han reconocido seguramente su propia historia. Hildegard procedía de una acomodada familia judía en Görlitz, una ciudad prusiana muy cerca de la actual frontera con Polonia y no lejos de Chequia, poseía una sólida formación intelectual (doctora en filosofía y ciencias sociales, algo muy infrecuente en aquellos tiempo), se casó en 1907 con Alexander Burjan, un joven industrial de Budapest también judío y se convirtió al catolicismo no por el camino del raciocinio intelectual, sino movida por el ejemplo de unas Hermanas de la Caridad en Berlín.
Fue la primera mujer diputada en la Asamblea Constitucional y en el parlamento en 1919 y llevó a cambo numerosas iniciativas de carácter social
Aquel proceso tuvo lugar durante su estancia en el hospital católico de santa Eduvigis de Berlín, atendido por las hermanas de San Carlos de Borromeo. Estuvo hospitalizada durante siete meses y después de varias operaciones los médicos la habían dado por desahuciada. Finalmente curó de forma inesperada. Aquella agonía fue para Hildegard el camino hacía un nuevo nacimiento, el nacimiento de la fe. Anteriormente no había practicado ninguna religión. En 1909, a los 26 años de edad y cuando llevaba dos años casada, dio luz a una hija, que fue bautizada al mismo tiempo que su marido se convertía al catolicismo. El nacimiento de su hija fue ya un acto de fe, porque debido al precario estado de salud de la madre los médicos la habían indicado la necesidad de abortar, pero Hildegard se negó.
Primera diputada en el Parlamento
El mismo año el matrimonio se trasladó a Viena, donde fijó su residencia. Fue una época movida: cinco años de paz de una monarquía y un imperio cada vez más vacilantes, cuatro duros años de una cruelísima guerra que terminó con la derrota y veinticinco años en lo que quedó de Austria hasta que, en 1933, Hildegard murió prematuramente a los cincuenta años a causa de una crónica afección renal. La beata Hildegard no llegó por lo tanto a sufrir la persecución nazi como otra judía conversa Edith Stein. El marido viudo de Hildegard pudo salvarse del holocausto huyendo al Brasil.
Era una mujer de una gran personalidad, independiente y de lenguaje sobrio, muy fiel a la Iglesia
Durante todas estas fases Hildegard no tan sólo fue la ejemplar esposa de un industrial muy conocido en Viena, sino que se caracterizó por sus actividades a favor de una dignificación de la mujer en la sociedad de entonces y la ayuda social, fundó una congregación femenina llamada Caritas Socialis (distinta de la conocida organización católica Cáritas) e inició una enorme actividad política, fue la primera diputada femenina en la Asamblea Constitucional y en el parlamento de la República en 1919 y llevó a cambo numerosas iniciativas no convencionales de carácter social. Tenía muy buenas relaciones con monseñor Ignaz Seipel, que fue dos veces presidente del consejo de ministros austríaco (entre 1922 y 1929) y con el Cardenal Friedrich Gustav Piffl, arzobispo de Viena.
Intensa vida espiritual
Hildegard mostró una gran unidad de vida, armonizando su enorme talento intelectual, con una intensa vida de sociedad (cenas, recepciones en su domicilio), con una inteligente actividad social y sobre todo con una profunda vida sobrenatural de la que ella hablaba poco. Tenía un característico sentido de filiación divina, que se manifestaba por ejemplo cuando esperaba una iluminación del Señor (“espero que el Señor me envíe una cartita”) o cuando hacía oración (en ocasiones le llamó con el diminutivo de los niños: “Papi”). Al mismo tiempo tenía plena conciencia de que la fe tenía que manifestarse en obras y por ello escogió como lema de su congregación la frase de San Pablo: Caritas Christi urget nos (el amor de Cristo nos apremia).
Era una mujer de una gran personalidad, independiente y de lenguaje sobrio, muy fiel a la Iglesia. Hay que tener en cuenta que las mujeres de la congregación, de la que ella (casada) era la “madre general”, emitían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. La fundación se hizo de acuerdo con el Cardenal de Viena: a este respecto solía decir: “por más que yo soy partidaria de la libertad en el desarrollo de las actividades, nunca insistiré suficientemente en que nosotras tenemos que consideramos como tropas auxiliares de la Iglesia y bajo la dirección de la Iglesia”. Sus actividades sociales y apostólicas eran incontables: desde la lucha contra la explotación laboral de niños y mujeres, la organización de cooperativas de trabajo doméstico, atención de fugitivos, reparto de comidas a domicilio, hasta la creación de dormitorios para mujeres sin hogar, proyectos de leyes, etc. etc.
Audaces proyectos de reforma social
Cuando después de la guerra la clase dirigente del país estaba desmoralizada, Hildegard inició su actividad política dentro del partido Cristiano-Social, primero a nivel municipal y después estatal. El mismo día en que fue elegida diputada presentó ya audaces proyectos de reforma a la legislación social que, debido a su carácter progresivo, solían ser apoyadas también por el partido socialdemócrata, que en aquellos tiempos era profundamente anticlerical.
Pero debido a las tensiones dentro de la coalición de los dos partidos, decidió no presentarse a las elecciones de 1920, alegando su mal estado de salud, la necesidad de dedicarse a su familia y los problemas de conciencia que le imponía la disciplina de partido. No dijo entonces otra razón que ahora mencionan sus biógrafos: el malestar que le producía el creciente antisemitismo que se observaba en su partido, pues una y otra ver tenía que escuchar molestas alusiones a su persona y a su origen judío.
El proceso de beatificación fue abierto en 1963 por el Cardenal Franz König. Durante una de sus visitas pastorales en Austria, el Papa Juan Pablo II visitó el ejemplar Hospiz de Caritas Socialis para enfermos terminales. El proceso del milagro terminó en 2001 y la beatificación fue llevada a cabo en la catedral de San Esteban por el Cardenal Angelo Amato, como representante personal del Papa.