El discurso en el Bundestag fue, en consonancia con la ocasión y el lugar, el más “académico”. Pero aun en sus intervenciones pastorales y catequéticas, en un tono más sencillo, fue a las raíces de los asuntos.
Ya en las declaraciones a los periodistas en el vuelo a Berlín, el Papa contestó a una pregunta sobre el mayor número de personas que han abandonado la Iglesia, en buena parte por los abusos de menores que salieron a la luz en el último año. “Comprendo –dijo–, especialmente si se trata de personas cercanas [a las víctimas], que alguien diga: ‘Esta ya no es mi Iglesia. Para mí, la Iglesia era una fuerza humanizadora y moralizadora. Si unos representantes de la Iglesia hacen o contrario, ya no puedo vivir en esta Iglesia’. Esta es una situación específica. Generalmente hay una variedad de motivos en el contexto de la secularización de nuestra sociedad. Y esos abandonos suelen ser el último paso en un largo proceso de apartamiento de la Iglesia”.
Yendo más al fondo, Benedicto XVI proponía hacerse estas preguntas: “¿Por qué estoy en la Iglesia? ¿Pertenezco a la Iglesia como pertenecería a un club deportivo, una asociación cultural, etc., por razón de mis intereses, de modo que puedo irme si mis intereses ya no resultan satisfechos? ¿O estar en la Iglesia es algo más profundo?”
La Iglesia vista por dentro
El mismo pontífice respondió en la homilía de la misa celebrada el mismo día, 22 de septiembre, en el Estadio Olímpico de Berlín. “Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la ‘Iglesia’. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y bello de la Iglesia”.
Parte de la grandeza del misterio es que la Iglesia no es una reunión de los puros. “Como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el ‘sacramento universal de salvación’, que existe para los pecadores, para nosotros, para abrirnos el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la constante y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo”.
En la Iglesia se cumple la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 5ss), que fue el hilo de la homilía. “Permanecer en Cristo significa (…) permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. (…) Nosotros no creemos solos, creemos con toda la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo, con la Iglesia que está en el cielo y en la tierra”.
La unidad no es fruto de un pacto
Estando en Alemania, el Papa dedicó amplio espacio al diálogo interreligioso y al ecumenismo. Estuvo con judíos y con musulmanes, con ortodoxos y protestantes. Lógicamente, tuvieron particular relieve los actos con estos últimos: una reunión con el Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania, seguida de una celebración ecuménica. Fueron el 23 de septiembre en el antiguo convento agustino de Erfurt, donde Lutero vivió durante siete años.
“¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”: así resumió Benedicto XVI la gran cuestión que inquietaba a Lutero. Hoy, comentó, para muchos no es ya una pregunta candente. Ha cundido la idea de que “Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes”; no preocupa el juicio de Dios, pues se cree que Él pasará fácilmente por alto nuestras “pequeñas faltas”. “Pero ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? (…) No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida”.
Esta situación de “ausencia de Dios en nuestra sociedad” marca una tarea común a los cristianos de todas las confesiones y pone de relieve un verdadero fundamento del ecumenismo. Pues –subrayó el Papa en la celebración posterior– la unidad de los cristianos no puede venir de una negociación por la que “ponderando las ventajas e inconvenientes se llega al compromiso que, al fin, aparece ventajoso para ambas partes”, pues “la fe no es una cosa que nosotros excogitamos y concordamos”. “La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida”.
Tened la osadía de ser santos”
El Papa concluyó la jornada con las vísperas en el santuario mariano de Etzelsbach. En referencia al ejemplo de la Virgen María, propuso el camino al ideal humano: “No es la autorrealización, el querer poseer y construirse a sí mismo, la que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, un aspecto que hoy se propone como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente se convertirse en una forma de egoísmo refinado. Es más bien la actitud del don de sí, la renuncia a sí mismo, lo que orienta hacia el corazón de María, y con ello hacia el corazón de Cristo, así como hacia el prójimo; y sólo en este modo hace que nos encontremos con nosotros mismos”. O, como dijo en la última jornada del viaje, en la misa celebrada en Friburgo: “La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso humilde para con el prójimo y con el bien común”.
Al día siguiente, 24 de septiembre, planteó la misma meta a los jóvenes reunidos para una vigilia de oración en Friburgo. “Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y, por decirlo así, quedaros al final con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el amor de Cristo”.
La santidad, dijo a los jóvenes, no es algo raro o trasnochado. “Muchas veces se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de modo deformado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo es aquel que hace obras ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar en la propia vida”. La verdad es más sencilla: “En el Bautismo, el Señor enciende por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es santo”.
El ideal no es inasequible, pese a la inclinación al mal que hay en el interior de todos. “Cristo no se interesa tanto por las veces que flaqueamos o caemos en la vida, sino por las veces que nosotros, con su ayuda, nos levantamos. No exige acciones extraordinarias, pero quiere que su luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos”.
Alimentar la fe
Friburgo fue también escenario de una misa el domingo 25. En la homilía, el Papa destacó la necesidad de alimentar interiormente la fe, que así se traducirá en acción. Por ejemplo, “la Iglesia en Alemania tiene muchas instituciones sociales y caritativas, en las cuales el amor al prójimo se lleva a cabo de una forma también socialmente eficaz y que llega a los confines de la tierra”. Al mismo tiempo, “se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo”.
Por eso, añadió el pontífice, “preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la oración, en la participación a la Misa dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica? Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada”.
La clave de las reformas
Esta insistencia en la reforma interior fue un tema también del discurso a católicos que trabajan en distintas iniciativas eclesiales o sociales. El Papa comenzó llevando la cuestión al plano fundamental. “En las últimas décadas observamos un declive de la práctica religiosa y un considerable número de bautizados que se apartan de la vida de la Iglesia. Esto suscita una pregunta: ¿No debería cambiar la Iglesia? ¿No debería adaptar sus servicios y sus estructuras a los tiempos actuales, para así llegar a los hombres de hoy, que viven en la duda y en la búsqueda?”
Benedicto XVI contestó con un ejemplo. “En cierta ocasión, preguntaron a la beata Teresa de Calcuta qué era, a su juicio, lo primero que deberíamos cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: Usted y yo”. La Madre Teresa quería decir, por una parte, que “la Iglesia no son solo otros, no solo la jerarquía, el Papa y los obispos: la Iglesia somos todos”; y por otra, subrayaba que “todo cristiano y la comunidad entera están llamados a constante cambio”. Quizá sea necesario –explicó Benedicto XVI– cambiar sistemas o procedimientos; pero “el motivo fundamental del cambio es la misión apostólica de los discípulos y de la Iglesia misma”. O sea, “la Iglesia debe volver a dedicarse constantemente a su misión”.
Ahora bien, “en la historia de la Iglesia se manifiesta también una tendencia contraria: a que la Iglesia caiga en la complacencia en sí misma, se instale en este mundo, se haga autosuficiente y se acomode a los criterios del mundo”. Frente a eso, otra lección de la historia es que “las tendencias secularizadoras –como la expropiación de los bienes eclesiásticos, la supresión de privilegios o cosas semejantes– siempre han supuesto una profunda liberación de la Iglesia respecto a formas mundanas, pues así ella se despoja, por así decir, de su riqueza terrenal y vuelve a abrazar completamente su pobreza terrenal”.
Tal purificación no significa retirarse del mundo: todo lo contrario. “Una Iglesia liberada del peso de la mundanidad es capaz de comunicar a los hombres –tanto a los que sufren como a los que les ayudan–, también mediante las iniciativas de caridad, la fuerza vivificante de la fe cristiana”.
Son observaciones quizá particularmente oportunas en Alemania, donde la Iglesia católica no está falta de estructura y organización. Al mismo tiempo, el Papa ofrecía soluciones de fondo a los problemas de la Iglesia y respuesta a las demandas de los grupos que protestaron contra su visita.