En los viajes de Benedicto XVI no suele faltar un acto con intelectuales, políticos y representantes de la sociedad civil. Y esa es la ocasión que toma para abordar, bajo distintos aspectos, un mismo tema, al que atribuye gran importancia: la laicidad, la relación entre religión y política o –más en general– entre fe y cultura, el fundamento de la libertad y los derechos humanos. En el fondo, es el tema de la verdad y su búsqueda como aspiración común y lugar de encuentro para todos los hombres, y norma tanto de la religión como de la vida civil.
El discurso sobre este gran tema es un capítulo señalado de cada viaje de Benedicto XVI y en particular de su mensaje a Europa. Tuvieron especial resonancia los que pronunció en París (2008) y en Westminster (2010), que son más generales y en cierto modo “programáticos”. Pero también merecen atención otros centrados en aspectos concretos, como la misión de la universidad y la necesidad de las humanidades (Castillo de Praga, 2009), o el aliento de la fe para crear belleza y cultura (Lisboa, 2010).
“La religión no es una realidad separada de la sociedad, sino un componente suyo connatural, que constantemente evoca la dimensión vertical, la escucha de Dios como condición para la búsqueda del bien común”
En todos los casos, no es la Iglesia, sino la verdad, la protagonista del discurso. El Papa llama al pensamiento y a la cultura a no renunciar a la verdad, a no refugiarse en un subjetivismo cómodo que parece justificar todo pero en realidad rebaja el valor de las creaciones y las trivializa. Por otro lado, evoca lo que ya señaló en su Introducción al cristianismo (1968) y fue recogido por Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio (1998): la fe cristiana no es simple religión, o puro culto; es verdad revelada, y por tanto guía para todo hombre, junto con la verdad que la razón busca y es capaz de descubrir y la que se encuentre en cualquier credo o tradición. Por estar en el terreno común de la verdad, la fe cristiana tiene algo que decir para la edificación de la ciudad terrena.
La dimensión vertical de la sociedad
El pasado 4 de junio, Benedicto XVI volvió sobre este gran tema al hablar en el Teatro Nacional de Zagreb a políticos, académicos, empresarios, diplomáticos y representantes de otras confesiones religiosas. Comenzó con lo que podría llamarse un supuesto básico de la laicidad y la libertad religiosa: “La religión no es una realidad separada de la sociedad, sino un componente suyo connatural, que constantemente evoca la dimensión vertical, la escucha de Dios como condición para la búsqueda del bien común, de la justicia y de la reconciliación en la verdad”.
Esto funda el respeto que el poder civil debe a la religión, y a la vez la particular responsabilidad de las religiones. “La religión pone al hombre en relación con Dios, Creador y Padre de todos, y, por tanto, debe ser un factor de paz. Las religiones deben purificarse siempre según esta verdadera esencia suya para corresponder a su genuina misión”.
“La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen en buena parte de este punto ‘crítico’ que es la conciencia, de cómo es comprendida y de cuánto se invierte en su formación”
A continuación, Benedicto XVI entró en el asunto central del discurso, la conciencia. Si todos los seres humanos hemos de encontrarnos en la búsqueda de la verdad, la conciencia, como testigo de la verdad, es condición de todo entendimiento. Pensando en Europa, el Papa subrayó que la libertad de conciencia es inseparable de la verdad, porque esta constituye la base de la dignidad de la conciencia.
“Hay que confirmar y desarrollar las grandes conquistas de la edad moderna, es decir, el reconocimiento y la garantía de la libertad de conciencia, de los derechos humanos, de la libertad de la ciencia y, por tanto, de una sociedad libre, manteniendo abiertas, sin embargo, la racionalidad y la libertad en su fundamento trascendente, para evitar que dichas conquistas se autodestruyan, como debemos constatar lamentablemente en bastantes casos. La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen en buena parte de este punto ‘crítico’ que es la conciencia, de cómo es comprendida y de cuánto se invierte en su formación. Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro”.
Al servicio de la conciencia
Precisamente, dijo más adelante el Papa, la mayor aportación de la fe cristiana a la sociedad está en el ámbito de la conciencia, o sea en el servicio a la busca y al reconocimiento de la verdad. “En la formación de las conciencias, la Iglesia ofrece a la sociedad su contribución más singular y valiosa”. Un ejemplo señalado se encuentra en el campo de la formación moral, pues la enseñanza cristiana siembra actitudes básicas del buen ciudadano. En la familia primero, y luego en la parroquia, niños y jóvenes aprenden “el sentido de la comunidad fundada en el don, no en el interés económico o en la ideología, sino en el amor, que es ‘la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad’ (Caritas in veritate, 1). Esta lógica de la gratuidad, aprendida en la infancia y la adolescencia, se vive después en otros ámbitos, en el juego y el deporte, en las relaciones interpersonales, en el arte, en el servicio voluntario a los pobres y los que sufren, y una vez asimilada se puede manifestar en los ámbitos más complejos de la política y la economía, trabajando por una polis que sea acogedora y hospitalaria y al mismo tiempo no vacía, no falsamente neutra, sino rica de contenidos humanos, con una fuerte dimensión ética”.
La aportación de la Iglesia, precisó Benedicto XVI a renglón seguido, viene propiamente por medio de los laicos, “llamados a aprovechar generosamente su formación, guiados por los principios de la Doctrina social de la Iglesia, en favor de una laicidad auténtica, de la justicia social, la defensa de la vida y la familia, la libertad religiosa y de educación”.
Leer en profundidad las raíces cristianas de Europa
Tampoco faltaron en el discurso alusiones a la herencia cristiana de Europa, uno de los temas principales del mensaje. Lo tocó primero el físico croata Niko Zurak en sus palabras de bienvenida al pontífice. Benedicto XVI subrayó esta herencia llamando a la Biblia “el ‘gran código’ de la cultura europea”. Pero también advirtió que hace falta “saber leer en profundidad” las raíces cristianas del continente. O sea, hay que descubrirlas en acción en acontecimientos concretos, como la fundación de una universidad, para poder actualizar hoy su dinamismo específico. El mismo Papa hizo un ejercicio de esta lectura de las raíces sirviéndose del jesuita croata Ruđer Josip Bošković (1711-1787), cuyo tercer centenario ha movido al Parlamento croata a proclamar un “Año Bošković”.
Bošković fue teólogo, físico, astrónomo, matemático, filósofo, diplomático, poeta. Como recordó el Papa, sobre él “los expertos dicen que su teoría de la “continuidad”, válida tanto en la ciencias naturales como en la geometría, concuerda de forma excelente con alguno de los grandes descubrimientos de la física contemporánea”. Es un ejemplo sobresaliente de compenetración entre fe y ciencia. “En Bošković encontramos el análisis, el estudio de las múltiples ramas del saber, pero también la pasión por la unidad. Y esto es típico de la cultura católica”. Benedicto XVI, que con una larga serie de catequesis en las audiencias generales ha querido hacer palpable la realidad de la Iglesia en la vida de los santos, en científicos como Bošković muestra la sintonía entre razón y fe.