Como se esperaba, la conferencia mundial sobre el cambio climático (Copenhague, 7-18 de diciembre) concluyó sin sucesor del Protocolo de Kioto pero no sin haber firmado algo. La elaboración de un tratado vinculante para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) ha vuelto a quedar aplazada, por las profundas desavenencias. A cambio, a última hora se llegó a un acuerdo de principios sin compromisos concretos.
En Copenhague, los principales puntos de fricción fueron los previstos: los países desarrollados (PD) pedían a los países en desarrollo (PED) que se obligaran a metas de reducción de emisiones, y los segundos demandaban a los primeros grandes sumas de dinero en compensación por quemar menos combustible y en tecnología para adoptar energías limpias sin frenar su crecimiento económico (cfr. “Qué se juega en Copenhague”, Aceprensa, 2-12-2009).
Pero no fue una simple confrontación entre ricos y pobres. Grandes países en posición intermedia, China sobre todo, y también India y Brasil, complicaron las negociaciones jalando por ambos extremos de la cuerda. Como economías emergentes y grandes emisores de GEI, tenían que ofrecer reducciones; como países aún fuera del club de la abundancia, exigían mayor esfuerzo a los PD pero sin poder reclamar para sí tantas subvenciones como los de más abajo.
China, la primera fuente mundial de GEI, fue la máxima expresión de esa postura. Anunció su propia meta de reducción, no en términos absolutos, sino en relación con el crecimiento del PIB, y se negó de plano a que un organismo internacional controlase si cumplía. Con esas condiciones, los PD no estaban dispuestos a adquirir compromisos, y el menos dispuesto era Estados Unidos, segundo emisor del mundo, si bien tampoco podía mientras el proyecto de ley que debe fijar metas seguía sin ser alumbrado por el Senado.
China quiere ir por su cuenta
Al final, China, por no someterse a verificaciones ni metas fuera de las suyas propias, impidió todo acuerdo en reducciones precisas, aunque por parte de los demás había amplio consenso en un 50% menos para todo el mundo en 2050 y un 80% menos para los PD. Así, el Acuerdo de Copenhague no trae objetivo alguno de emisiones. Al menos, esa es la versión dada por el ministro británico de Energía y Cambio Climático, Ed Miliband, en un artículo (The Guardian, 20-12-2009); sin citarlo, un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino ha rechazado enérgicamente el reproche.
La mano de China se nota además en el punto 5 del Acuerdo de Copenhague, donde se dice que las “acciones de mitigación” que emprendan los Estados no obligados a reducir emisiones en el Protocolo de Kioto serán evaluadas según “criterios claramente definidos que aseguren el respeto de la soberanía nacional”. Tales iniciativas se tendrán en cuenta para medir si bajan las emisiones. Pero si los PED aspiran a ayudas para financiarlas, tendrán que someterse a verificación internacional.
De los PD se espera más que acciones de mitigación. Los 38 países obligados por el Protocolo de Kioto tendrán que ponerse de acuerdo en metas para 2020 y comunicarlas antes de febrero próximo (punto 4).
Hay, en cambio, números en lo que se refiere al dinero (punto 8). Los PD prometen dar una suma cercana a 30.000 millones de dólares en el bienio 2010-2012 para ayudar a los PED a reducir emisiones o adaptarse al cambio climático. Estas asignaciones deberán crecer hasta alcanzar 100.000 millones de dólares anuales en 2020. Para encauzar las ayudas, se establecerá un nuevo instrumento, el Fondo Verde Copenhague para el Clima (punto 10), aunque ya existen otros organismos con similares funciones, creados a raíz de la Convención de Río. Pero la concreción termina cuando se trata de decir de dónde saldrá el dinero y cómo se contará; el punto 8 señala solo que “estos recursos provendrán de una amplia variedad de fuentes, públicas y privadas, bilaterales y multilaterales, incluidas fuentes de financiación alternativas”.
Las negociaciones para redactar un tratado continuarán en 2010, y habrá una nueva conferencia en México a finales del próximo año. Indicio de que no se confía en que habrá éxito es que el Protocolo de Kioto vence en 2012, pero el cumplimiento del Acuerdo de Copenhague no se evaluará hasta 2015, según estipula el punto 12 y último del mismo texto.
El esperado tratado de ámbito mundial, con obligaciones para todos, parece muy difícil de alcanzar. Es más probable que los progresos vengan de convenios menos ambiciosos y de la colaboración entre grupos de países. Ahora bien, ¿es imprescindible el consenso universal? Tal vez haga falta una solución similar a la adoptada por la Unión Europea cuando aceptó más países miembros y en muchos temas la unanimidad dejó de ser factible: la “cooperación reforzada” permite las iniciativas de los que quieren llegar más lejos, sin que queden bloqueadas por los que no quieren. En materia de cambio climático, el problema es que para el planeta solo cuenta el balance agregado de todas las naciones. Pero si de hecho no hay manera de poner de acuerdo al mundo entero, habrá que atenerse al dicho de que lo mejor es enemigo de lo bueno.