El visitante que ya conozca el museo Reina Sofía puede llevarse muchas sorpresas en un nuevo recorrido por las más de 400 novedades que alberga en su colección permanente desde el mes de junio. Claves interpretativas y diversidad de miradas se muestran imprescindibles para que el visitante disfrute plenamente.
El Museo Reina Sofía, con más de 1.818.000 visitantes en 2008 y un aumento del 15,7% respecto al año anterior, es el segundo más frecuentado en Madrid después del Prado (2.759.000 visitantes). Pero también es el que permite miradas más diversas, y no solo por sus exposiciones temporales. Como se indica en uno de los planos-guía, la voluntad del museo es hacer circular algunas obras, de manera que la presentación de los fondos de la colección ya no es tan “permanente” sino que se renovará de forma periódica. Los fondos son de 17.290 obras y hay más de un millar de obras expuestas.
También hubo exhibicionismo provocativo, aunque poco representado en las obras de la sala 104, en el movimiento Fluxus, nombre acuñado por Maciunas. Es un movimiento radical y experimental que se desarrolló más en actividades y happenings que en obras u objetos artísticos.
Mirar esas obras supone incluso dudar de su denominación de artísticas, porque están precisamente en el museo porque fueron un grito contra el arte tal como era concebido. Objetos expuestos en la sala 104 muestran que el estatuto de la obra de arte, el rol del artista y la percepción del público se ponen en duda a partir de 1960 en Europa. Las actividades desarrolladas en los sesenta, se hicieron al margen del mercado del arte y para minar el arte como algo elitista por definición.
El arte norteamericano de los sesenta y setenta nos lleva a la abstracción modernista, en que se elimina cualquier huella de significado a la vez que se amplifican los estímulos sensoriales para lograr una experiencia inmediata y pura: la visión. A mediados de los sesenta, el Minimal transgrede este umbral de visualidad pura para reivindicar la naturaleza física, corpórea y temporal de la experiencia, en este caso la del espectador, y rechaza los medios tradicionales del arte para emplear los materiales, las tecnologías de la sociedad industrial.
El land art, surgido en los sesenta, quería disolver otros vínculos que se mostraban ineludibles, como el circuito de estudio, museo y galería, o la distinción entre documento y monumento. El Spiral Jetty de Robert Smithson está diversificado en una película sobre el proceso de construcción de una escultura de 6000 toneladas en el Lago Salado de Utah, que también es una narración y que sólo puede verse completa desde un avión.
También se exponen los dibujos para el guión cinematográfico en su propia realidad independiente. ¿No supone ésta y otras o, más bien, casi todas las obras y objetos de este museo una reflexión -materializada en un vídeo o fotografía o esbozo u objeto plástico- sobre lo que es o ha de ser o ya no puede ser el arte en un determinado momento del siglo XX? ¿No resulta paradójico que estas obras, que se hicieron con y para grandes espacios naturales sean ahora contemplados en un limitado espacio de la sala 104 de un Museo?
Las reflexiones que suscita la colección llevan a considerar el arte del siglo XX como algo más complejo de lo que podría parecer a una mirada superficial y apresurada. Cada sala y casi cada obra requiere una mirada concreta, pertrechada de referentes históricos, sociales, literarios y filosóficos, para este Centro de Arte, exponente artístico de la complejidad y de lo inabarcable del pasado siglo.