El mundo no ha logrado reducir las emisiones de CO2, y probablemente se quedará un 25% por debajo de la meta fijada en el protocolo de Kioto para 2010. Pero en el último año y medio ha habido un cambio de tendencia, y por fin han bajado las emisiones. No se debe a un repentino esfuerzo de los gobiernos para hacer por fin lo que antes no habían hecho. La buena noticia hay que agradecerla a la recesión económica, que ha frenado la actividad industrial y el consumo de energía.
La repercusión de la crisis en las emisiones de carbono es analizada en el World Energy Outlook 2009 de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). El informe se hará público el próximo 10 de noviembre, pero la AIE ha querido difundir un anticipo para animar las negociaciones con vistas a la conferencia de Copenhague (7-18 de diciembre de 2009), donde se intentará concluir un nuevo acuerdo para sustituir al de Kioto después de que este expire en 2012.
El anticipo dice que se espera un descenso de las emisiones en 2009, pero no dice cuánto ni incluye el análisis del fenómeno. Solo dice que las mediciones recientes han obligado a rebajar la previsión de emisiones para 2020 con respecto a la del World Energy Outlook 2008. En concreto, se estima un 5% menos (34,5 gigatoneladas en vez de 36,4). Tres cuartos de esa disminución se deben a la presente crisis económica, y solo el cuarto restante a las políticas e inversiones para combatir el cambio climático. (El informe cuenta solo las emisiones relacionadas con la producción y el uso de energía, pero las restantes son muy pequeñas en comparación.)
El documento incluye también un resumen de las estimaciones del coste y los beneficios que tendrían las medidas necesarias para que la concentración atmosférica de gases con efecto invernadero quede estabilizada en unas 450 partes por millón hacia 2045. Haría falta unas inversiones adicionales acumuladas de casi 2,4 billones de dólares de 2010 a 2020, y unos 8,1 billones de 2010 a 2030. A cambio, el mundo se ahorraría 8,6 billones en combustible en el periodo 2010-2030.
El costo se distribuiría desigualmente entre distintas medidas. La más rentable sería la inversión en energía nuclear, que daría una reducción de una tonelada de carbono por cada 250 dólares empleados en 2010-2020. En cambio, bajar una tonelada poniendo dinero en las energías renovables costaría un poco más del triple. Lo más caro, a 850 dólares por tonelada, sería mejorar la eficiencia en el consumo de energía por parte de los usuarios finales (entidades y particulares), lo que incluye el transporte, fuente de alrededor de un quinto de las emisiones mundiales de carbono.
Pero en términos absolutos, la reducción de emisiones que cabe esperar del recurso a la energía nuclear es pequeña, según los cálculos de la AIE (493 megatoneladas hasta 2020), y las renovables no darían mucho más (680 megatoneladas). El capítulo donde más se puede disminuir y donde más falta hace conseguirlo es el que más emisiones origina. En efecto, actuando en el uso final de la energía se podrían bajar las emisiones en 2.284 megatoneladas y se estaría en camino de alcanzar la meta de 450 partes por millón. Pero eso requeriría 1,9 billones de dólares en diez años.
En Copenhague se hablará de dinero
Aunque la AIE “prometa” ahorros superiores a los gastos si se hacen tan colosales inversiones, de momento el elevado costo es el principal obstáculo al acuerdo para renovar el protocolo de Kioto, más aún en la presente coyuntura económica, dice un análisis publicado en el New York Times (15-10-2009). En Kioto se acordó que los países desarrollados empezaran a disminuir sus emisiones y pagar la factura correspondiente, mientras a los otros se concedió una exención provisional y tiempo para prepararse. Ese plazo está próximo a cumplirse. Ahora, para lograr una reducción sustancial de las emisiones no basta la acción de las naciones ricas (aunque se portaran mejor que hasta ahora): hace falta también ayudar a los países en desarrollo -sobre todo a gigantes como China, India o Brasil- a adoptar las costosas tecnologías que les permitan emitir menos.
El proyecto de acuerdo que se discute para llevar a Copenhague exigiría de los países desarrollados alrededor de 100.000 millones de dólares anuales desde 2020 para financiar la conversión energética de los otros. Los ricos no parecen dispuestos a aceptar ese pagaré, y los otros no firmarán ningún acuerdo que no les garantice las subvenciones necesarias para cumplir las metas.
Los precedentes no son alentadores. En otra conferencia de la Convención sobre el Cambio Climático (Bali, diciembre de 2007) se decidió crear un Fondo de Adaptación, para ayudar a los países en desarrollo a financiar proyectos contra el cambio climático. Se tenía que alimentar de una tasa del 2% sobre las transacciones en el mercado mundial de emisiones establecido por la ONU, y de aportaciones voluntarias de los países ricos. La tasa es incipiente, y las esperadas donaciones de los países ricos no se han hecho realidad hasta ahora, de modo que, al cabo de dos años, el Fondo solo tiene 18 millones de dólares.
Las ofertas concretas hechas en vísperas de la conferencia de Copenhague quedan lejos del coste estimado para la adaptación. En septiembre la Unión Europea propuso un plan por el que los países desarrollados darían entre 22.000 y 50.000 millones de dólares anuales, de los que la propia Unión pondría de 2.000 a 15.000 millones.
En la última reunión del G-20, el mes pasado en Pittsburgh, hubo buenas palabras pero ninguna promesa de dinero nuevo. Durante la anterior cita del club, en Londres el pasado abril, se habló de lo mismo, y Alemania y Francia adelantaron la idea de que sacarían dinero para el Fondo de Adaptación quitando de otras ayudas al desarrollo. La sugerencia fue muy mal recibida por los futuros beneficiarios. El ministro indio de Hacienda dijo enérgicamente que las subvenciones a los países en desarrollo para reducir emisiones no deben ser a costa de otras ayudas monetarias.
Lomborg: reducir emisiones sale demasiado caro
La dificultad de pagar siempre ha sido señalada por Bjørn Lomborg, el “ecologista escéptico”, muy crítico con el costo del protocolo de Kioto. En un comentario para Newsweek (7-09-2009), insiste en abandonar metas inasequibles y buscar fórmulas que den fruto y se puedan costear.
“El minucioso trabajo de los principales científicos del clima –dice Lomborg– muestra que la actividad humana está calentando el planeta. (…) Pero las investigaciones indican también que muchas de las predicciones más alarmantes descritas en películas y en medios de comunicación –un muro de agua de seis metros, por ejemplo– son extremadamente improbables”.
Además, prosigue Lomborg, la única solución que se plantea es reducir fuertemente las emisiones. Tal estrategia ha fracasado y seguirá fracasando, dice. Es prohibitiva o no ofrece más que resultados muy modestos. Limitar el aumento de la temperatura a 2 grados a base de bajar las emisiones de los países industrializados acabaría costando casi el 13% del PIB mundial hacia final del siglo. Un mercado de licencias de emisiones como el que está en trámite en el Congreso de EE.UU. sería más asequible, pero aunque lo adoptara el mundo entero la temperatura media bajaría solo 0,22 grados en el curso del siglo.
Lomborg propone fijar metas no de emisiones, sino de inversiones en tecnología y en energías limpias.