En varios países europeos, entre ellos España, se ha aprobado la comercialización de Gardasil, vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), virus sexualmente transmisible que puede causar cáncer de cuello de útero. Sin embargo, entre los especialistas de salud pública hay serias dudas sobre la conveniencia de una vacunación sistemática de las preadolescentes. En unas declaraciones a Le Monde (9 julio 2008), el profesor Claude Béraud, miembro del Consejo médico y científico de la Mutualidad francesa, explica los interrogantes que pesan sobre esta vacunación.
Béraud aduce tres razones para justificar una moratoria. En primer lugar, la capacidad de la vacuna para reducir la frecuencia y la mortalidad del cáncer de cuello de útero no es bien conocida, pues su comercialización es demasiado reciente. En segundo lugar, se ignora el nivel de eficacia de la vacuna. “Se sabe solo que es eficaz para proteger a las adolescentes y jóvenes contra las infecciones ligadas a los dos tipos más peligrosos de VPH, de entre los doce que inducen riesgos elevados, pero no se sabe si esta protección reduce la frecuencia del cáncer de cuello de útero”.
En tercer lugar, según las estimaciones epidemiológicas más optimistas, “la vacunación de toda la población adolescente llevaría, en 2060, a una reducción del 10% de la mortalidad por este cáncer, lo que en Francia supondría 100 mujeres al año. El coste de esta eficacia clínica sería muy elevado”. En España se ha calculado que vacunar a una cohorte de niñas (tres inyecciones son necesarias) costaría 125 millones de euros al año.
Otro de los interrogantes sobre el Gardasil es la duración de la inmunidad que concede. “Es probablemente superior a seis años -explica Béraud- pero, sin dosis de recuerdo, quizá es insuficiente para que la vacuna conserve su eficacia potencial toda la vida”.
Como riesgo indirecto, “posiblemente elevado”, Béraud señala que la vacuna llevaría a las jóvenes a descuidar la realización de frotis (citología vaginal), que permite detectar ese tipo de cáncer, y a descuidar la protección frente a enfermedades sexualmente transmisibles.
Béraud se muestra categórico al responder que la vacuna es menos eficaz que el frotis para reducir el número de muertes por este tipo de cáncer. Los frotis evitan “al menos el 80% de los cánceres de cuello de útero, mientras que la vacuna, aunque su eficacia respondiera a las esperanzas de los laboratorios, lo que es altamente improbable, no podría prevenir más que el 70% de los cánceres ligados a los tipos de VPH presentes en la vacuna”.
Cuando le preguntan si es necesario vacunar a las adolescentes, Béraud ve necesario restablecer la realidad del riesgo, frente a la angustia suscitada por campañas mediáticas. “El miedo no está justificado, pues, en esta población, el riesgo de desarrollar un cáncer de cuello de útero antes de los 74 años es del 0,6%, riesgo que disminuye de año en año”. Y distingue dos situaciones. En el caso de una adolescente que no ha tenido relaciones sexuales, muy probablemente no está infectada por un VPH, y una vacunación puede reducir, tres años más tarde, un 0,8% el riesgo de aparición de una lesión de cuello de útero. Pero no le dispensará de la realización de un frotis.
En el caso de una joven que tiene ya relaciones sexuales, “la utilidad de la vacunación es muy escasa, pues el riesgo de estar infectada por un VPH es del 30% al 50%, pero en el 90% de los casos esas infecciones curan espontáneamente en los dos años siguientes”. El valor añadido de la vacuna es insuficiente para que esté aconsejada y lo que debe hacerse con regularidad es un frotis para prevenir el cáncer.