En su mensaje a la Iglesia en los Estados Unidos, Benedicto XVI ha sabido destacar los puntos fuertes y los riesgos propios de la mentalidad americana. Ha hablado mucho de libertad, insistiendo que está fundamentada en la verdad. Ha exhortado a la coherencia entre fe y vida. Y ha hecho una llamada a empezar una nueva etapa en la Iglesia, tras la crisis que ha vivido en los últimos tiempos, no sólo a causa de los escándalos de algunos sacerdotes, sino también por motivo de las divisiones internas.
Benedicto XVI elogió, de una parte, el clima de libertad religiosa que históricamente ha permitido que “todos los creyentes hayan encontrado aquí la libertad de adorar a Dios según los dictámenes de su conciencia”; de otra, advirtió el riesgo individualista de una religiosidad a la carta. También ha alabado que, dentro de la separación de Iglesia y Estado, las creencias religiosas sean una fuente de inspiración en la vida política; pero a la vez ha hecho repetidas llamadas para que exista coherencia entre la fe y la vida práctica de los católicos.
El discurso más programático y de más amplio espectro fue el que dirigió a los obispos en el Santuario de la Inmaculada Concepción.
Aun reconociendo que el país “está marcado por un auténtico espíritu religioso”, Benedicto XVI señaló algunas barreras que impiden el encuentro del hombre con Dios: materialismo, individualismo, incoherencia de vida.
La religión no es un asunto solo privado
En una sociedad que da mucho valor a la autonomía, es fácil adoptar una actitud individualista, que olvida las responsabilidades hacia los demás. “Esta acentuación del individualismo ha influido incluso en la Iglesia -advirtió el Papa-, dando origen a una forma de piedad que a veces subraya nuestra relación privada con Dios en detrimento de la llamada a ser miembros de una comunidad redimida”. Más adelante, en respuesta a la pregunta de un obispo, el Papa volvió a referirse a este planteamiento ecléctico de la fe: “Alejándose de la perspectiva católica de ‘pensar con la Iglesia’, cada uno cree tener derecho de seleccionar y de escoger, manteniendo los vínculos sociales pero sin una conversión integral e interior a la ley de Cristo”. Y puso un ejemplo claro: “el escándalo provocado por católicos que promueven un presunto derecho al aborto”.
La llamada a la coherencia entre fe y vida fue un leit motiv en sus intervenciones. “¿Es acaso coherente -se preguntaba ante los obispos- profesar nuestra fe el domingo en el templo y luego, durante la semana, dedicarse a negocios o promover intervenciones médicas contrarias a esta fe… o adoptar posiciones que contradicen el derecho a la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural?” “Es necesario resistir a toda tendencia que considere la religión como un hecho privado”, recalcó. “Sólo cuando la fe impregna cada aspecto de la vida, los cristianos se abren verdaderamente a la fuerza transformadora del Evangelio”.
Un testimonio claro en la vida pública
También se refirió a la intervención de los obispos “en el intercambio de ideas en la vida pública”, ante leyes que tienen implicaciones morales. “En un contexto en el que se aprecia la libertad de palabra y se favorece un debate firme y honesto, la vuestra es una voz respetada que tiene mucho que ofrecer a la discusión sobre las cuestiones sociales y morales de actualidad”.
En estas cuestiones, la comunidad católica “debe ofrecer un testimonio claro y unitario”, en el que sobre todo “es crucial el papel de los fieles laicos para actuar como levadura en la sociedad”.
En especial destacó la importancia de ofrecer este testimonio ante la situación de la familia, cuando “el divorcio y la infidelidad están aumentando, y muchos hombres y mujeres jóvenes deciden retrasar la boda o incluso evitarla completamente”. Ante esto, afirmó el Papa, “es vuestro deber proclamar con fuerza los argumentos de fe y de razón que hablan de la institución del matrimonio, entendido como compromiso de por vida entre un hombre y una mujer, abierto a la transmisión de la vida”.
Respetar a los niños
En este contexto el Papa se refirió a los casos de abuso sexual de menores por parte de sacerdotes, tema que abordó en diversos momentos del viaje. El Papa lo calificó de “comportamiento gravemente inmoral”, que “causa profunda vergüenza”, y reconoció que esta grave crisis que estalló en la Iglesia de EE.UU. en 2002 fue “en ocasiones mal abordada” por parte de los obispos. Después, cuando se advirtió la dimensión y gravedad del problema, “habéis podido adoptar medidas de recuperación y disciplinares más adecuadas, y promover un ambiente seguro que ofrezca mayor protección a los jóvenes”. También reconoció que “la inmensa mayoría de los sacerdotes y religiosos en América llevan a cabo una excelente labor”.
De hecho, según el informe final realizado por un organismo independiente (John Jay College of Criminal Justice), en un periodo de 52 años hubo acusaciones de este tipo contra 4.392 sacerdotes, lo que supone el 4% del total de sacerdotes que ejercieron entre 1950 y 2002. La distribución de las víctimas por edad y sexo muestra que los abusos fueron, en su mayor parte, de naturaleza homosexual contra niños. La distribución de casos por épocas indica cuándo se generó la crisis: la década de los años setenta -la del más agudo desconcierto postconciliar- es la de mayor número de casos, y más de dos tercios de los acusados fueron ordenados antes de 1980 (cfr. Aceprensa 36/04).
Al evocar esta crisis, Benedicto XVI la situó dentro del contexto más amplio de “la vulgar manipulación de la sexualidad hoy tan imperante”. “¿Qué significa hablar de la protección de los niños cuando en tantas casas se puede ver hoy la pornografía y la violencia a través de los medios de comunicación ampliamente disponibles?”, preguntó el Papa. “Los niños tienen derecho a crecer con una sana comprensión de la sexualidad y de su justo papel en las relaciones humanas”.
Directrices para la renovación
Al responder a preguntas de los obispos y en la homilía que pronunció ante unos 45.000 fieles en el Nationals Park (Washington), Benedicto XVI dio otras orientaciones para la renovación espiritual de la Iglesia en EE.UU.
En una sociedad que tiene justamente en alta consideración la libertad personal, la Iglesia debe hacer “una apología encaminada a afirmar la verdad de la revelación cristiana, la armonía entre fe y razón, y una sana comprensión de la libertad, considerada en términos positivos como liberación tanto de las limitaciones del pecado como para una vida auténtica y plena”.
Habló de salir a buscar a aquellas personas que “han perdido el camino sin haber rechazado conscientemente la fe en Cristo, pero que, por una u otra razón, no han recibido fuerza vital de la liturgia, de los sacramentos, de la predicación”. Se trata de volver a hablar de “salvación” y de esperanza en la vida eterna, dos aspectos que han sufrido un eclipse en los últimos tiempos.
Evangelizar la cultura
El mundo necesita el testimonio de los católicos, dijo el Papa en su homilía en Nationals Park. Para darlo es preciso también “cultivar un modo de pensar, una ‘cultura’ intelectual que sea auténticamente católica, que confía en la armonía profunda entre fe y razón, y dispuesta a llevar la riqueza de la visión de la fe en contacto con las cuestiones urgentes que conciernen al futuro de la sociedad americana.”
La Iglesia da continuamente la esperanza de un nuevo comienzo a través de la gracia de Dios que ofrece en el sacramento de la Penitencia. “La fuerza liberadora de este sacramento, en el que la sincera confesión de nuestros pecados encuentra la palabra misericordiosa de perdón y de paz de parte de Dios, necesita ser redescubierta y reapropiada por cada católico. En buena parte, la renovación de la Iglesia en América y en el mundo depende de la renovación de la práctica de la Penitencia y del crecimiento en santidad que este sacramento inspira y realiza”.
También en la homilía de la Misa en el Yankee Stadium de Nueva York ante 57.000 fieles, el Papa subrayó que “la verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres”.
Acoger a los inmigrantes
La integración de los inmigrantes, sobre todo de origen hispano, en la Iglesia de EE.UU. fue subrayada en diversos momentos por Benedicto XVI. A los obispos les animó a “seguir acogiendo a los inmigrantes que se unen hoy a vuestras filas, compartir sus alegrías y esperanzas, acompañarlos en sus sufrimientos y pruebas, y ayudarlos a prosperar en su nueva casa”.
Y al final de la homilía en el Nationals Park saludó en español a los fieles de esta lengua, diciéndoles que la Iglesia en EE.UU. “ha ido creciendo gracias también a la vitalidad del testimonio de fe de los fieles de lengua española. Por eso el Señor los llama a seguir contribuyendo al futuro de la Iglesia en este país”. Actualmente, hay 30 millones de católicos de origen hispano, lo que supone el 35% del total de católicos del país, y más del 50% entre los menores de 25 años.
Evitar las divisiones
Benedicto XVI alentó a la Iglesia en EE.UU. a pasar la página de la crisis que ha vivido en los últimos años, no sólo a causa de los escándalos de algunos sacerdotes, sino también por motivo de las divisiones que surgieron tras el Concilio Vaticano II. Al dirigirse a unos tres mil sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, que asistieron en la catedral de San Patricio a la celebración eucarística presidida por el Papa, Benedicto XVI les animó a dar una visión esperanzada y alegre del mensaje cristiano: “Quizás hemos perdido de vista que en una sociedad en la que la Iglesia parece a muchos que es legalista e ‘institucional’, nuestro desafío más urgente es comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios”, aclaró.
Para hablar de la luz de la fe, utilizó una comparación entre las vidrieras de la catedral de San Patricio y el misterio de la Iglesia: “Vistos desde fuera, estos ventanales parecen oscuros, recargados y hasta lúgubres. Pero cuando se entra en el templo, de improviso toman vida; al reflejar la luz que las atraviesa, las vidrieras revelan todo su esplendor. (…) Solamente desde dentro, desde la experiencia de fe y de vida eclesial, es como vemos a la Iglesia tal como es verdaderamente: llena de gracia, esplendorosa por su belleza, adornada por múltiples dones del Espíritu”. De ahí que los cristianos estén llamados a atraer hacia dentro de este misterio a “un mundo que es propenso a mirar ‘desde fuera’ a la Iglesia, igual que a aquellos ventanales: un mundo que siente profundamente una necesidad espiritual, pero que encuentra difícil entrar en el misterio de la Iglesia”.
Para Joseph Ratzinger, que fue perito en el Concilio Vaticano II, “una de las grandes desilusiones” que siguieron fue “la experiencia de división entre diferentes grupos, distintas generaciones y diversos miembros de la misma familia religiosa”. Ahora, como sucesor de San Pedro, hizo una llamada a la unidad: “¡Podemos avanzar sólo si fijamos juntos nuestra mirada en Cristo! Con la luz de la fe descubriremos entonces la sabiduría y la fuerza necesarias para abrirnos hacia puntos de vista que no siempre coinciden del todo con nuestras ideas o nuestras suposiciones”, aseguró.
La identidad de las universidades católicas
Había mucha expectación ante el discurso que iba a dirigir el Papa a los presidentes de 220 colleges y universidades católicas, y a los dirigentes de las escuelas parroquiales, reunidos en la Universidad Católica de América, la única dirigida por los obispos.
En el ámbito católico americano hay una discusión abierta sobre la identidad de las universidades que llevan el nombre de católicas. Hay quien dice que en la enseñanza y en el campus de muchas de estas universidades, donde estudian 785.000 alumnos, no se nota su carácter católico. Frente a esta crítica, dirigentes de estas universidades responden que hay que defender la libertad académica de estas instituciones para que puedan estar a la altura de las demás universidades.
Ante los presidentes de las universidades católicas, el Papa que ha dedicado tantos años a la vida universitaria ha reiterado “el gran valor de la libertad académica. En virtud de esta libertad, ustedes están llamados a buscar la verdad allí donde el análisis riguroso de la evidencia los lleve. Sin embargo, es preciso decir también que toda invocación del principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradigan la fe y la enseñanza de la Iglesia obstaculizaría o incluso traicionaría la identidad y la misión de la Universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia y en modo alguno es autónoma o independiente de la misma.”
Los docentes y administradores de estas instituciones deben asegurar que la visión cristiana “modele cualquier aspecto de la vida institucional, tanto dentro como fuera de las aulas escolares. Distanciarse de esta visión debilita la identidad católica y, lejos de hacer avanzar la libertad, lleva inevitablemente a la confusión tanto moral como intelectual y espiritual”.
El Papa quiso dejar claro que la identidad de una universidad o de una escuela católica no depende solo del número de estudiantes católicos “ni se puede equiparar simplemente con la ortodoxia del contenido de los cursos”. “Es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre?”, ha preguntado el Papa. Este servicio a la verdad es la mejor contribución que la Iglesia y sus instituciones educativas pueden hacer a la sociedad.