La agricultura y el comunismo nunca se han llevado muy bien. Las salidas a esta incompatibilidad suelen ser una retirada del Estado en favor de fórmulas privadas, camino que parece emprender Cuba, o que la población pague el precio de la escasez, como se obstina en hacer Corea del Norte, que afronta una nueva crisis.
Dentro de las reformas emprendidas por Raúl Castro, el gobierno cubano ha empezado a descentralizar la agricultura, controlada por el Estado, con la esperanza de relanzar la producción. Cuba importa actualmente el 84% de los alimentos básicos, como arroz, trigo, leche en polvo y fríjol, con un gasto de 1.500 millones de dólares, y los vende racionados y altamente subsidiados. Pero en un contexto mundial de alza de precios de los alimentos, esta política es insostenible.
Para estimular la producción, el gobierno ha puesto en marcha una serie de cambios que suponen dar más oxígeno a la iniciativa de los agricultores. Por una parte, ya en 2007 se duplicaron o triplicaron los precios a los que el Estado compra la producción a los campesinos. Se han revalorizado así los precios de la carne, la leche, las patatas y el tabaco. Además, los agricultores podrán vender directamente sus cosechas a instituciones locales y a escuelas y hospitales. Actualmente una parte de la producción es comprada por el Estado a precios fijos y el resto es vendido en el mercado.
En los almacenes de algunas provincias se ha empezado a vender utillaje agrícola, que hasta ahora era distribuido por el Estado. No se trata de tractores ni de máquinas, sino de instrumentos sencillos (azadas, hoces, machetes, herbicidas…), que se venden en pesos convertibles (equivalentes al dólar), reservados a los poseedores de divisas.
Al mismo tiempo se ha emprendido un proceso de descentralización. La toma de decisiones, desde el reparto de tierras a la asignación de recursos, ya no dependerá del Ministerio de Agricultura en La Habana sino de las autoridades municipales.
En Cuba operan actualmente unas 250.000 granjas familiares y 1.100 cooperativas privadas, que cultivan el 30% de la tierra disponible y producen más de la mitad de los alimentos del país. Las cooperativas estatales son poco eficientes.
Otra crisis en Corea del Norte
En Corea del Norte está empeorando la crónica escasez de alimentos, según informaciones recogidas por Good Friends, un grupo budista de ayuda con base en Seúl y contactos en el Norte.
Una combinación de factores ha contribuido a agravar la escasez. Las inundaciones mermaron la cosecha de otoño del pasado año entre un 11% y un 13%, según informes de agencias de ayuda. El aumento de precio de los cereales en el mercado mundial ha reducido las posibilidades de importación. China, el proveedor tradicional, ha puesto tasas a la exportación de cereales, para evitar que suban los precios internos. Y, debido a las tensiones políticas entre Corea del Norte y del Sur, Seúl no ha enviado todavía este año la tradicional asistencia alimentaria.
Los problemas de abastecimiento se han reflejado en que el régimen ha reducido drásticamente las raciones de comida en la capital Pyongyang, cuyos habitantes suelen estar mejor que los de las zonas rurales.
Un portavoz del World Food Program (WFP), agencia de la ONU que tiene oficina en Pyongyang, ha dicho que la situación es probablemente peor que la del año pasado. En 2006 se estimaba que Corea del Norte tenía un déficit alimentario de 800.000 toneladas de cereales, equivalente al 15% de las necesidades. El WFP firmó con el gobierno norcoreano un acuerdo en mayo de 2006 para un programa de dos años de duración en el que distribuiría 150.000 toneladas de alimentos a 1,9 millones de personas.
En la hambruna que sufrió Corea del Norte en los años noventa, se estima que murió un millón de personas, de una población total de 23 millones.