Ciencia “objetiva” e ideología

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En 1972 el doctor John Money presentó una prueba que parecía hacer irrefutable el hecho de que la identidad de género depende de la educación recibida. Ilustró el caso de un gemelo monocigótico cuyo pene había sido destruido durante una operación de circuncisión. Se trata del célebre caso de los gemelos Bruce y Brian Reimer. Los padres del niño acudieron a Money, el cual les aconsejó que le hicieran castrar y lo educaran como si fuera una mujer.

Money contó que el cambio de sexo había sido un éxito, y explicó que el niño se había adaptado perfectamente a su identidad femenina, en comparación con el otro hermano, que se adaptó a su identidad masculina.

Un cambio no aceptado

(…) En 1997 el doctor Milton Diamond, experto en el efecto prenatal de la testosterona sobre la organización cerebral, reveló que el doctor Money había mentido respecto de su experimento.

Diamond (…) buscó y localizó al gemelo y descubrió que (…) el niño no había aceptado jamás ser una niña, y jamás se adaptó al papel femenino. (…) Se veía rechazado en la escuela por las demás niñas. Pronto manifestó tendencias lesbianas, pues le gustaban sus compañeras, a pesar de las hormonas que le obligaron a tomar. A la edad de 14 años mostró tendencias suicidas. (…)

Cuando supo que era un chico, decidió llevar una vida de hombre y se sometió a intervenciones de cirugía reconstructiva sumamente complicadas (Milton Diamond and H.K. Sigdmundson, “Sex reassigment at birth”, Archives of Pediatrics, nº151, marzo de 1997, págs. 298-304). Terminó casándose con una mujer. (…) Las investigaciones sobre exposición prenatal a las hormonas ha demostrado que ya antes del nacimiento los cerebros masculinos y femeninos son notablemente diversos. (…)

La Samoa inventada

El prestigio adquirido por Margaret Mead con su obra Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, publicado en 1928, es uno de los más sorprendentes fraudes del siglo XX. Decir que Mead es un fraude, en el ámbito feminista es una auténtica herejía, pero el caso de esta ilustre antropóloga, quizás la más famosa del siglo XX, vuelve a ser el de una persona que construye sus teorías como una especie de justificación de sus propias prácticas, transfiriendo sus planes personales aberrantes a sus concepciones sociales. (…)

Mead era declaradamente bisexual, tuvo tres matrimonios heteros y dos amantes lésbicas de largo plazo (…). Todo ello además de la práctica del amor libre cuando le era posible.

Mead describe la isla de Samoa como un paraíso sexual liberado de todas las represiones que siguen existiendo en Occidente por culpa del cristianismo: “En Samoa el amor romántico tal y como se da en nuestra civilización, inseparablemente unido a las ideas de monogamia, la exclusividad, los celos y la fidelidad, no tiene lugar”. En aquella isla lo normal era la práctica libre del sexo heterosexual y homosexual, todo ello “de manera ocasional y placentera”. La única disidencia a esta idílica explosión sensual eran los misioneros cristianos, “cuya oposición es tan vana, que sus protestas se consideran irrelevantes” (Margaret Mead, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, Paidós Ibérica, Barcelona, 1995).

(…) En 1983, Derek Freeman publicó su obra sobre el mito de Samoa, en su libro, Margaret Mead y Samoa: deshaciendo un mito de la antropología (…). Mead estuvo nueve meses en Samoa y no hablaba su dialecto. Freeman dedicó a su investigación casi medio siglo y hablaba el dialecto samoano de manera perfecta.

Según este último, en lugar de estar construida sobre la promiscuidad, la sociedad samoana estaba en realidad construida sobre la veneración de la virginidad, una veneración que el cristianismo no se inventó, pues la tradición religiosa politeísta de Samoa reservaba a las vírgenes ceremoniales llamadas taupous la más alta consideración de su escala social. (…) Frente a la libertad matrimonial y el rechazo de la monogamia, los samoanos se tomaban la exclusividad matrimonial con la mayor seriedad, y hasta rigurosidad que se pueda observar. (…) La antropóloga Mead “con demasiada frecuencia encontró en las sociedades primitivas lo que esperaba establecer en la suya propia” (Benjamin D. Wiker).

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