La reconversión de la Universidad en Europa

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La Universidad no es una excepción al empeño de una Europa unida. Desde hace años está en marcha el llamado Proceso de Bolonia, con el objetivo de que los países europeos unifiquen sus sistemas universitarios. La meta es que en 2010 esté totalmente implantado un Espacio Común de Educación Superior, que pueda competir con las mejores universidades del mundo, sobre todo de EE.UU. y Japón.

La Unión Europea venía ya trabajando a favor de una convergencia universitaria. Entre las manifestaciones más visibles están el programa Erasmus, de intercambio de estudiantes universitarios, y desde 1997 el convenio que permite el reconocimiento de los títulos universitarios entre los Estados firmantes.

A partir de 1999 la integración académica europea entró en una nueva fase, una nueva “velocidad”, mucho más intensa y mucho más unificadora, en virtud de lo que conocemos popularmente como el Proceso de Bolonia.

Convergencia en seis puntos

El Proceso de Bolonia recibe su nombre de la Declaración conjunta de Bolonia, firmada por 29 ministros de Educación de Europa. Con la Declaración se daba inicio al llamado “proceso de convergencia”, destinado a facilitar un efectivo intercambio de titulados, así como adaptar el contenido de los estudios universitarios a las demandas sociales. Se estimaba que el “proceso de convergencia” debería estar terminado en 2010 -lo cual no deja de ser un tiempo relativamente corto para objetivos realmente ambiciosos-.

Dicho proceso de convergencia se cifraba en estos seis puntos principales:

1. Sistema Europeo de Transferencia de Créditos (ECTS o European Credit Transfer System en inglés). Con este sistema se quiere establecer un criterio uniforme que permita la comparación y la transferencia de los cursos impartidos en cualquier Estado europeo a partir de una unidad de medida común, el “crédito europeo”.

2. Suplemento Europeo al Título. Es un documento que se anexa al título universitario y que describe los estudios cursados para hacer posible una homologación y comparación de ámbito europeo.

3. Sistema de titulaciones de 2 ciclos. Siguiendo el modelo anglosajón, las titulaciones futuras consistirán en un primer ciclo de grado y un segundo ciclo de máster. Al máster le siguen los estudios para la obtención del grado de doctor.

4. Promoción de la movilidad internacional de la comunidad universitaria, mediante la eliminación de los obstáculos al ejercicio efectivo del derecho a la libre circulación, tanto para estudiantes universitarios como para profesores, investigadores y personal administrativo.

5. Promoción de la cooperación europea en materia de aseguramiento de la calidad con miras al desarrollo de criterios y metodologías comparables.

6. Promoción de la necesaria dimensión europea en la enseñanza superior, especialmente por lo que respecta a la elaboración de planes de estudios, de cooperación interinstitucional, los programas de movilidad y los programas integrados de estudios, formación e investigación.

Educación centrada en los estudiantes

Tres años más tarde, el Comunicado de Praga de los ministros de Educación reafirmaba la intención de establecer un Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) para el año 2010. Al tiempo, se trataba de garantizar su calidad por una red europea de aseguramiento de la calidad de la enseñanza superior (ENQA).

En fin, en mayo de 2007 tuvo lugar una nueva conferencia de ministros -que incorporaba ya nada menos que a 38 países, ¡el proceso superaba la propia Unión Europea!-, fruto de la cual se redacta el Comunicado de Londres. Sus líneas fundamentales apuntan a una transición hacia una educación superior centrada en el trabajo del alumno, y no en el profesor (importante elemento discutido), a una cierta ralentización del proceso de elaboración del marco de cualificaciones, a un mayor acento en el periodo de estudios doctorales (quizá un tanto olvidado en anteriores documentos). La próxima cumbre tendrá lugar en el año 2009 en Lovaina.

Nos encontramos, por tanto, a una distancia de tan sólo dos años para la implantación total del EEES. Este proceso podría compararse a una especie de “reconversión industrial” dirigida a elaborar mediante nuevos procedimientos unos productos homologables en todos los países implicados en el Proceso de Bolonia.

Veamos alguna de las novedades más significativas de esos nuevos “procedimientos de producción”, centradas en España.

El nuevo crédito europeo

Hasta ahora, la unidad de medida de la carga académica del alumno en la universidad española era el crédito. Cada crédito equivalía a 10 horas lectivas, es decir, diez horas de impartición de una asignatura a través de clases presenciales de diversos tipos.

La nueva unidad de crédito del ECTS no se basa ya de forma única y fundamental en las horas lectivas. El ECTS tiene en cuenta la carga de trabajo del estudiante necesaria para la consecución de los objetivos de un programa. Estos objetivos se especifican preferiblemente en términos de los resultados del aprendizaje y de las competencias que se han de adquirir.

Cada crédito ECTS tiene en cuenta distintos parámetros, como la carga de trabajo del estudiante, los cursos y objetivos de formación, los resultados del aprendizaje y las horas de contacto. Entre estas últimas no se tiene en cuenta sólo las horas lectivas, sino también las que corresponden a tutorías (entrevistas con el profesor de la asignatura), seminarios (reuniones reducidas de alumnos), etc.

El ECTS se basa en la convención de que 60 créditos miden la carga de trabajo de un estudiante a tiempo completo durante un curso académico. La carga de trabajo para un estudiante en un programa de estudios a tiempo completo en Europa equivale, en la mayoría de los casos, a 1.500-1.800 horas por año, y en tales casos un crédito representa de 25 a 30 horas de trabajo. Recuérdese que esas 25 a 30 horas no son solo lectivas, sino que representan todo el trabajo realizado por el estudiante.

Medir los resultados

El ECTS es también una forma de cuantificar los resultados del aprendizaje, que son conjuntos de competencias que expresan lo que el estudiante sabrá, comprenderá o será capaz de hacer tras completar un proceso de aprendizaje, corto o largo.

El paso del sistema clásico de créditos equivalentes a un número de horas lectivas al crédito ECTS no puede improvisarse de la noche al día. De ahí que para lograr la transformación paulatina -así como para conseguir una concreción de los objetivos y logros que se pretenden con cada titulación- se haya establecido el Proyecto Tuning. Liderado por las universidades de Deusto y de Groningen, trata de facilitar esta y otras importantes tareas de unificación (tales como el nivel de estudios, objetivos del aprendizaje, competencias y perfiles profesionales, etc.).

España incorporó el nuevo crédito europeo a la enseñanza superior en 2003, estableciendo también un sistema de calificaciones uniforme y fijando el plazo de implantación del nuevo sistema para el 1 de octubre de 2010.

Para competir con EE.UU.

Comentaba gráficamente en una entrevista el rector de la Universidad Politécnica de Valencia que el EEES es para España lo que el euro fue para la peseta. La comparación parece acertada. El euro trajo un proceso previo de ajuste económico y un proceso posterior de adaptación para los consumidores. Lo que está claro es que el EEES plantea la posibilidad -no me atrevería todavía a decir que la realidad- de un espacio común de enseñanza que quizá de otro modo no sería viable hoy por hoy.

Entre las diez primeras universidades del mundo -según la reconocida clasificación elaborada anualmente por la Shanghai Jiao Tong University- no se encuentran sino dos europeas, Oxford y Cambridge (modelo angloamericano: curiosa coincidencia de nuevo), y entre las cien primeras sólo hay 34. Europa quiere ser competitiva. Pero entonces tal vez quepa plantearse -como hacía José-Ginés Mora, director del Centro de Estudios en Gestión de la Educación Superior de la Universidad Politécnica de Valencia- que el problema fundamental de la falta de competitividad de las universidades europeas es un problema de mejora de la gestión; no exige una total transformación como la que se pretende. Y para este viaje no hacían falta tantas alforjas…

En parte, la clave está en a qué precio y con qué medios se pretende llegar a tan alta meta: una competitividad mundial de Europa en la enseñanza superior. Europa parece en este aspecto jugar a ser EE.UU., pero sin el dinero de EE.UU.

¿Universidad o bachillerato?

Como ya se indicaba antes, en el EEES se centra la atención en el alumno, en la carga de trabajo y en la capacidad de los centros de enseñanza superior para “enseñar a aprender”. Nada más lejos, pienso, de la misión de la institución universitaria, que presupone probablemente tal capacidad. ¿Corremos el peligro entonces de ocuparnos -especialmente en los estudios de grado- de una misión que corresponde propiamente al bachillerato? Sea dicho de paso, algunos analistas concluyen que los estudios de grado que no vayan seguidos del máster fomentarán el tan denostado “mileurismo” en la población de jóvenes empleados…

Y para el caso español, otro dato no menos importante. Desde la Ley de Reforma Universitaria de 1983, la universidad española ha estado sometida a un proceso ininterrumpido y sobresaltado de transformaciones a golpe de ley, que afectaban -entre otros- a dos aspectos fundamentales: la selección del profesorado y los planes de estudio. Respecto de estos últimos, se han producido reformas, contrarreformas y modificaciones, sobre las cuales vienen a sumarse de nuevo más alteraciones. Llueve sobre mojado. La universidad española cambia de planes de estudio como Mortadelo de disfraz.

Sea como fuere, y a pesar de los inconvenientes reseñados, las universidades españolas se han subido entusiasmadas -y por fuerza de la ley- a este grandioso proyecto de transformación. La pérdida de alumnado (en el curso 2007/2008 hay en las universidades españolas 1.381.749 estudiantes matriculados, ¡24.145 menos que en el curso anterior!) obliga a ofertar los mejores productos o, al menos, los más novedosos.

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Rafael Palomino es catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Complutense de Madrid.

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