Kiev. La lucha por el poder en Ucrania entre los dos partidos pro-occidentales, amparados en una corta mayoría, y los pro-rusos, se ha acentuado tras las elecciones del 30 de septiembre.
Aunque los “naranjas” de Yuliya Tymoshchenko obtuvieron menos votos que el Partido de las Regiones de Viktor Yanukovitch (un 30,7% frente a un 34,3%), tiene más probabilidades de ser la primera ministra de un gobierno de coalición con la agrupación apoyada por el presidente Yushchenko. El propio Víktor Yushchenko debe sentirse aliviado, ya que Nuestra Ucrania-Autodefensa Popular logró el doble de votos que se le pronosticaban (un 14%), así que tendrá un mayor margen de maniobra de cara al futuro.
El nuevo gobierno continuará el viraje hacia Occidente, si bien muchos vaticinaban que con Víktor Yanúkovych de premier no habría demasiados cambios en este sentido. Pero el que la política exterior sea más pro-europea no necesariamente conllevará una rápida normalización del país, ni social ni económicamente.
Anatoliy Romanyuk, director del Centro de Análisis Políticos de la Universidad Ivan Franko de Lviv, realizó un análisis sociológico de los participantes en la “revolución naranja”. De él se desprende que son jóvenes en su mayor parte y con mejor formación intelectual que sus oponentes, por lo que son más difíciles de manipular: “No confiamos en ninguna fuerza política”, era una afirmación que solían repetir.
Eso y las ganas de cambiar el país son condiciones indispensables para sacar a Ucrania del marasmo en que se encuentra, pero no es suficiente. Como demuestran los acontecimientos de los últimos dos años, las ambiciones personales de los líderes han impedido llevar a cabo reformas eficaces, y la corrupción y el abuso de poder no han desaparecido de la escena política.
De los países del antiguo bloque comunista, quizá sea Polonia el que mejor refleje que no bastan las buenas intenciones y la juventud para desembarazarse de la pesada y pegajosa herencia del comunismo: a partir de 1989, no han faltado mandatarios provenientes de Solidaridad que sucumbieran ante las tentaciones del poder.
Si eso era así en los países satélites de la URSS, la situación se presenta mucho más complicada en las antiguas repúblicas soviéticas, donde los destrozos morales fueron mayores. Se necesita una enorme determinación para sanear la vida pública a nivel nacional y local, y eso lo han echado en falta en estos dos últimos años los ucranianos, muchos de los cuales prefirieron aprovechar el buen tiempo del 30 de septiembre para pasear en lugar de ejercer su derecho al voto.
El país está mejorando
No obstante, es innegable que Ucrania ha mejorado mucho desde la retirada del anterior presidente, Leonid Kuchma. Ya no existe, por ejemplo, la policía fiscal que hacía pagar a los empresarios impuestos totalmente arbitrarios usando métodos brutales en caso de resistencia. Los periodistas no tienen tanto que temer, aunque siguen censurándoles textos incómodos. Y aunque resulta difícil encontrar una empresa sin doble contabilidad, también lo es que, especialmente en el oeste del país, cada vez son más los que se deciden a abandonar la economía sumergida: “Si ven que su dinero sirve para gastos concretos y buenas inversiones, pagan los impuestos cada vez más personas”, comenta Romanyuk.
Añade un dato interesante: en Galicya, la zona más occidental de Ucrania y bastión de los naranjas, siendo la región más pobre en recursos, es sin embargo la más emprendedora, a pesar también de que de allí salen la mayor parte de los emigrantes del país: el 80% de los ingresos estatales proviene de pequeñas y medianas empresas y el 20% de empresas grandes, mientras que en el este la proporción se invierte.
Suele decirse que los “naranjas” simbolizan el nacionalismo ucraniano y los “azules” el acercamiento a Rusia. Pero en todos los partidos importantes del país había candidatos y patrocinadores de nacionalidad rusa, aunque en mayor cantidad en el Partido de las Regiones, así que en el Kremlin el resultado de los comicios lo interpretan con razón como un traspié para sus ambiciones de controlar lo que ocurre en Kiev.
Por supuesto, Putin y su sucesor seguirán disponiendo de un importante arsenal para dominar Ucrania, sobre todo en lo que se refiere a materias primas, en especial gas y petróleo. Pero pierden el control sobre las almas de los ucranianos, que miran con cada vez menos recelo a la Unión Europea y con más distancia a Moscú. El problema es que en la Unión pocos quieren comprometerse a ayudar a Ucrania aparte de Polonia, su principal valedora en la arena internacional.
Esta evolución de la de mentalidad no ha sido para nada promovida por los políticos y se nota especialmente desde los acontecimientos de Kiev en 2005. Se advierte especialmente en las relaciones con Polonia, que deja de ser vista (incluso por los mismos “azules”) como un “agente de los EE.UU, de la OTAN y del Vaticano” para convertirse en un vecino más o menos amistoso al que le interesa que Ucrania prospere. El cambio da motivos para un moderado optimismo.
Así las cosas, acontecimientos tales como la Eurocopa de fútbol de 2012, que se celebrará en parte en Ucrania, pueden significar mucho, tanto para los ciudadanos de a pie como para los políticos. Incluso a los euroescépticos les será más difícil pronunciarse en contra de la integración con el resto de Europa.