EE.UU.: las universidades públicas quieren jugar en la Ivy League

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De la crema de las universidades norteamericanas forman parte unas pocas instituciones públicas, como Berkeley (uno de los «campus» de la Universidad de California) o la Universidad de Michigan. Pero en la mayoría de las 186 universidades estatales o municipales, en las que estudian el 63% de los alumnos del país, entrar siempre ha sido muy fácil en comparación con la dura criba que aplican las instituciones de elite.

Pero esto está cambiando. La Universidad de Arizona, una de las públicas con más ambiciones, va a la busca de alumnos brillantes de cualquier parte del país, y ha bajado el cupo de plazas que por sus estatutos tiene que reservar a los estudiantes de casa.

También la Universidad de Florida ha entrado decididamente en la competición. El último año logró atraer 230 estudiantes con las becas que anualmente se dan a los alumnos de secundaria más brillantes del país; solo Harvard y Yale consiguieron más becarios. Ahora se ha propuesto bajar la «ratio» de alumnos por profesor (uno de los factores que tiene en cuenta la revista «U.S. News & World Report» al elaborar su célebre clasificación de universidades), y para eso se propone subir la matrícula 1.000 dólares.

Más selectivas

La selectividad es una nota del nuevo rumbo emprendido por las universidades públicas. En la de Delaware, la proporción de candidatos admitidos ha bajado de dos tercios a uno de cada dos. En uno de los «campus» de Rutgers, la estatal de New Jersey, la tasa ha pasado del 67% al 58% en el último decenio. En fin, una forma elocuente de expresar la mayor selectividad es la que usa Nancy McDuff, directora de admisiones en la Universidad de Georgia: «El nivel de los estudiantes que admitíamos en los años noventa es el mismo que el de los que rechazamos el año pasado» («The Wall Street Journal», 10-11-2006).

Esta mayor exigencia para entrar es un lujo que las universidades públicas se permiten, primero, porque les llegan más candidatos, lo que no es del todo mérito de ellas, sino de la demografía. Según el Departamento federal de Educación, en 2005 salieron de las escuelas secundarias 3 millones de graduados, medio millón más que diez años antes. En ese mismo periodo, el total de estudiantes universitarios aumentó un 21%, hasta alcanzar 17,3 millones.

A por los alumnos más listos

Las universidades públicas han sacado tajada de esta abundancia cortejando a un sector de aspirantes antes casi exclusivo de la Ivy League: los chicos brillantes de clase media. Las universidades de elite tienen becas para los estudiantes que alcanzan el nivel exigido y no pueden pagar la matrícula; pero no dan ayudas solo por buenas calificaciones. Con la continua subida de los precios universitarios, los que no nadan en dinero pero tienen demasiado para acceder a una beca en la Ivy League son fácilmente «tentados» por las universidades públicas, que cuestan mucho menos y ofrecen cada vez más descuentos por elevado rendimiento académico. Según el Education Trust, de 1995 a 2003 las principales universidades públicas multiplicaron por cuatro las ayudas a estudiantes de familias con ingresos superiores a 100.000 dólares anuales.

Pero si las grandes universidades públicas siguen siendo mucho más baratas (5.836 dólares anuales de media para los alumnos locales) que en las privadas (22.218 dólares), a la vez están subiendo deprisa: un 35% en los últimos cinco años. En particular, aumentan los precios para los estudiantes que no son del estado, que ahora pagan 15.783 dólares por término medio. Y estos son los que muchas universidades públicas se han puesto a buscar activamente, para tener mayor proporción de talentos y de alumnos que pagan más. Varias han hecho importantes inversiones en promoción o han contratado «vendedores» que recorren el país para reclutar estudiantes, con un «marketing» tradicional en las privadas pero inaudito en las públicas. Algo semejante se puede decir de la busca de donaciones, tarea en la que la Universidad de Delaware ha tenido gran éxito: ha conseguido más de 400 millones de dólares en cinco años.

Con más alumnos brillantes y más dinero, las universidades públicas se van acercando al estatuto de institución de elite. Pero esta aspiración es justo lo que algunos discuten. Las universidades públicas, dicen, no fueron creadas para fabricar premios Nobel, sino para dar la oportunidad de estudiar a los que de otro modo no podrían por su modesta condición socioeconómica (pero durante un tiempo, la City University of New York, municipal, logró ambas cosas: ver Aceprensa 66/06). Ahora estos empiezan a quedarse fuera. Las becas federales Pell, destinadas a estudiantes de familias con renta baja o media-baja, antes cubrían más de la mitad del coste medio de una universidad pública; ahora no pasan de un tercio.

«Las universidades públicas -dice Kati Haycock, directora del Education Trust- se fundaron para que todos los estudiantes capacitados tuvieran acceso a una educación de buena calidad. Pero este compromiso parece haber ido debilitándose con el tiempo, porque las universidades públicas han optado por emplear sus recursos para subir puestos en el ‘ranking'» («International Herald Tribune», 21-12-2006). Si ambos objetivos no son compatibles, la mayor competencia hará que solo algunas alcancen el segundo. Entonces, quizá haya que aceptar que también en el sector público haya una Ivy League.

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