Cuba después de Castro

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Actores y escenarios de la futura transición
El reciente ingreso de Fidel Castro en el hospital ha movido a pensar a todo el mundo que el fin del Comandante, de 80 años, y previsiblemente del régimen que instauró en Cuba, ya no puede estar muy lejano. Muchos, dentro y fuera de la isla, llevan años preparándose para ese día. Las siguientes páginas ofrecen un sumario elenco de los agentes que intervendrán en la futura transición cubana.

«La clave del cambio político la tienen los reformistas, hasta ahora silenciados por la autocracia fidelista», sostenía el escritor y periodista cubano exiliado Carlos Alberto Montaner en una conferencia pronunciada en el Army-Navy Club (Washington D.C.) el pasado mes de febrero. La esperanza de Montaner son «todos esos millares de funcionarios medios y altos, civiles y militares, incardinados en todas las instituciones y organismos del Estado, que saben que es una absoluta estupidez intentar sostener por la fuerza un modelo de convivencia social secretamente repudiado por el pueblo, que ha fracasado totalmente y que mantiene a la población en la miseria y el atraso».

Los reformistas del régimen

¿Pero quiénes son y dónde están esos reformistas? Según Montaner, a comienzos de los años noventa, la clase dirigente cubana se dividió, extraoficialmente, «en tres sectores de perfiles muy imprecisos»: reformistas, inmovilistas y una mayoría que simplemente esperaba directrices de Castro. Tras la caída de la URSS, las personas más válidas del régimen comprendieron la necesidad de adaptar gradualmente la realidad cubana a la nueva situación mundial, y llegaron a vaticinar que el cambio se produciría en el IV y después en el V Congreso del Partido Comunista, celebrados en 1991 y en 1997. Algunos, como Raúl Rivero, terminaron encarcelados y después en el exilio. Otros, como Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Popular, y tal vez el propio Raúl Castro y su entorno militar más próximo, se reconvirtieron a la ortodoxia ideológica o callaron en espera de tiempos mejores. Fidel Castro no dio pie a las ilusiones de reforma política: «Primero la Isla se hundirá en el mar antes que renunciar a los principios del marxismo-leninismo», dijo al comienzo de la crisis.

El régimen aprobó las reformas económicas imprescindibles para salir del paso, y ni una más. La dolarización concedió cierta tregua, aunque también permitió a muchos cubanos burlar el control estatal y fomentó una extendida corrupción de supervivencia. Se autorizó en algunos campos el establecimiento de trabajadores por cuenta propia. Pero lo más significativo fue la llegada de capitales extranjeros al sector de la minería y, sobre todo, al del turismo. No obstante, para minimizar el impacto liberalizador de esas inversiones, se crearon empresas mixtas, dirigidas por militares.

De esta forma, se desaprovechó la ocasión para abordar uno de los principales problemas estructurales de Cuba. En política y economía, el país sigue regido según criterios personalistas, sin instituciones capaces de imprimir racionalidad a la Administración Pública. Ése es el gran reto que señalan múltiples analistas, como la vicepresidenta de Diálogo Interamericano, Marifeli Pérez-Stable, en un análisis del Real Instituto Elcano. De este modo, las alternativas tras la muerte de Fidel Castro quedan reducidas a dos: intensificar la institucionalización, para estimular la economía y aumentar el nivel de vida de los cubanos, o intensificar la represión. El final del socialismo tal vez sea en último término inevitable, pero las vías hacia la democracia pueden ser muy distintas.

La crisis del turismo provocada por los atentados del 11 de septiembre de 2001 generó nuevas turbulencias en la isla, acentuadas por la caída de la industria azucarera. La necesidad de remesas de los exiliados y de la ayuda internacional situó a Cuba en una posición política delicada, que se tradujo en mejores relaciones con Estados Unidos y Europa.

Chávez da un respiro

Pero entonces llegó Hugo Chávez. Con subsidios cercanos a los cien mil barriles de petróleo diarios, el régimen se pudo permitir volver a las andadas y despreciar a la opinión pública internacional. La represión se intensificó y se dio marcha atrás en algunas de las principales reformas (ver Aceprensa 94/05). El ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque, anunció en Caracas el pasado diciembre una nueva era socialista, cuyo epicentro se ha trasladado de Europa Oriental a Iberoamérica.

Un nuevo ímpetu revolucionario se ha instalado en Cuba y han regresado a la primera fila antiguos guardianes de la ortodoxia socialista, quizá con la ilusión de dejar todo bien atado antes de la muerte del dictador. El régimen habla de «Batalla de Ideas», cuyo fin es impregnar todos los ámbitos de la vida del individuo de ideología socialista, por medio de la cultura, la educación y una mayor represión policial.

Pese a todos estos intentos de salvar los muebles, recuerda Montaner, la realidad es tozuda: «Todos los funcionarios cubanos tienen mujeres e hijos, o maridos y hermanos, o padres y madres que les dicen las verdades. Todos, en la intimidad del hogar, escuchan una y otra vez que la vida cotidiana en Cuba es un infierno de violencia y escasez».

Los militares-empresarios

Las Fuerzas Armadas cubanas, aunque reducidas en la última década a menos de 50.000 efectivos, han adquirido un poder sin precedentes. Se estima que más del 65% de las grandes industrias y empresas están en manos de militares en activo o retirados, y el alto mando controla también las entradas de moneda convertible.

La situación guarda cierta analogía con el final de la Unión Soviética, en la que altos cargos locales del Partido se apropiaron impúdicamente de la hacienda estatal. En el caso cubano, la lealtad al viejo régimen es el principal seguro para estos militares. No hay nada parecido a un mercado interior, los recursos naturales son muy limitados y la modernización de la economía requeriría inversiones extranjeras que inevitablemente desplazarían a la vieja oligarquía comunista. La única esperanza para estos oficiales es que perviva el socialismo gracias a la tutela chavista y a la represión.

La Ley de Fiscalía Militar, recientemente aprobada por la Asamblea Nacional, busca asegurar esa lealtad. El aliciente no es otro que blindar el botín de «La Piñata», ligando el mantenimiento de los privilegios militares a la solidaridad de clase dirigente. Cualquier negativa a obedecer las órdenes de un superior era antes considerada como rebelión, traición o motín. Con la nueva ley, se anima en cambio a contravenir las decisiones de un jefe contrarias a las leyes socialistas, con el objetivo de fortalecer el mando único en las Fuerzas Armadas.

Oposición y disidencia interna

La oposición interna cubana fue anulada tras la llegada al poder de Fidel Castro. Los mayores disgustos del régimen han provenido, casi siempre, de antiguos aliados que se desmarcaron de la deriva totalitaria del castrismo, a los que se denomina disidentes. La población descontenta tuvo que guardar silencio, sin otro espacio de libertad que el ofrecido por la Iglesia. Ni siquiera el hogar es un ámbito de intimidad y seguridad donde uno pueda expresarse libremente. Nadie puede estar seguro de que un vecino no vaya a denunciarle por algún comentario o comportamiento subversivo.

La situación empezó a cambiar a mediados de los años setenta, con la fundación del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, de la mano de Ricardo Bofill y Gustavo Arcos. Nació un movimiento de resistencia no violenta que se ha extendido en los últimos años entre la población, de forma más o menos organizada.

Los esfuerzos convergieron en 2003 en el Proyecto Varela, impulsado por el opositor católico Oswaldo Payá, líder del Movimiento de Liberación Cristiano de Cuba (ver Aceprensa 108/03). Desde la más estricta legalidad, que reconoce el derecho de los ciudadanos a proponer iniciativas legislativas, la oposición presentó a la Asamblea Nacional un proyecto de reforma política suscrito por más de 11.000 electores, y meses más tarde entregó otras 14.000 firmas más.

La reacción del régimen fue encarcelar a varios de los coordinadores del Proyecto e intensificar la represión. Pero este recrudecimiento no ha desviado ni un ápice a la oposición de su estrategia conciliatoria, que busca abiertamente un gran acuerdo que la situaría en el centro entre la jerarquía comunista abierta a la reforma y el exilio. En lugar de ceder a la provocación, ha preferido esperar con paciencia a la muerte de Castro, para presentarse entonces con un programa integrador, moderado y posibilista.

Tradicionalmente divididas e infiltradas y acosadas por las fuerzas de seguridad, las organizaciones opositoras han evolucionado hacia tres grandes frentes: la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, el Arco Progresista y el Proyecto Varela (este último, el más pujante, liderado por el Movimiento Cristiano de Liberación). Las tres agrupaciones rechazan tajantemente toda injerencia extranjera en los asuntos de Cuba. Se trata no sólo de reclamar para sí el protagonismo en el futuro de la isla, sino también de no alimentar la principal baza propagandística castrista, que vincula la oposición interna con el «enemigo exterior».

La Iglesia

El Card. Ortega, arzobispo de La Habana, no se cansa de repetir que la Iglesia en Cuba no es un partido de oposición, frente a un régimen que no entiende su naturaleza religiosa y moral. La visita de Juan Pablo II a la isla, en 1998, abrió un nuevo espacio de libertad, aunque con muchos altibajos. Señalarse como católico puede todavía hoy suponer graves perjuicios e implica serias restricciones laborales en una economía controlada por el Estado y sus comités comunistas, por no mencionar el acceso a los cargos públicos.

Se estima que el 47% de los 11 millones de cubanos es cristiano, con clara mayoría católica. La incógnita es qué realidad espiritual quedará al descubierto cuando llegue a Cuba la libertad religiosa. Mons. Pedro Meurice Estío, arzobispo de Santiago de Cuba, no oculta los enormes retos que afrontará la Iglesia en el futuro próximo: «El colectivismo, estatalmente impuesto, ha provocado una lesión antropológica en buen número de cubanos: se trata de la ‘despersonalización y el desaliento’. Es la razón que nos permite comprender por qué muchos de nosotros hacemos dejación de nuestras libertades y no asumimos el protagonismo de nuestras vidas y de nuestra historia nacional», dijo durante un discurso en la Universidad de Georgetown.

La pobreza y la desigualdad en Cuba, aunque graves, no son para él los principales problemas que habrá que afrontar, sino el «deterioro ético y cívico» provocado por la dictadura, «que puede llevar a las personas al vacío existencial, a la despersonalización y a todo el tejido social a un proceso de desintegración por corrupción interna». Según advertía Mons. Meurice, «reconstruir esta subjetividad social y restablecer la autonomía de la persona humana cuesta mucho más tiempo y trabajo que reconstruir la economía o las estructuras políticas de un país».


Los de fuera

El exilio cubano está estrechamente unido al estado norteamericano de Florida. Sólo en Miami viven casi un millón de cubanos.

Un exilio con mala imagen

Los exiliados en Florida han sido los grandes perdedores en la batalla ideológica ante la opinión pública mundial, que a menudo ni siquiera les reconoce su condición de víctimas: «Si Fidel Castro es un villano, Batista lo era aún más; la revolución expropió y expulsó a los ricos y, pese a la condenable falta de libertades, ha obtenido grandes logros en educación y sanidad en beneficio del pueblo cubano…»

El mito no resiste una confrontación con las estadísticas previas a la revolución, y menos aún con las imágenes de los balseros desesperados; pero mantiene a día de hoy su fuerza retórica. En los años 50, Cuba era un país con serias desigualdades, pero su economía era la quinta del continente (la 22ª del mundo), tenía un índice de alfabetización del 80% -nada desdeñable para la época- y sus indicadores sanitarios eran mejores que los de muchos países más desarrollados. La parte oscura la ofrecían los turistas que acudían al reclamo de los burdeles cubanos. Pero esa situación no ha mejorado. De 10.000 prostitutas se estima que se ha pasado hoy a unas 100.000.

La derrota ideológica disminuye las posibilidades de influencia de los exiliados. Tanto o más que a los herederos de Castro, muchos isleños temen el desembarco masivo de los capitalistas exiliados «al servicio del imperialismo yanqui». A ello hay que sumar numerosos errores que han deteriorado la imagen del exilio. Por ejemplo, la intransigencia mostrada en el caso del niño balsero, Elián González, hizo a la opinión pública estadounidense cuestionarse hasta qué punto los EE.UU. podían permitirse satisfacer sus demandas en relaciones con la isla.

La oposición de los primeros tiempos tenía como objetivo primordial desalojar del poder a los revolucionarios por las armas. La estrategia fracasó muy pronto, con la estrepitosa derrota en Bahía Cochinos. En los años setenta, comenzó a extenderse la idea de la necesidad de diálogo, si bien se sucedieron esporádicos actos de sabotaje y de terrorismo. La política de acercamiento del presidente Jimmy Carter permitió la salida de 3.600 presos políticos cubanos y algunos viajes de reunificación familiar, y reubicó a la oposición anticastrista en nuevos parámetros, con una renuncia prácticamente unánime a la violencia.

Viraje ideológico

Al mismo tiempo, se produjo un viraje ideológico entre los exiliados. Si en un primer momento eran hegemónicas las corrientes socialdemócratas, con el tiempo los conservadores fueron ganando peso. Claro exponente de esta tendencia fueron, en los años ochenta, el célebre opositor Jorge Mas Canosa y su Fundación Nacional Cubano-Americana. La política defendida por la oposición conservadora de entonces puede sintetizarse en apoyo al embargo y búsqueda de formas de enfrentamiento no violentas con el régimen, entre las que destacó la creación de Radio Martí en 1985.

La muerte de Mas Canosa escenificó el relevo generacional en el exilio tras 40 años de dictadura en Cuba. Su hijo, Jorge Mas Santos, se declaraba dispuesto a dialogar con cualquier dirigente cubano, con la excepción de los hermanos Castro. Varios miembros de la Fundación se escindieron y crearon otras organizaciones, añadiendo nuevas siglas a un panorama opositor crecientemente plural. Por lo general, según las encuestas, los que nacieron en Estados Unidos o llegaron a Florida después de 1980 defienden postulados más flexibles, dado que ven infructuosa la oposición frontal que sostuvieron sus mayores o mantienen mayor contacto con sus familiares en Cuba.

A lo largo de los años noventa, con el fortalecimiento de la oposición en Cuba, la brecha entre el exilio y la isla se ha estrechado y ha aumentado el número de contactos. Una mayoría de exiliados defiende el embargo, pero considera también que el enfrentamiento ha fracasado, prefiere una transición pacífica y gradual, y cree, con un respaldo del 65%, que el protagonismo político debe corresponderle a la oposición democrática en Cuba, y no al exilio.

Los Estados Unidos

Algunos de los principales cargos actuales en el Departamento de Estado norteamericano promovieron, al final de la Guerra Fría, una prudente política hacia la URSS, especialmente visible en el delicado capítulo de la reunificación alemana, que evitó triunfalismos innecesarios y ofreció una salida digna al antiguo enemigo. Cuba, sin embargo, no plantea un reto de dimensiones comparables. La mayor amenaza que ven los norteamericanos es una desestabilización interna en la isla que provoque una catástrofe humanitaria, con la consiguiente llegada en masa de inmigrantes. Las últimas alertas de invasión norteamericana lanzadas por algunos dirigentes cubanos sólo pueden interpretarse en clave propagandística y como justificación para intensificar el Estado policial.

Con el paso del tiempo, las Administraciones norteamericanas han llegado a la conclusión de que la política más acertada hacia Cuba consiste en esperar a que caiga el régimen por sí solo. El «lobby» anticastrista de Miami defiende, por lo general, una política dura, pero moderada. Mientras, muchas empresas norteamericanas abogan por suprimir las restricciones comerciales, ante el temor de que europeos y canadienses les arrebaten el mercado cubano. La precariedad económica en Cuba y la ausencia de libertades empresariales han restado peso a estas pretensiones. Además, juegan a favor de las demandas de los exiliados la evidencia geográfica -la proximidad de Florida- y la demográfica. Según el censo de 2000, viven en los Estados Unidos 1.241.685 cubanos. Algunos de ellos se han convertido en exitosos empresarios, y nadie podrá arrebatarles el protagonismo en la reconstrucción de la isla.

La Ley Helms-Burton (1996), firmada por Bill Clinton tras el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, y los informes de la Comisión de Apoyo a una Cuba Libre son los documentos de referencia de la política norteamericana hacia la isla. Si en un primer momento se subrayaba la voluntad de regresar a una situación más o menos similar a la anterior a la revolución, con la devolución incluso de las propiedades confiscadas, hoy los EE.UU. defienden que el futuro de Cuba se decida en la propia isla, sin interferencias externas (léase Hugo Chávez). El último informe de la Comisión prevé la creación de un fondo de 80 millones de dólares para apoyar todas las iniciativas democráticas. El objetivo de este «Fondo para un Futuro Democrático en Cuba» es «aumentar el apoyo a la sociedad civil cubana, ampliar la conciencia internacional, romper el bloqueo de información del régimen y continuar desarrollando iniciativas de asistencia para ayudar a la sociedad civil cubana a realizar una transición democrática».

Las últimas declaraciones de responsables del Departamento de Estado han incidido en esa línea conciliatoria. Dado que, según todos los indicios, la enfermedad de Castro es terminal, ni siquiera aparece ya la exigencia de que el poder cambie de manos.

Ricardo Benjumea

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