La izquierda española se ha considerado siempre llamada a redimir a la sociedad de la influencia de la Iglesia católica. En otros tiempos belicosos esto se intentó de manera forzada. Ahora el ideal de la izquierda sigue siendo que las creencias religiosas permanezcan en el ámbito de la vida privada y del culto, sin influencia en la vida pública.
Rodríguez Zapatero lo ha vuelto a explicar la semana pasada en un coloquio con alumnos durante su visita a un instituto de Jaén. Tras asegurar con su proverbial optimismo que el gobierno tiene una «buena relación» con la Iglesia, subrayó que «tiene que estar muy claro que somos un país aconfesional» (esta vez no dijo laico, lo cual demuestra que progresa adecuadamente, por mantenernos dentro del argot escolar). Pero aclaró que «ni en la educación ni en las leyes civiles se puede traspasar una ideología religiosa».
Nadie que haya leído la Constitución negará que España es, afortunadamente, un país aconfesional. Otra cosa es que la educación y las leyes sean terreno vedado a cualquier inspiración religiosa.
El equívoco empieza por la consideración de «ideología religiosa». ¿Es ideología religiosa mantener que el matrimonio solo puede existir entre hombre y mujer? Porque desde antes que existiera la Iglesia católica hasta ayer mismo a nadie se le había ocurrido que esto fuera una idea exclusivamente religiosa. Y parece que también hoy poblaciones tan distintas y alejadas de las ideas cristianas como los chinos y los tuaregs siguen compartiendo esa manía heterosexual.
Calificar las ideas contrarias de «ideología religiosa» es un truco de prestidigitador para desviar la atención del público sobre el centro del debate. En estos y otros temas, descartar de entrada las objeciones como remilgos confesionales es el expediente cómodo para no entrar a discutir los argumentos jurídicos, antropológicos y éticos, que los críticos presentan. Así, después de decir «no me impongas tus convicciones», se abre el camino para imponer las propias.
Los laicistas europeos alérgicos a la religión harían bien en mirar a EE.UU., donde surgió el primer estatuto sobre la libertad religiosa y que siempre ha considerado la Primera Enmienda, que establece la separación entre la Iglesia y el Estado, como la primera de sus libertades. Esta separación ha demostrado ser compatible con un gran desarrollo de la religión en la sociedad civil, desmintiendo así la teoría de la imparable secularización. Allí sigue habiendo también continuos debates y recursos judiciales en torno a leyes y decisiones que pueden rozar la Primera Enmienda. Pero la izquierda, que aún se lame las heridas de la derrota frente Bush, reflexiona sobre su postura ante los ciudadanos que no se olvidan de su fe a la hora de votar.
Michael Walzer, profesor de filosofía política en Princeton, autor de más de veinte libros, sobre todo de ética política, uno de los intelectuales de la izquierda americana más escuchados, abordaba en un reciente artículo (1) la presencia de la religión en la política de su país.
Walzer se felicita de la separación entre la Iglesia y el Estado establecida en la Primera Enmienda, y reconoce que esto ha favorecido también a la religión y ha evitado conflictos interreligiosos. Por eso, dice, «en interés de la religión y de la política democrática, debemos defender el ‘muro’ que separa la Iglesia y el Estado».
Pero hace una clarificación que vale tanto para EE.UU. como para cualquier otro país: «El muro indica una separación institucional, no doctrinal. Podemos insistir en que ninguna religión cuente con el poder coercitivo del Estado, lo que implica también proteger a todas las religiones del poder coercitivo del Estado. Pero no podemos impedir a los ciudadanos que se basen en sus propias ideas religiosas para formar su propia línea política». Una afirmación de este estilo bastaría para descalificarlo por parte de todos los políticos que, en la derecha y en la izquierda, tienen un laicismo autoasumido.
Tratados como cualquier otro
Sin embargo, Walzer advierte que, aunque comúnmente se apela a teóricos como Rawls o Habermas para excluir del debate político cualquier discurso religioso, «ni Rawls ni Habermas creen que esto deba ser así». Es más, recuerda que la izquierda, al menos la americana, nunca ha rechazado la inspiración religiosa «cuando Martin Luther King sostenía que todos habíamos sido creados a imagen y semejanza de Dios, o cuando los abolicionistas movilizaron a la opinión pública protestante contra la esclavitud, o los predicadores del «gospel» social apoyaron políticas progresistas o cuando los obispos católicos americanos publicaron declaraciones críticas sobre la disuasión nuclear o la justicia social».
Walzer mantiene que «en una sociedad democrática no es posible censurar el discurso político o excluir de él la referencia a determinados textos». La separación entre la Iglesia y el Estado no exige tal cosa. «Lo que queremos evitar es que una religión en particular, o la religión en general, se arraigue y se atrinchere en nuestra vida pública. Pero no podemos impedir la promulgación de leyes inspiradas en particulares doctrinas religiosas, como tampoco podemos evitar la emanación de leyes inspiradas en una particular ideología».
Ciertamente, unas propuestas políticas no podrán ganar el apoyo público apelando simplemente a unas ideas religiosas. En la arena pública hay que ofrecer razones (éticas, jurídicas, antropológicas, económicas, según los casos) capaces de convencer a una mayoría de ciudadanos. En última instancia, lo importante no es en qué se inspira un ciudadano para hacer una propuesta política (lo que dependerá de factores diversos: la educación recibida, sus lecturas, su religión, su experiencia vital, su ideología política…), sino la solidez de sus ideas, la oportunidad de sus propuestas, su capacidad de aglutinar voluntades. Y es eso lo que hay que valorar.
Pero lo que afirma Walzer es que la inspiración religiosa de esas propuestas es tan legítima como la inspiración ecologista, liberal o sindical. «En el espacio público y en la sociedad civil, los creyentes deben ser bienvenidos y sus argumentaciones deben ser tratadas como las de cualquier otro». Expuestas a la crítica o a la adhesión, a la derrota o al éxito, pero no excluidas del debate.
Me parece que en este aspecto la izquierda y también buena parte de la derecha en Europa tienen algo que aprender del respeto americano por la libertad religiosa. Rodríguez Zapatero podría charlar un rato con Michael Walzer, que seguro estará encantado de reflexionar con él.
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(1) Traducido en el diario italiano Avvenire (17-01-2006).