La aprobación del «matrimonio homosexual» en Canadá

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Análisis

Toronto. Dos personas del mismo sexo pueden «casarse» en Canadá después de que el 19 de julio el Senado votara, por 47 votos contra 21, a favor de la Ley sobre el Matrimonio Civil, aprobada ya antes por 158 a 133 en la Cámara de los Comunes. Pero quedan todavía por librarse otras batallas en los próximos meses y años, en el terreno electoral, parlamentario y judicial, con resultados imprevisibles.

La nueva ley define el matrimonio como la unión legítima de dos personas con la exclusión de otras. Admite que grupos religiosos e Iglesias rehúsen celebrar el «matrimonio homosexual» . Días antes de la votación final, fue añadida una enmienda para garantizar que ninguna organización religiosa perdería su exención fiscal por su posición sobre el tema.

Con contadas excepciones, votaron en contra de la nueva norma los conservadores, y a favor los socialdemócratas y los autonomistas quebequenses. El Partido liberal, que persiste en el poder sólo con el apoyo de los socialdemócratas, se dividió: de unos 135 diputados, dos abandonaron el partido y ahora ocupan sus escaños por su cuenta, 32 votaron en contra, y 5 no votaron sobre el proyecto del primer ministro Paul Martin, quien obligó a su gabinete a votar a favor. Eso hizo que el liberal Joe Comuzzi, amigo de Martin, renunciara como ministro por motivos de conciencia.

Revolución judicial

A partir de mayo de 2003, algunos tribunales provinciales empezaron a reconocer el «matrimonio homosexual»: hoy, tribunales de ocho de las diez provincias lo han hecho. La revolución judicial hizo bola de nieve cuando, en julio de ese año, el gobierno liberal empezó a estudiar la opción del «matrimonio» gay. Durante la campaña antes de las elecciones de junio de 2004 no se debatió mucho el tema: los liberales lo pusieron en sordina, esperando la respuesta del Tribunal Supremo al cual habían consultado formalmente, y probablemente previendo que perderían votos si se pronunciaban en contra del matrimonio. En las elecciones, los liberales perdieron su amplia mayoría.

Tres parecen ser los actores colectivos que más han contribuido al resultado final: los «mass-media», la judicatura, y la clase intelectual.

Exceptuando quizás Internet, que se convirtió en válvula de escape de la libertad de expresión, muchos medios de comunicación renunciaron a analizar con profundidad e imparcialidad el tema. En enero de este año el Cardenal de Toronto, Aloysius Ambrozic, pidió, en carta abierta a Martin, prudencia: una moratoria de cinco años para estudiar a fondo el asunto (ver Aceprensa 9/05).

Pero el «Toronto Star», el diario de mayor tirada del país, informó mínimamente sobre esa carta. Y la cadena nacional de radio y televisión CBC/SRN se caracteriza, salvo raras excepciones, por ser un altavoz de la dictadura políticamente correcta..

Los jueces, que iniciaron la revolución -sacándose de la manga constitucional un derecho a la orientación sexual-, daban pie a los periodistas, intelectuales y políticos afines a presentarlo como algo ya conseguido, cuando todavía no se había votado en el Parlamento y cuando los sondeos de opinión, y las cartas a los diarios y a los diputados, demostraban que la mayoría de los canadienses se oponen a la redefinición del matrimonio.

En un intento quizás de convencer a sus propios diputados recalcitrantes, el gobierno liberal había pedido su opinión legal a la Corte Suprema. Esta dio finalmente (el 9-XII-2004) una respuesta ambigua, afirmando que el Parlamento podía legislar a favor o contra del matrimonio homosexual (ver Aceprensa 164/04).

Los liberales antifamilia se aliaron entonces con los parlamentarios afines de la oposición, haciendo oídos sordo a las protestas que cundían en gran parte del país contra lo que aparecía como un «diktat» elitista. Durante la primavera, el gobierno minoritario fue sacudido por un escándalo de corrupción financiera, y se salvó por un voto, y el proyecto de ley con él.

Batalla mediática

Los intelectuales que se han manifestado en contra han tenido que vérselas con un vacío mediático, especialmente pronunciado en la provincia francófona de Québec, y en periódicos como el «Globe and Mail», extremadamente ideológico. Concretamente es la sociedad de Québec la que está sufriendo más que ninguna otra provincia la descomposición familiar y social, ya que el 58 % de los niños nacen fuera del matrimonio. La pujante provincia de Alberta, por contraste, es la gran defensora de la familia.

La clase política, y el Primer ministro también, hablan casi exclusivamente en este debate de los valores canadiense de la igualdad, de la no discriminación, y del derecho de las minorías «que no debe ser pisoteado por la mayoría»: es ésta la razón por la que el clamor popular debe ser desatendido. Sólo los opositores a la ley hablan de la importancia de la familia, de la libertad de expresión, etc.

Esta oposición hace hincapié muchas veces en el riesgo -y en ciertos casos el hecho- de que las libertades religiosas sean violadas. La Iglesia, a través de bastantes de sus pastores y fieles laicos, ha reaccionado también, con cartas pastorales y declaraciones, homilías y campañas de cartas e Internet, manifestaciones… Pero los medios de comunicación no se dignan hacerse eco del sentir de muchos, ni del Papa (que habló fuerte y claro al presentar sus credenciales el embajador canadiense ante la Santa Sede el año pasado) ni de otros pastores.

Si ganan los conservadores

Aunque su gobierno puede caer antes, el Primer ministro Paul Martin ha prometido convocar a elecciones anticipadas el próximo invierno. Martin afirma ser un «católico piadoso», que luchó interiormente con este problema, y que llegó a la conclusión de que la Constitución y su Carta de derechos y libertades están por encima de cualquier otra cosa.

A Stephen Harper, líder del partido conservador, protestante, le sucede algo muy diferente. Si no fuera por su postura en contra del «matrimonio homosexual» (aguada, por cierto, ya que piensa retener para los homosexuales los mismos derechos que si estuvieran casados, sin llamarlo matrimonio), muy posiblemente recibiría las alabanzas de los medios. Pero Harper no puede hacer menos de lo que hace, ya que la convención de su partido votó en un 75 % el pasado mes de marzo a favor de que solo la unión entre hombre y mujer fuera matrimonio.

El futuro sigue siendo incierto. Es posible que el Partido Conservador gane las elecciones nacionales este otoño o invierno, pero con un gobierno minoritario. Mas si Harper llegase a ganar con mayoría, intentaría revocar la ley recientemente aprobada. Si llegara a hacerlo, quedaría el formidable escollo judicial (los jueces, nombrados por el gobierno, suelen ser «ideológicos»), sin contar con el poder de las otras instancias analizadas: los medios y la «intelligentsia».

De cualquier manera, una nota de optimismo entre los defensores de la familia es que esta ley ha sido debatida más que la mayoría de las otras decisiones legislativas (y, por supuesto, judiciales) que en las últimas cuatro décadas han deshilachado el tejido social canadienses.

Fernando Mignone.

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