Indemnización por haber nacido

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Xandra Schutte comenta en «NRC Handelsblad» (25 marzo 2005) una sentencia que ha dado mucho que hablar en Holanda: el Tribunal Supremo ha reconocido a una minusválida el derecho a una indemnización, tras haber nacido sin que se hubiera hecho un diagnóstico prenatal, por lo que se privó a la madre de la posibilidad de abortar. Una sentencia similar en Francia (Aceprensa 29/02) en el caso Perruche dio lugar a una ley que niega la indemnización en estos casos.

Siempre que ocurre una gran tragedia, tiene que haber un culpable. Por lo menos, queremos señalar a alguien como culpable, porque tal como somos hoy día, bienpensantes y postreligiosos, no queremos encontrar sentido al dolor ni ver si hay un ser superior a cuyos designios debemos someternos humildemente.

La manera civilizada de buscar al culpable es la vía judicial. De este modo cuestiones de principios y morales acaban resolviéndose en términos judiciales. El lenguaje jurídico se ha abierto paso entre el filosófico y el religioso. Pero incluso cuando la culpa es detectable en términos jurídicos sigue siendo dudoso si el problema se puede dar por resuelto. Así nos podemos preguntar si el reciente fallo del Tribunal Supremo sobre el caso «baby» Kelly, minusválida profunda, se ha resuelto de forma satisfactoria. El juez ha dado la razón a los padres: vistos los defectos genéticos hereditarios de la familia del padre, no se le debía haber negado a la madre el diagnóstico prenatal. Los padres tienen derecho a una indemnización. Se ha hecho justicia.

La autora del artículo recuerda una película canadiense de 1997, «The Sweet Hereafter», de Atom Egoyan (Aceprensa 19/98). En un pueblecito aislado por la nieve un autobús escolar se desliza y cae en un lago helado. Mueren 14 niños. En medio del duelo, aparece un abogado de una gran ciudad y de puerta en puerta convence a las familias de que él puede conseguir una buena indemnización. Para una mentalidad así, no existe la tragedia: o el chófer conducía a demasiada velocidad, o la agencia de transportes no revisó el vehículo, o las carreteras estaban en mal estado. En una palabra: las familias pensaban en términos de destino, el abogado en términos de culpabilidad.

La película deja al espectador desconcertado. ¿Para qué el dinero si no sirve para rescatar a los niños desaparecidos? Esta pequeña comunidad rural, en lugar de ir aceptando el dolor, es desgarrada por la desconfianza y la rabia. La aceptación de la mala suerte es sustituida por la imagen de un mundo en el que cualquier riesgo está minimizado y si una seguridad prometida es infringida, habrá que pagar las consecuencias.

Esta película recuerda el caso de Kelly. A los padres se les negó la posibilidad de que Kelly no naciera. Ahora podemos comprender que el hospital cargue con los gastos de cuidado y educación de la niña. Pero, ¿por qué nos produce rechazo esta sentencia? El abogado de «The Sweet Hereafter» introdujo en el pueblo una nueva manera de pensar, una nueva lengua: la jurídica. Esta puede ser muy razonable, pero no sirve para las grandes cuestiones de la vida. En el caso de Kelly, han introducido la «wrongful life claim» (denuncia por vida improcedente), que es tanto como decir que Kelly no merecía vivir, que no tenía derecho a nacer.

El Tribunal Supremo ha hecho unas piruetas intelectuales impresionantes para aceptar la reclamación independiente de una chica minusválida que no puede hablar (su vida es una existencia improcedente). Su juicio no sólo afecta al valor de la niña como persona o a su existencia; la vida de Kelly no se puede reducir en términos de contabilidad a la columna de pérdidas. La sentencia, sobre todo la «wrongful life claim» ha dado mucho que hablar. Sin olvidar el aspecto de la reclamación que traerá consecuencias e implicaciones sin límite. ¿Se puede considerar como daño el haber nacido cuando alguien nace minusválido? ¿Tiene un niño derecho a ser abortado? ¿Puede reflejarse una vida en términos de dinero e indemnización? ¿Existe algo así como el derecho a nacer sin minusvalías?

La Corte Suprema ha tratado de separar la indemnización de la moral. Pero la cuestión es si se pueden eludir las nociones morales. Culpa y nacimiento, vida y dinero se han puesto en la misma línea y esta es una pretensión existencial. No sólo los juristas, sino toda la sociedad tendríamos que examinarnos de cómo interpretamos el destino. Quizá la conclusión sea que conceptos tan anticuados como aceptación y resignación resultarían muy adecuados.

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