Colonia.- No es fácil ofrecer una visión nueva de temas tan abordados por el cine como la derrota del nazismo y la personalidad de Hitler. Oliver Hirschbiegel lo ha conseguido con «El hundimiento», que ha tenido gran éxito en Alemania y que aspira al Oscar a la mejor película extranjera. Al mostrar los últimos días del dictador encerrado en el búnker de la cancillería, evoca toda la violencia de un régimen destructor y las discordantes facetas de Hitler.
— Bernd Eichinger es tanto el productor como el guionista de «El hundimiento». ¿En qué medida participó usted en la pre-producción?
— Intervine desde el primer momento. Cuando Bernd Eichinger me preguntó si quería dirigir el filme, todavía no había guión. Al principio, no me parecía viable hacer una película de esas características; sin embargo, cuando leí el libro de Joachim Fest y los recuerdos de Traudl Junge, la secretaria de Hitler, cambié de opinión. Comenzó entonces un diálogo de cuatro meses; mientras Bernd iba escribiendo, comentábamos el guión: por ejemplo, insistí en que se mostrara cómo Magda Goebbels mata a sus hijos. Pienso que, si se ha decidido seguir ese camino, hay que hacerlo consecuentemente.
Violencia necesaria
— ¿Pero, había que hacerlo de ese modo tan brutal?
— Creo que sí. Se trata de algo tan horrible, tan singular en la historia de la humanidad, que solo así el espectador se da cuenta de la barbarie que significa. En un primer momento quise rodar esa escena incluso sin música; pero después me di cuenta de que resultaba demasiado dolorosa. Normalmente en un filme la música se emplea para apoyar una situación, o para dramatizar. Aquí la utilizamos para todo lo contrario: la música hace la situación más llevadera. Sin embargo, pienso que esa secuencia no se debe eludir: no se trata tan solo de que el matrimonio Goebbels asesinara a sus hijos. Ese acto bárbaro es un sinónimo de la decadencia más absoluta de todo lo que había significado nuestra cultura. Por otro lado, también es un ejemplo de las decenas de miles de padres que asesinaron a sus propios hijos.
— ¿Podría considerarse una metáfora del régimen que asesina a sus propios hijos?
— Sí, muestra una ideología para la que ya nada es sagrado, en la que no hay límite alguno: todo lo que es útil, es legítimo. Tanto en un plano moral como en el del Estado de Derecho no hay límite alguno: todo lo que habíamos aprendido durante siglos, queda pulverizado.
Nada de heroico
— En la película se cita a Goebbels con las palabras que recoge textualmente Fest: «Yo no he obligado a nadie a ser mi colaborador, como tampoco hemos obligado al pueblo alemán. Es él el que nos ha dado a nosotros el encargo. Y ahora le cortan el cuello». En el libro, la cita continúa con una frase terrible, que sin embargo no se oye en el filme: «Cuando nosotros nos vayamos, temblará el orbe».
— La omitimos conscientemente, porque nos parecía que daba un tono heroico. Goebbels dijo también otras cosas increíbles, como: «Hemos sabido luchar y vivir. Ahora vamos a mostrar a la posteridad que también sabemos morir». Es una frase monstruosa, pero habría introducido un matiz equivocado: lo que hizo esa gente no tiene nada de heroico; quería evitar esa impresión a toda costa.
— Pero, ¿no causaría justamente la impresión contraria? Las potencias anteriores a Hitler, como Napoleón, también siguieron la política de la «tierra quemada»; pero lo específico del nacionalsocialismo es que quiso hundirse con todo el pueblo.
— Napoleón tenía una visión clara; por supuesto, es indudable que uno de los medios que usó fue la violencia. Sin embargo, en los países que ocupó introdujo reformas. Hitler no. Su ideología se basaba sobre cuatro columnas, cada una de ellas más torpe que la otra: raza, espacio vital, el principio de la dictadura en sí y la violencia. Y la violencia se convirtió en una columna cada vez más importante. En todas las guerras se producen muertes, pero no del modo sistemático tal y como lo inventó el nacionalsocialismo.
Un nervio del alma alemana
— ¿Qué diferencia este régimen de otros? Según Joachim Fest, lo específico de Hitler era precisamente esa idea: «Si yo me hundo, se ha de hundir todo el pueblo alemán».
— Precisamente eso toca un nervio del alma alemana, que ya se encuentra, por ejemplo, en Wagner: en el alma alemana hay una rara nostalgia de la muerte. Tengo la sensación de que eso se debe, por un lado, a la postura militarista en la historia alemana: o victoria o destrucción, de un modo mucho más radical que en otros pueblos. Por otro lado, me parece que los alemanes tienen cierto miedo a la vida, con todo su pluralismo, con su diversidad de colores, movimientos e ideas. Por eso, en la muerte ven una especie de redención, de paz, no en sentido religioso, sino en un plano práctico. No lo sé explicar, pero lo intento comprender, porque me parece muy interesante. Incluso en Heine se encuentra esa postura, y Heine era judío.
— ¿Hasta qué punto quiere proporcionar una interpretación con su filme?
— Nosotros seguimos los acontecimientos tal y como sucedieron. No se puede hablar realmente de interpretación: yo me he considerado una especie de delegado de la historia alemana. Mi idea, con esta película, era proporcionar un estímulo para ver el trasfondo con nuevos ojos. Ahora bien, el filme solo puede ser un acicate; lo interesante es que intentamos evitar una postura de prejuicio, de estigmatización. Decir tan solo que todo eso es malvado, que no debe volver a ocurrir, no conduce a ninguna parte. Cuando se le enseña a los niños, responden: «De acuerdo, qué horrible».
Pero para comprender el horror es necesario comprender cómo fue posible. Y en realidad, el horror fue mucho más horrible de lo que nos podemos imaginar. La gente que lo produjo no era sencillamente un pequeño grupo de locos, sino una parte considerable de nuestro pueblo. Y la sangre de esa gente bulle en nuestras venas. Los alemanes éramos un pueblo con una gran cultura; si queremos seguir siéndolo en el futuro, tenemos que ocuparnos realmente de nuestra historia. Espero que los viejos y los jóvenes, después de ver la película, hablen unos con otros; por ejemplo, que los jóvenes pregunten: «¿Cómo fue posible? ¿Os pareció bien que los intelectuales, los escritores críticos, los artistas de altura mundial abandonaran de repente el país, que se eliminara la elite cultural?».
— ¿Era necesario mostrar la violencia de ese modo tan explícito?
— Cuando se muestra violencia en un filme se asume una gran responsabilidad; hay que sopesarlo adecuadamente. Ahora bien, en todo el conjunto de la película, la guerra ocupa un puesto fundamental. Creo que hay que mostrar los horrores de la guerra, sin suavizarlos. Piense, por ejemplo, en El pianista de Roman Polanski, con esa escalofriante escena de la silla de ruedas. Los horrores de la guerra son tales que no se pueden simular por muchos efectos que se utilicen. Una escena como la de los suicidios ante la inminente caída del búnker es una alusión al suicidio de cientos de miles de personas: también esto es algo que no se había dado nunca en la historia.
Resistencia tardía
— Una figura que no aparece en el libro de Fest y que sin embargo desempeña un papel importante en su filme es el profesor Schenck (interpretado por Christian Berkel). ¿Podría decirnos algo sobre él?
— El profesor Schenck fue una persona muy interesante, con una biografía típica: un médico que había trabajado en investigación y que en el ejército se ocupó de investigar sobre el modo de deshidratar los alimentos para transportarlos más fácilmente. En su departamento se inventó, por ejemplo, el Nescafé. Yo no sé lo que él sabía, si había estado en campos de concentración; según lo que escribió en su propio libro, no era un nazi convencido; hay testigos de que se enfrentó con Himmler. Con todo, estaba a las órdenes de la SS, como todas las instancias decisivas entonces. Es cierto que insistió en quedarse en Berlín y que ayudó al profesor Haase a realizar unas 800 operaciones en un tiempo récord.
— ¿Es una figura que sirve de identificación al público, alguien que no ha perdido la humanidad?
— Al leer su libro tuve la sensación de que había reflexionado: era una persona que intentó hacer algo dentro del régimen. No se debe olvidar lo difícil que era: como muy tarde, desde el atentado del 20 de julio de 1944 y la ejecución de Stauffenberg, el sistema era tan represivo que apenas había posibilidad de resistencia. Esta tendría que haber comenzado antes.
Una gran interpretación
— ¿No podría ser contraproducente que un actor que goza de tanta simpatía entre el público como Bruno Ganz haga precisamente el papel de Hitler?
— Intentamos reproducir la figura con la mayor autenticidad posible. Por ejemplo, se sabe que Hitler era muy simpático con las mujeres de su entorno: una persona cortés que un minuto después, en medio de una reunión, sufría un ataque de cólera y se comportaba como un verdadero diablo. En cualquier caso, tuvo que poseer un cierto carisma. De lo contrario no habría podido llegar a esa posición, a ser elegido por una mayoría. El principio de la dictadura nacionalsocialista se basaba en un dictador, como en el fascismo, pero a Hitler muchos le adoraban. Al parecer supo despertar esperanza y lograr que muchos se proyectaran en él. Por tanto no es de extrañar que en cierto modo aparezca como una persona simpática. Sin embargo, en el filme mostramos cómo dice y hace cosas tan horribles, que me extrañaría mucho que despertase compasión.
Ahora bien: si el espectador siente algo, entonces hemos hecho bien nuestro trabajo, pues así es como respondió el pueblo alemán hacia él. Espero que la gente, después de ver la película, lea, estudie y comprenda qué es lo que sucedió. Por ejemplo, que los nazis asesinaron a los judíos es algo que todo el mundo sabe; pero ¿quién sabe hoy en día que, después de invadir Polonia, mataron a más de tres millones de polacos: que liquidaron sistemáticamente a tres millones: a todo el clero, a la elite intelectual, a los políticos, incluso a maestros de pueblo? Y no fue el ejército, sino el aparato de la policía, la SS y pequeñas unidades especiales del ejército.
— ¿Dispuso de un presupuesto adecuado para el filme?
— No es corriente disponer de tanto dinero para una película alemana, pero en definitiva tampoco era excesivo: los americanos no harían un filme de esas características con menos de 30-40 millones de dólares y nosotros tuvimos que arreglarnos con algo más de 13 millones.
José M. García Pelegrín
Joachim Fest: «No es ninguna tragedia»
Con motivo del estreno de «El hundimiento», el historiador Joachim Fest, autor del libro (1) en que se basa la película, declaraba:
«El final del Tercer Reich hace salir a la superficie, de un modo concentrado y nítido, todos aquellos aspectos que habían supuesto el régimen de Hitler. Por esto no hay mejor introducción a la historia del Tercer Reich que la historia de su hundimiento. Aquí se aprecia todo el nihilismo del régimen, la energía destructora de Hitler. En una biografía que se publicó hace 30 años, escribí que Hitler fue el despliegue de una fantasía destructora increíble. Nunca se aprecia con mayor claridad que en esos últimos días. Cuando Hitler dice que si el pueblo alemán no supera la prueba a la que se ve sometido, no se merece sobrevivir, se da la situación paradójica que Hitler buscó destruir dos pueblos: el judío y, al final, también el suyo propio, el alemán».
«Mientras que los representantes del régimen vivían en un mundo irreal, la población civil sufría lo indecible. Este es un aspecto que he subrayado en mi libro más de lo que es usual; por eso me han reprochado que haya querido hacer, del pueblo de los autores (verdugos), un pueblo de víctimas. Eso es absurdo. Los que lo dicen son personas que han crecido en circunstancias acogedoras, tranquilas, que no pueden ni imaginarse qué significa encontrarse en tal situación. Por supuesto, hubo muchos nazis y funcionarios del régimen y partidarios de Hitler. Pero la mayoría eran víctimas indefensas; esto siempre es así y también lo fue aquí. No se puede ver la desgracia de millones de personas y decir simplemente: «Se lo habían merecido». Esto es, de un modo nuevo, inhumano. Es la inhumanidad que hoy está de moda en Alemania».
«Hitler ha desenmascarado la visión del hombre de la Ilustración. Nos habíamos engañado a nosotros mismos: la Ilustración creyó que el hombre es bueno, que no tiene más que adquirir los conocimientos correctos y encontrar una situación social adecuada, para que la paz llegue sola, con la felicidad y el bienestar. Era una idea magnánima, pero también ingenua, que no tiene nada que ver con la realidad. Esa bella imagen ha quedado refutada de un modo horrible por Hitler, por Stalin, por Pol Pot, por Idi Amin y demás déspotas».
«Para la caída de la Alemania de Hitler no se puede aplicar el concepto de tragedia. Ya Thomas Mann advirtió que ese concepto infundía una especie de nobleza de espíritu a la pura estulticia y a la infamia que la caracterizó. A mí, esa advertencia de Thomas Mann me parece muy apropiada. Hitler actuó siempre con una falta de escrúpulos absoluta; al final le salió mal. Eso no es ninguna tragedia. Una tragedia surge siempre de la contradicción entre dos principios dentro de una persona. Y en Hitler no había contradicción alguna».
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(1) Joachim Fest. «El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich». Galaxia Gutenberg. Barcelona (2004). 224 págs. 14,90 €. T.o.: «Der Untergang». Traducción: Carmen Gauger.