Las patentes han demostrado ser un buen medio para favorecer la innovación, en especial si se las compara con su alternativa: el secreto industrial. El problema puede ser que el propio sistema de patentes funcione mal y se convierta en instrumento para fines espurios. Quizá hoy presenciamos una crisis de ese estilo.
Inventar exige un proceso largo y costoso. Por eso surgieron las patentes hace ya más de quinientos años: para conceder al inventor un monopolio temporal para la explotación de un invento nuevo, útil y no obvio, que le permita amortizar su inversión. Son, por tanto, un estímulo a la actividad innovadora privada, de la que también se beneficiará la sociedad en su conjunto, pues los inventos mejorarán la calidad de vida general y permitirán a su vez nuevos avances tecnológicos.Thomas A. Edison (izquierda) patentómás de 1.300 inventos
A lo largo de estos siglos, no todos los inventos han sido patentados, lo cual indica que las patentes no son condición «sine qua non» para la innovación. Sin embargo, casi todos los inventos importantes realizados a partir de la Revolución Industrial se han acogido a la protección del sistema de patentes. Se puede decir que las patentes han desempeñado un papel central en el progreso tecnológico y económico de la época contemporánea (ver Aceprensa 150/03).
Arena en la maquinaria
No obstante, también desde sus orígenes, las patentes han generado problemas porque a veces se han utilizado con fines distintos de aquellos para los que fueron creadas, y en lugar de estimular la invención, la han frenado, o han obstaculizado la difusión de nuevas técnicas. En algunas épocas, los abusos fueron tan abundantes o llamativos, que provocaron crisis del sistema de patentes. Una de ellas, a mediados del siglo XIX en Europa, llevó a la abolición de la ley de patentes en Holanda. Otra fue la que hubo en Estados Unidos a principios del siglo XX (en la época de Thomas Edison), que llevó a la reforma del sistema para evitar la creación de monopolios abusivos basados en patentes.
Según Adam B. Jaffe y Josh Lerner, autores de un reciente libro titulado «Innovation and Its Discontents» (1), en la actualidad el sistema de patentes está atravesando una crisis de ese estilo, ya que se han generalizado una serie de abusos que lo están convirtiendo en «arena más que en lubricante de la maquinaria del progreso». Aunque el libro examina el caso de EE.UU., la alarma general está justificada. El sistema de patentes norteamericano no solo es el mayor del mundo, sino que además es de alcance prácticamente universal: de las 170.000 patentes que otorga al año, la mitad son para inventos extranjeros.
Patentar lo impatentable
Según Jaffe y Lerner, desde la década de 1980 el sistema de patentes estadounidense está siendo utilizado más para bloquear a la competencia que para proteger las innovaciones tecnológicas. Así, las patentes están funcionando más como armas de agresivas guerras comerciales que como incentivos para la innovación. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Jaffe y Lerner ven la causa en dos ajustes, aparentemente sin importancia, realizados por el Congreso de EE.UU. en el «modus operandi» del sistema.
El primero fue la creación en 1982 de un tribunal de apelación especial y único para dirimir los litigios sobre patentes, en sustitución de los doce tribunales regionales que funcionaban hasta entonces. Con ello se pretendía unificar criterios. Pero lo que ha sucedido es que el nuevo tribunal ha acabado teniendo un sesgo claramente favorable hacia los poseedores de las patentes.
El otro cambio -introducido por el Congreso a principios de la década de 1990- fue que la Oficina de Patentes dejó de financiarse con cargo a los fondos públicos para pasar a sostenerse con las tasas pagadas por los solicitantes de patentes, lo que también ha causado un sesgo a favor de estos. Efectos de todo ello son el rápido incremento de las solicitudes de patentes y del porcentaje de concesiones, así como la ampliación del ámbito de materias patentables hacia objetos hasta ahora considerados impatentables, como el «software», los métodos de negocio y ciertas aplicaciones de biotecnología.
En los últimos veinte años, la expansión del número de solicitudes (de poco más de 100.000 en 1982 a unas 350.000 anuales en la actualidad) y de concesiones (de unas 62.000 en 1982 a unas 177.000 hoy) en la Oficina de Patentes de EE.UU. ha sido espectacular. Esto sería una muy buena noticia si fuera reflejo del aumento de la actividad innovadora. Pero, aunque eso seguramente ha sucedido, también parece indudable que buena parte de ese incremento se debe a la multiplicación de patentes duplicadas (se estima que son más del 30%), absurdas (como la del «sistema de balancearse en un columpio» solicitada por un niño de cinco años) o de métodos de negocio tradicionales (como algún tipo de subastas a la baja empleados desde antiguo en determinados negocios o lugares y por ello no patentados). Y la proliferación de solicitudes ha ido en perjuicio del rigor con que se examinan los expedientes.
Los fines espurios
Muchas de estas patentes, además, se están solicitando no para proteger un invento real y útil, sino con otros fines: bloquear la investigación de una empresa competidora solicitando antes que ella una patente de una tecnología similar todavía sin desarrollar y quizá sin la intención de desarrollarla; aprovecharse de una empresa que usa una tecnología o proceso no patentado, patentando el invento y acusándola ante los tribunales de infringir el derecho de patente para obtener una contraprestación a través de un acuerdo extrajudicial, etc.
Las grandes compañías han contribuido a la difusión de estos métodos como estrategia ofensiva… o defensiva, pues también han sido con frecuencia objeto de denuncias de individuos o empresas que, amparados en alguna patente, han tratado de lucrarse a costa de ellas. La consigna dada por Bill Gates a sus empleados a principios de los años noventa («Patent as much as we can»), después de haber tenido que pagar a IBM 30 millones de dólares por la violación de una patente, es ilustrativa de lo que está sucediendo en el ámbito de las grandes empresas. El resultado es la multiplicación de litigios sobre patentes y el incremento de los gastos legales y judiciales de muchas compañías. Así, los abogados se han convertido en la figura clave en las guerras comerciales basadas en el uso de las patentes. En cambio, los que se supone que deberían ser el centro -los inventores y la innovación- han pasado a un segundo plano, clara señal de que el sistema corre riesgo de desvirtuarse.
En otras zonas, como la Unión Europea, la situación no es tan grave, pues todavía no se permiten patentes de «software» o sobre métodos de negocio, ámbitos más proclives a los abusos referidos. Sin embargo, hay una tendencia hacia la equiparación con el modelo estadounidense, como indica el debate abierto en la actualidad sobre la patentabilidad del «software» en el seno de la UE. En cualquier caso, el uso de las patentes como estrategia para expulsar del mercado a la competencia está también a la orden del día en Europa y en otras partes del mundo, como Japón, el otro gran centro mundial de patentes. Además, también en la UE y en Japón, las solicitudes de patentes se han disparado en los últimos años.
Remedios contra los abusos
¿Qué hacer? Lo que proponen Jaffe y Lerner no es suprimir el sistema de patentes -que consideran imprescindible para el progreso tecnológico y económico-, sino reformarlo a través de la creación de «incentivos para maximizar la cantidad de información que las diferentes partes aportan al proceso a la vez que se minimizan sus incentivos para usarlo perjudicialmente». Esto supone cambios importantes en los procedimientos judiciales y de la Oficina de Patentes. En este último caso, se trataría de abrir cauces para que las partes implicadas pudieran hacer llegar a los examinadores de la Oficina información relevante -técnica y de otro tipo- difícilmente asequible de otro modo.
Especialmente para las patentes importantes, antes de su concesión se debería abrir un periodo para dar la oportunidad a las partes afectadas de demostrar si la solicitud infringe alguna patente anterior o alguno de los principios de novedad, utilidad y no obviedad. En el caso de los tribunales, una forma de mejorar sus procedimientos sería que las cuestiones técnicas difíciles, muy habituales en este tipo de litigios, fueran resueltas por jueces especiales y expertos.
Probablemente este tipo de reformas conseguirían reducir abusos y reconducir el sistema de patentes hacia su fin esencial: proteger e incentivar a los individuos e instituciones verdaderamente innovadores.
Las nuevas «fábricas» de inventos
La primera vez en la historia de EE.UU. que el número de patentes concedidas a empresas superó al de personas individuales fue en 1932. A partir de entonces, esta tendencia fue en aumento. En 1940 la Oficina del Censo de aquel país eliminó el término «inventor» como categoría laboral. La era del «inventor heroico» tocaba a su fin para dar paso a la de la innovación corporativa, la actual, en la que la mayor parte de las invenciones e innovaciones se realizan en los laboratorios y departamentos de I+D (investigación y desarrollo) de grandes compañías, donde no hay inventores, sino empleados que investigan y desarrollan los proyectos de la empresa.
La finalidad de las grandes corporaciones es rentabilizar sus inversiones en I+D. Para ello, es clave la parte de esta inversión dedicada a la «D», que busca convertir los inventos en productos comercializables. De hecho, a medida que las empresas han ido creciendo, la invención ha ido perdiendo peso en favor de las actividades de desarrollo y comercialización. Han seguido inventando y patentando, pero sobre todo en aspectos relacionados con las líneas de negocio más susceptibles de generar beneficios a corto plazo. Los empleados de los laboratorios de I+D, dedicados a las líneas de investigación marcadas desde arriba, no tienen tiempo ni estímulo para desarrollar libremente su creatividad: «Prácticamente ninguna de las grandes corporaciones, incluso las que funcionan bien, tiene motivación para dedicar dinero a proyectos al margen de sus actuales líneas de productos. En otras palabras, tienden a desincentivar la invención, ese esfuerzo a menudo subversivo de identificar nuevos problemas y generar soluciones inesperadas» (2).
En «I+D», lo principal es la «I»
A juicio de Nathan Myhrvold, fundador de Intellectual Ventures, esto es un problema. Según él, «la invención es a la tecnología lo que la concepción a la reproducción: el momento en el que surge algo original y sin precedentes» (3). Las ideas geniales y nuevas no suelen surgir dentro de los procesos normales de I+D. En muchos casos han nacido fuera del horario laboral y al margen de las líneas de trabajo establecidas, gracias a la dedicación e intuición de los inventores. Esto ha llevado a Myhrvold -fundador de Microsoft Research en 1991 y primer director de tecnología del gigante de Seattle- a crear, junto con Edwad Jung, Invention Science, una organización que busca promover la invención por la invención, enmarcada dentro de Intellectual Ventures, empresa constituida en el año 2000.
Invention Science, que funciona desde 2003, es lo que Myhrvold llama el «laboratorio de inventos» de su empresa. Los inventores pertenecen a distintas especialidades científicas y están totalmente dedicados a «inventar» en un régimen de libertad y sin planes predeterminados, aunque la empresa está especialmente orientada hacia la tecnología de la información, la biotecnología y la nanotecnología, los tres campos que según Mhyrvold van a generar los grandes avances tecnológicos del siglo XXI. En la actualidad tienen cientos de nuevas ideas bajo investigación, muchas de las cuales pretenden convertirlas en patentes útiles.
La finalidad de Invention Science no es explotar directamente los inventos, sino ofrecerlos a las empresas que quieran fabricarlos o utilizarlos en sus procesos de producción. Así las grandes corporaciones podrán beneficiarse de las ventajas económicas de la invención sin tener que invertir directamente en esta arriesgada actividad. El activo fundamental de esta empresa son los inventores, pero su base económica son las patentes a partir de las cuales se venden o licencian los inventos a otras compañías. El sistema de patentes, por tanto, está en el núcleo del negocio.
El original planteamiento de Invention Science no es realmente nuevo: el propio Myhrvold dice haberse inspirado en iniciativas de finales del siglo XIX como las de Thomas Edison, Alexander Graham Bell y muchos otros que dirigieron laboratorios dedicados totalmente a la invención. Además, Invention Science no es la única iniciativa de este tipo existente en la actualidad. Entre otras, se pueden citar las empresas estadounidenses Walker Digital, fundada en 1999, dedicada a desarrollar y conceder licencias de tecnologías relacionadas con métodos de hacer negocios, o Invent Resources, creada en 1992, una consultora que inventa a demanda de sus clientes; así como la británica Generics Group, fundada en 1986, empresa de ingeniería en la que los ingenieros deben dedicar parte de su horario laboral a proyectos personales.
Pero Intellectual Ventures, la matriz de Invention Science, viene desarrollando desde su fundación otra actividad: la compraventa de patentes. Con su capital y el recibido de algunas de las grandes compañías tecnológicas -Microsoft, Intel, Sony, Nokia, Apple, Google, eBay, etc.- ha comprado ya cerca de mil patentes. Su estrategia es crear una especie de gran mercado de patentes en el que «los propietarios de patentes obtienen dinero por adelantado por las polvorientas ideas depositadas en sus estanterías, los inversores obtienen los derechos a usar las ideas sin ser demandados y Myhrvold alquila esas mismas ideas a otras compañías que las necesitan para continuar creando productos» («Newsweek», 22-11-2004). Si la idea funciona, quizá sirva para solucionar algunos de los problemas actuales del sistema de patentes. Pero los críticos temen que estos grandes «pools» de patentes pueden servir precisamente para evitar que otros empresarios entren en el mercado en vez de para promover la innovación. De momento es difícil prever los resultados; solo dentro de unos años podremos valorar la eficacia de este curioso negocio.
José María Ortiz-VillajosJosé María Ortiz-Villajos es profesor de Historia Económica en la Universidad Complutense de Madrid.__________________(1) Adam B. Jaffe y Josh Lerner: «Innovation and Its Discontents: How Our Broken Patent System is Endangering Innovation and Progress, and What to Do About It», Princeton, Princeton University Press, 2004, 256 pp., 29,95 $.(2) Evan I. Schwartz: «Sparking the Fire of Invention», «Technology Review», mayo 2004, p. 1.(3) Nathan P. Myhrvold: «Foreword», en Schwartz, Evan I.: «Juice: The Creative Fuel That Drives World-Class Inventors», Boston-Mass., Harvard Business School Press, 2004, p. ix.