Los países pobres, africanos en especial, son los más afectados por el sida y otras enfermedades no menos mortíferas, pero sufren escasez de medios humanos y materiales para combatirlas. Lo subrayan algunos comentarios publicados estos días.
Hilde F. Johnson, ministra noruega de Desarrollo Internacional, escribe en «International Herald Tribune» (1 diciembre 2004) tras una visita a Malaui, uno de los países más castigados por el sida. Allí, como en la mayor parte de África, no hay suficiente personal sanitario para atender a los enfermos. Pero no ocurre solo que se forme a pocos, sino que buena parte de los titulados se pierden por la emigración.
«Hay más médicos de Malaui en Manchester (Inglaterra) que en todo Malaui», dice Johnson. En otras naciones la situación es semejante. «En 2001, 473 enfermeras de Zimbabue se fueron a trabajar a Gran Bretaña. Puede parecer un número pequeño, pero las enfermeras que obtuvieron el título en Zimbabue aquel año fueron en total 737». «En Zambia, de los más de 600 médicos formados desde la independencia (1964), solo 50 permanecen en el país».
«En Malaui me dijeron que de cada cuatro nuevos profesionales sanitarios, solo uno se sumará al sistema sanitario nacional. De los otros tres, uno abandonará la profesión por las malas condiciones de trabajo, otro emigrará a un país más rico y otro morirá de sida u otra enfermedad».
«En África no hay más que 0,8 profesionales sanitarios por mil habitantes, mientras que Europa tiene 10,3 y estados Unidos 9,9. Además, al aumentar la demanda de servicios sanitarios en Europa y Estados Unidos, se multiplican los esfuerzos por reclutar profesionales en determinados países de África y Asia». «Si no se resuelve esta crisis de personal, de poco servirán el dinero y las medicinas».
Enfermedades olvidadas
En «Le Monde» (4 diciembre 2004), Yves Champey, Philippe Kourilsky y Bernard Pecoul llaman la atención sobre otra carencia: la de medicamentos contra las enfermedades «olvidadas» (enfermedad del sueño, enfermedad de Chagas, dengue…). Son las que más afectan a los países pobres y las más desatendidas por la industria farmacéutica. Champey y Pecoul son presidente y director, respectivamente, de la fundación Drugs for Neglected Diseases Inititiave (DNDI), y Kourilsky es director general del Instituto Pasteur.
«Menos del 10% de la investigación médica -dicen- se dedica a las enfermedades mayoritariamente prevalentes en los países en desarrollo, que afectan a casi el 90% de la población mundial». En el último decenio, el gasto mundial en investigación médica y farmacéutica ha pasado de 30.000 a 106.000 millones de dólares anuales; pero la parte empleada en las prioridades de los países pobres sigue siendo ridícula. Así, «apenas el 1% de los 1.400 nuevos medicamentos introducidos en el mercado en los últimos veinticinco años son para esas enfermedades».
Los autores del artículo reconocen que algo han hecho entidades como la DNDI, la Global Alliance o Malaria Venture. Estas iniciativas favorecen la aplicación de conocimientos, generalmente salidos de laboratorios públicos, al desarrollo efectivo de medicamentos con el concurso de la industria farmacéutica. Con estas fórmulas se puede cubrir las fuertes inversiones que exige crear nuevos fármacos.
Hace falta esta colaboración entre los sectores público y privado, porque la responsabilidad recae sobre los dos. «A menudo se culpa a la industria farmacéutica de la falta de verdadera investigación en las enfermedades olvidadas. Sin embargo, su cometido no es asegurar la salud mundial en una economía competitiva en la que manda la conquista de mercados. A cambio, la industria tiene en su poder conocimientos técnicos y bibliotecas de moléculas infrautilizadas que, puestas a disposición de la investigación en las enfermedades olvidadas, contribuirían a impulsar una dinámica de éxito. Por tanto, hay que crear un marco jurídico que incite a la industria a abrir una parte de sus conocimientos no explotados en el ámbito de las enfermedades olvidadas».
La responsabilidad pública recae sobre los gobiernos de los países más ricos (Estados Unidos, Japón, la UE), donde se concentra casi toda la investigación farmacéutica y el 80% del mercado mundial de medicamentos. Se trata de que «estos países ricos den prioridad a la investigación y desarrollo de medicamentos para las enfermedades olvidadas». «No se trata de crear un nuevo dispositivo partiendo de cero, sino de estimular la investigación pública en estas enfermedades y apoyar las iniciativas que surjan».
Los autores advierten que, si la meta es inventar medicamentos para los pobres, no se pueden imponer las mismas condiciones que se exigen a los fármacos destinados a los mercados de los países ricos. «En la lógica de seguridad dominante, las exigencias que regulan la investigación, el desarrollo, la producción y la distribución de medicamentos y vacunas se elevan continuamente». Hay que buscar un equilibrio de beneficios y riesgos, y en los países pobres las necesidades son tan acuciantes, que es razonable asumir más riesgos, como se hizo en otro tiempo en los mismos países desarrollados. «Si se hubieran aplicado las ‘reglas’ de precaución que prevalecen hoy en las sociedades ricas, es muy probable que no se hubiera desarrollado la vacuna de la poliomelitis, que fue una de las grandes revoluciones de la medicina».