Roma. Como ya ocurre con la fecundación artificial, que casi ha suprimido la investigación sobre la esterilidad, también la práctica de la eutanasia ha disminuido drásticamente -en los países que la admiten- el empeño del sistema sanitario a favor de los pacientes terminales. El mismo progreso científico se resiente así de las medidas que desdeñan la ética médica.
Este fenómeno se puso de manifiesto durante la conferencia internacional sobre «Los cuidados paliativos», que se desarrolló en el Vaticano del 11 al 13 de noviembre. En el congreso, organizado por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, participaron seiscientos cincuenta especialistas, entre los que figuraban representantes de otras religiones y confesiones cristianas.
Durante el encuentro se constató que la medicina paliativa se configura cada vez más como una verdadera especialidad. En ella intervienen médicos, fisioterapeutas, psicólogos, asistentes sociales y espirituales, y la propia familia del enfermo. Su finalidad es dotar al paciente terminal del estado anímico, mental, social y espiritual más adecuado para poder vivir mejor la fase final de su vida, según sintetizó el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del congreso. En palabras de la doctora Cecilia Sepúlveda, coordinadora del programa de control de cáncer de la Organización Mundial de la Salud, «los cuidados paliativos afirman la vida, miran a la agonía como un proceso normal y no buscan ni acelerar ni retrasar la muerte».
En el discurso que dirigió a los participantes, Juan Pablo II dijo que una manifestación de respeto por el paciente es «acompañarle hasta el final, poniendo en práctica todas las acciones y atenciones posibles para disminuir los sufrimientos y favorecer, en la última parte de la existencia terrena, una vida lo más serena posible, que disponga el ánimo al encuentro con el Padre celestial».
En este contexto, se refirió también a la eutanasia, definiéndola como uno de «los dramas causados por una ética que pretende establecer quién puede vivir y quién debe morir». Que la eutanasia sea fruto de una malentendida «compasión» o «dignidad», se demuestra por el hecho de que «suprime a la persona en vez de rescatarla del sufrimiento».
El Papa explicó que existe una relación proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre. La verdadera compasión, añadió, «promueve toda clase de esfuerzos razonables para favorecer la curación del paciente. Y al mismo tiempo, ayuda a detenerse cuando cualquier iniciativa resulta ya inútil para tal fin». Recordó que cuando se rechaza el «ensañamiento terapéutico» no se rechaza al paciente y a su vida, pues lo que se juzga es el valor de la intervención médica. «La decisión de no emprender o de interrumpir una terapia es éticamente correcta cuando ésta resulte ineficaz o claramente desproporcionada para mantener la vida o recuperar la salud».
En el ámbito de los cuidados paliativos, concluyó el Papa, la ciencia y la técnica, a pesar de su importancia, «no podrán nunca dar una respuesta satisfactoria a los interrogantes esenciales del corazón humano: a estas preguntas puede responder solo la fe». De ahí que destacara la importancia de la pastoral sanitaria y concretamente la tarea de las capellanías hospitalarias.
La relevancia de la dimensión espiritual en el tratamiento de enfermos terminales fue tema de algunas intervenciones. El profesor Pierluigi Zucchi, director del Instituto para la Terapia del Dolor (Florencia), mostró la eficacia de la terapia espiritual (oración) como potenciadora de los efectos de la terapia farmacológica, tanto en los pacientes creyentes como en los agnósticos que, una vez informados, se sometieron libremente al tratamiento. «Es de este entrelazamiento entre inmanencia y trascendencia, presente en la naturaleza del hombre, donde la terapia del dolor, farmacológica y ética, puede dar el mejor resultado en cada sujeto en cuanto persona, precisamente porque es una criatura misteriosa y fascinante hecha a imagen y semejanza de Dios».
Diego Contreras