Angel Castiñeira y Josep M. Lozano, profesores de la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (Esade), advierten que muchos profesionales, hombres y mujeres, necesitan replantear su dedicación al trabajo para que no sufra su vida familiar (La Vanguardia, 31 marzo 2004).
«A veces la vida privada del directivo parece estar falta de la más mínima inteligencia. El tiburón empresarial acaba convirtiéndose al llegar a casa en un elefante que no da pie con bola. Su brillantez en las relaciones laborales se transforma en torpeza en las personales; la seguridad, en preocupación; los éxitos, en frustración, y sus increíbles dotes para comunicar los objetivos empresariales se convierten en una apabullante incapacidad para afrontar sus problemas personales, relata un experto. Lo expresaba perfectamente un chiste de El Roto: un directivo ostenta en su mesa de trabajo un rótulo que dice Traspaso alma por no poder atenderla».
Sin embargo, «esto no es un problema exclusivo de los directivos, sino que impregna toda una cultura del trabajo». Es frecuente lamentarse por la falta de tiempo para la familia. Pero cuando el trabajo se desborda a costa de la vida familiar, el consiguiente desequilibrio personal perjudica, a su vez, al trabajo. «Los efectos de un exceso de trabajo revierten negativamente en nuestra vida privada. La inestabilidad de la vida privada tiene efectos negativos sobre el rendimiento y las relaciones laborales».
«Muchos profesionales, llevados por un exceso de responsabilidad con su empresa o por una superespecialización, han dejado de considerar su vida privada, simplemente, como un espacio vital. Han dejado de disfrutar de la familia, del ocio, del esfuerzo creativo, del trato afectivo con los hijos. En mitad de su vida descubren que han perdido algo esencial, algo que habría dado a sus vidas un significado profundo. La trayectoria profesional, el trabajo, los compañeros, resultan de repente insignificantes en comparación con lo que han perdido. Intentan desesperadamente dar marcha atrás, pero a menudo se encuentran con adultos o con niños casi adultos para los que se han convertido en extraños».
«Algo parecido podríamos decir de la mujer. Megan Marshal relata cómo el triunfo en el trabajo de algunas mujeres tiene como precio la infidelidad, la carencia de afectos y un cierto correlato de amargura y soledad forzada. Rasgos del triunfo, por cierto, que también se aplican a ciertos hombres». Por eso sería un error creer que conciliar trabajo y familia es un problema solo de mujeres.
«Hoy son diversos los colectivos que comienzan a manifestar su resistencia a sacrificar su vida personal y familiar por la dedicación a un empleo que está ocupando un lugar desmesurado. Los ciudadanos aspiramos a convertir nuestro bienestar en algo cualitativo, y hemos de mentalizarnos para la implantación de cambios también en nuestras empresas y en nuestras vidas».