Juan Pablo II considera importante aclarar el papel de la religión en la vida pública, tras recientes polémicas en Europa sobre los signos religiosos y los debates sobre la Constitución Europea. En su discurso anual al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero 2004), que es una síntesis de la postura de la Santa Sede en cuestiones internacionales importantes, Juan Pablo II subrayó que la libertad religiosa exige no solo respetar el sentimiento religioso de los individuos, sino también la dimensión social de las religiones, lo cual es perfectamente compatible con la laicidad.
El Papa no cree que la religión sea un asunto meramente privado. «Las comunidades de creyentes -afirmó- están presentes en todas las sociedades como expresión de la dimensión religiosa de la persona humana. Por tanto, los creyentes esperan legítimamente poder participar en el diálogo público. Por desgracia, hay que constatar que no siempre es así. En estos últimos tiempos observamos en ciertos países de Europa una actitud que podría poner en peligro el respeto efectivo de la libertad religiosa».
«Si bien todo el mundo está de acuerdo en respetar el sentimiento religioso de los individuos, no se puede decir lo mismo del ‘hecho religioso’, es decir, la dimensión social de las religiones, con lo que se olvidan los compromisos asumidos en el marco de lo que entonces se llamaba la Conferencia sobre la Cooperación y la Seguridad en Europa».
El Papa quiso dejar claro que la laicidad no es contraria a la religión: «Con frecuencia se invoca el principio de laicidad, que en sí mismo es legítimo si se lo entiende como la distinción entre la comunidad política y las religiones. ¡Pero distinción no quiere decir ignorancia! ¡La laicidad no es el laicismo! La laicidad no es otra cosa que el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diferentes tradiciones espirituales y la nación. Las relaciones Iglesia-Estado pueden y deben dar lugar a un diálogo respetuoso, portador de experiencias y valores fecundos para el porvenir de una nación».
Juan Pablo II aplicó luego este principio al debate sobre la Constitución Europea. «La dificultad para aceptar el hecho religioso en la vida pública se ha verificado de manera emblemática con ocasión del reciente debate sobre las raíces cristianas de Europa. Algunos han hecho una relectura de la historia a través del prisma de ideologías reduccionistas, olvidando lo que ha aportado el cristianismo a la cultura y a las instituciones del continente: la dignidad de la persona humana, la libertad, el sentido de lo universal, la escuela y la universidad, las obras de solidaridad. Sin subestimar a las demás tradiciones religiosas, es un hecho que Europa se afirmó al ser evangelizada. Y es un deber de justicia recordar que incluso hace poco tiempo, los cristianos, al promover la libertad y los derechos del hombre, han contribuido a la transformación pacífica de regímenes autoritarios, así como a la restauración de la democracia en Europa central y oriental».
El 9 de enero, en la presentación de cartas credenciales del nuevo embajador italiano ante la Santa Sede, el Papa se refirió a la mención del cristianismo en el proyecto de Constitución Europea.
«Italia tiene un título particular para intervenir ante las instancias competentes con vistas a que también Europa reconozca sus raíces cristianas, que son capaces de asegurar a los ciudadanos del continente una identidad no efímera o basada en meros intereses político-económicos, sino en valores profundos e imperecederos. Los fundamentos éticos y los ideales que inspiraron los esfuerzos en favor de la unidad europea son hoy aún más necesarios si se quiere dar estabilidad a la configuración institucional de la Unión Europea».
El Papa agradeció implícitamente al gobierno italiano el haber defendido la referencia al cristianismo en las negociaciones para la aprobación de la Constitución. «Deseo alentar al gobierno y a todos los representantes políticos italianos a perseverar en el trabajo ya realizado en este campo. Que Italia siga recordando a las naciones hermanas la extraordinaria herencia religiosa, cultural y civil que ha permitido a Europa ser grande a lo largo de los siglos».
Y puso como ejemplo de buen entendimiento los acuerdos entre la Santa Sede e Italia. «En el año recién comenzado se recordarán dos importantes pasos en las relaciones entre la Santa Sede e Italia: el 75 aniversario de los Pactos de Letrán y el 20 aniversario del Acuerdo de Reforma firmado en Villa Madama. Dos efemérides que muestran cuán provechosa es la colaboración existente entre las partes, colaboración que se desarrolla mediante el respeto de los respectivos ámbitos y un constante y sereno diálogo en la voluntad de hallar soluciones equitativas a las exigencias recíprocas».