Por motivos distintos, la Iglesia católica se encuentra con nuevas limitaciones a la libertad religiosa en los dos países más poblados de Asia y del mundo, India y China. El caso indio fue expuesto el pasado 3 de junio por Juan Pablo II en un discurso a un grupo de obispos del país que hacían su visita ad limina.
El Papa se refirió a las campañas de extremistas hindúes contra la libre práctica de otras religiones, el cristianismo entre ellas. En algunas zonas del país, dijo, «las personas se ven sometidas a la animosidad, la discriminación e incluso a la violencia, por causa de sus convicciones religiosas o de su filiación tribal». Todo eso, en efecto, sufren los dalits (indios del rango más bajo en el sistema de castas), en especial cuando abrazan el cristianismo, cosa bastante frecuente. «Desgraciadamente -añadió Juan Pablo II-, en varias regiones las autoridades estatales han cedido a las presiones de estos extremistas y han promulgado injustas leyes contra la conversión, prohibiendo el libre ejercicio del derecho natural a la libertad religiosa, o retirando la ayuda del Estado a los miembros de algunas castas que han decidido convertirse al cristianismo». Tales leyes contra las conversiones «forzadas» se han aprobado en varios Estados, el último de ellos Gujarat, uno de los más poblados (ver servicio 16/03).
Juan Pablo II aludió a otros motivos de preocupación, como «los intentos de imponer en Asia tipos de planificación familiar y de medidas de salud reproductiva moralmente inaceptables». También citó «las amenazas a los no nacidos, sobre todo si se trata de niñas», en alusión al extendido aborto selectivo por motivo del sexo. El Papa animó a «llevar a cabo todos los esfuerzos posibles que respeten la dignidad y los derechos de la mujer para garantizar la promoción en todos los niveles de la sociedad india de un nuevo feminismo que, sin caer en la tentación de seguir modelos machistas, sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación».
Pero el Papa no mencionó solo problemas. Las comunidades católicas indias, dijo, son «materialmente pobres, sobre todo cuando se comparan con otras comunidades cristianas, pero ricas en recursos humanos». En particular, Juan Pablo II destacó el «número impresionante de vocaciones religiosas y diocesanas en vuestras provincias y el elevado porcentaje de fieles que acuden a la misa dominical».
Normas para los católicos chinos
En China, las amenazas más recientes a la libertad religiosa vienen del gobierno central y se dirigen específicamente a los católicos, según ha advertido Bernardo Cervellera, ex director de la agencia Fides, en el diario italiano Avvenire (27-V-2003). El régimen ha impuesto nuevas normas para la actividad de la Iglesia católica que suponen un refuerzo del control estatal.
Las directrices aprobadas son para la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos (APCC), promovida y controlada por el régimen, separada de la Santa Sede, y única «Iglesia católica» oficialmente reconocida.
Ye Xiaowen, director de la Oficina Estatal para Asuntos Religiosos, ha presentado estos reglamentos no como órdenes del gobierno, sino como normas que la APCC se ha dado a sí misma. Según Xiaowen, eran necesarias para «llenar un vacío» en el gobierno «democrático» de la Iglesia, y se basan en los principios de «independencia, autonomía y autogestión».
En realidad, comenta Cervellera, la única independencia que se busca es con respecto a Roma, mientras se refuerza la dependencia con respecto al gobierno. Y añade: «Es posible que la promulgación de estos nuevos reglamentos, inaceptables para los católicos, dé lugar a una nueva ola de persecuciones».
Según el gobierno chino, la APCC cuenta entre 4 y 5 millones de fieles, con 70 obispos y 2.600 sacerdotes. Otros 7 millones de católicos chinos, incluidos 47 obispos y unos mil sacerdotes, son «clandestinos».