Juan Pablo II ofrece en su última encíclica un compendio de la doctrina cristiana sobre el sacramento de la Eucarística y, al mismo tiempo, hace una llamada de atención ante algunas arbitrariedades y abusos en la liturgia que se han introducido en distintos lugares. Pero se diría que lo que pretende con Ecclesia de Eucharistia es, sobre todo, despertar en los cristianos «asombro y gratitud» ante el misterio de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino: un misterio que es fuente y cima de toda la vida cristiana.
El Papa firmó la encíclica Ecclesia de Eucharistia, la número catorce del Pontificado, el pasado 17 de abril, Jueves Santo, durante la misa in Cena Domini que celebró en la basílica de San Pedro. El objetivo ha sido «involucrar más plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión eucarística, para dar gracias a Dios también por el don de la Eucaristía y del sacerdocio: Don y misterio».Rescate de los sacramentos
Si hubiera que situar esta nueva encíclica en un contexto más amplio, se podría decir que -aunque es un Pontificado activo en todos los frentes- en los últimos años se nota un acento especial hacia la «recuperación» de los sacramentos y de la práctica de la vida cristiana. Es el mensaje explícito de la carta apostólica Novo millennio ineunte (del 6 de enero de 2001; ver servicio 2/01), con la que se concluyó el Gran Jubileo del año 2000; de la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (del 16 de octubre pasado; ver servicio 135/02), con la que impulsa la difusión de esta devoción e instituye un Año del Rosario, y de textos disciplinares como el motu proprio Misericordia Dei (7 de abril de 2002; ver servicio 64/02), que recuerda algunos aspectos esenciales de la celebración del sacramento de la penitencia.
En este caso, el Papa quiere poner la Eucaristía en el centro de la atención de la Iglesia y de cada uno de los fieles. «Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el programa que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre».
Luces y sombras
Aunque responde a esas situaciones concretas, el contenido de la encíclica es eminentemente propositivo, incluso para el ecumenismo. El Papa presenta qué nos dice la fe sobre la Eucaristía, sacramento en el que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo, misterio ante el que la inteligencia humana muestra sus limitaciones. Se extiende sobre el sentido de la Misa como renovación del sacrificio de la Cruz; habla del sacerdocio, que lo hace posible, de la relación de María (primer «tabernáculo» de la historia) con la Eucaristía y del decoro con que se deben seguir las normas litúrgicas, que «no son propiedad privada de nadie».
Junto a esa exposición de las verdades de fe no faltan referencias a situaciones negativas. En las primeras páginas de la encíclica se ofrece un cuadro de los puntos más afectados: «Hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convivial fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe». El Papa añade que no se extiende detenidamente en esos puntos porque ha encargado a los organismos competentes de la Santa Sede la elaboración de un documento específico, de carácter jurídico, que tratará del cumplimiento de las normas litúrgicas, etc.
Eucaristía y sacerdocio
La presentación de la doctrina teológica va acompañada de algunas observaciones de carácter más práctico. Por ejemplo, cuando se refiere a la multiplicidad de actividades pastorales que debe desempeñar el presbítero y al riesgo de dispersión que eso trae consigo, el Papa dice -citando al concilio Vaticano II- que el remedio «brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero». «Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía».
Uno de los hilos de la encíclica, que aparece ya en el título, es la relación de la Eucaristía con la Iglesia. «La Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo».
Para ello es necesario el ministerio sacerdotal: de hecho, «la Eucaristía es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella». Por esta razón, a pesar de los progresos del diálogo ecuménico, «que nos hacen esperar en un futuro en el que se comparta plenamente la fe», siguen siendo válidas las observaciones del Vaticano II sobre las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, las cuales no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico, por un defecto del sacramento del Orden.
Concelebraciones ecuménicas
De este modo, los fieles católicos «aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de la verdad. Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de oración en común con cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o bien con la participación en su servicio litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso eucarística, pero no pueden reemplazarla».
La razón teológica de fondo es que «la unidad de la Iglesia, que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico». Por consiguiente, «no es posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos. Una concelebración sin estas condiciones no sería un medio válido, y podría revelarse más bien un obstáculo a la consecución de la plena comunión, encubriendo el sentido de la distancia que queda hasta llegar a la meta e introduciendo o respaldando ambigüedades sobre una u otra verdad de fe».
Si la concelebración no es legítima en ningún caso, si falta la plena comunión, «no ocurre lo mismo con respecto a la administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a Iglesias o a Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. En efecto, en este caso el objetivo es satisfacer una grave necesidad espiritual para la salvación eterna de los fieles, singularmente considerados, pero no realizar una intercomunión, que no es posible mientras no se hayan restablecido del todo los vínculos visibles de la comunión eclesial».
Arte sagrado
El Papa dedica todo un apartado de la encíclica al decoro en los lugares de culto y en la celebración litúrgica. Desde los primeros tiempos del cristianismo, «se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración (…). Se puede decir así que la Eucaristía, a la vez que ha plasmado la Iglesia y la espiritualidad, ha tenido una fuerte incidencia en la cultura, especialmente en el ámbito estético».
Por esta razón, el Santo Padre insiste en que es preciso prestar especial atención a las normas que regulan la construcción y decoración de los edificios sagrados. «La Iglesia ha dejado siempre a los artistas un amplio margen creativo, como demuestra la historia y yo mismo he subrayado en la Carta a los artistas [ver servicio 77/99]. Pero el arte sagrado ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio, tomado en la plenitud de la fe de la Iglesia y según las indicaciones pastorales oportunamente expresadas por la autoridad competente. Ésta es una consideración que vale tanto para las artes figurativas como para la música sacra». Ello ha de tenerse en cuenta también en la «inculturación», pues «la sagrada liturgia expresa y celebra la única fe profesada por todos y, dado que constituye la herencia de toda la Iglesia, no puede ser determinada por las Iglesias locales aisladas de la Iglesia universal».
Abusos litúrgicos
En este punto el Papa constata que a partir de los años de la reforma litúrgica que siguió al concilio Vaticano II, y por un mal entendido sentido de la creatividad, se han producido abusos que han provocado malestar en muchos fieles. Se presentaban como reacción al «formalismo», pero han provocado arbitrariedades y han introducido innovaciones no autorizadas.
«Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios».
La Penitencia y la Eucaristía, sacramentos vinculados
El Papa observa que la Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. En este sentido, se refiere a las condiciones que debe reunir el fiel para recibir la comunión, concretamente la confesión de los pecados graves. «Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal».
El juicio sobre el estado de gracia corresponde solamente al interesado, pues es una valoración de conciencia. «No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave».
El Papa concluye la encíclica, escrita en el Año del Rosario, con una amplia referencia a la profunda relación de la Virgen María con el misterio de la Eucaristía. «En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor».
La encíclica en flashes
· No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar.
· La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado.
· Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual.
· Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo (…): nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia.
· El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.
· La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles.
· Los fieles católicos, aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía.
· Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
· Esta peculiar eficacia para promover la comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de la importancia de la Misa dominical.
· [Su relación con el ecumenismo:] Precisamente porque la unidad de la Iglesia, que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos.
· Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía.
· Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía (…). La liturgia nunca es propiedad privada de alguien.
· María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas.
· Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen.