Roma. Sin minusvalorar las divergencias doctrinales, Juan Pablo II está convencido de que las difíciles relaciones entre católicos y ortodoxos se resienten, sobre todo, del peso de siglos de desconfianza recíproca. Por eso, busca todos los medios posibles que contribuyan a dar a ese diálogo un poco de calor humano.
Es lo que se ha visto durante la visita oficial a Roma del Patriarca ortodoxo de Rumanía, Teoctist, que se desarrolló del 7 al 13 de octubre. El Papa quiso que el primer saludo a su huésped, apenas llegado del aeropuerto, tuviera lugar en el contexto multitudinario y caluroso de la audiencia a los participantes en la canonización de Josemaría Escrivá.
Aunque a lo largo de la semana se entrevistaron en varias ocasiones, en una de ellas por espacio de una hora y veinte minutos, una duración poco normal, cabe pensar que fue el encuentro en la plaza de San Pedro lo que, por su carácter inusual, más sorprendería a Teoctist. El propio Juan Pablo II comentó en el Angelus del domingo 13 de octubre que esta visita le había recordado su estancia en Rumanía en mayo de 1999. Y añadió que «de estos encuentros [con Teoctist] ha emergido un sincero deseo de unidad. Unitate, escuché proclamar a los jóvenes de Bucarest; Unità, he sentido repetir en la plaza de San Pedro el pasado lunes, durante mi primer encuentro con Su Beatitud».
Teoctist es probablemente el líder ortodoxo más abierto hacia Roma, y es de suponer que los demás Patriarcas examinarán con lupa sus encuentros con el Papa. Sobre todo Alexis II, el Patriarca de Moscú, cuyas relaciones con la Santa Sede atraviesan tal vez el peor momento desde la caída del régimen soviético. El Patriarcado no ha digerido que el Papa elevara a rango de diócesis las cuatro administraciones apostólicas existentes en Rusia para la atención de los fieles católicos (ver servicio 26/02). En los últimos meses se produjo, además, la expulsión de Rusia de un obispo y de varios sacerdotes católicos, lo que algunos interpretan como una especie de respuesta (ver servicio 122/02).
Si hubiera que hacer balance de esta visita, se podría decir que han sido precisamente los gestos de afecto, más que las palabras, los que han marcado la diferencia. Las palabras (discursos, homilías, declaración común) no han ido más allá -y no es poco- de la expresión del sincero deseo por alcanzar la unidad. Pero no se evitaron cuestiones espinosas: por ejemplo, Teoctist hizo referencia al concepto de «territorio canónico», zona geográfica en la que la Iglesia ortodoxa tendría la exclusiva de la evangelización. En los gestos, sin embargo, se ha visto mucho más de lo que exigía ningún protocolo. Eso se notó particularmente en el abrazo durante la misa que el Papa celebró en San Pedro en presencia del Patriarca.
La conclusión es que en el ecumenismo quizás se deba pasar antes por el corazón que por la cabeza. Y es que, como ha recordado alguien durante estos días, cuando se quiere unir un hierro partido es necesario calentarlo antes para que se puedan soldar las partes.
Diego Contreras