El cambio en el modo de percibir el Opus Dei en Italia
Ante la canonización de Josemaría Escrivá el 6 de octubre, podría decirse que un «milagro» del santo ha sido la transformación de la imagen pública del Opus Dei, dentro y fuera de la Iglesia. Desde las polémicas que rodearon su beatificación en 1992 se ha pasado a una visión más serena e informada y, en muchos casos, de abierta simpatía. Este cambio del modo de percibir el Opus Dei se observa también en Italia, según el artículo del periodista Rodolfo Brancoli Il fantasma dellOpera, publicado en la revista política Liberal (junio-julio 2002), de tendencia centro-izquierda, del que ofrecemos un resumen.
Como signos externos de este cambio Brancoli menciona una «amplia y respetuosa» entrevista con el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, publicada el pasado enero en La Repubblica, diario que forma parte de un grupo editorial que ha criticado al Opus Dei en otras ocasiones. «Es el signo más vistoso de un sustancial cambio en el modo de percibir el Opus Dei que se ha manifestado recientemente en el establishment político, cultural y financiero italiano, y que se refleja en los órganos de información directa o indirectamente influidos por ellos. La ocasión en que se ha materializado este cambio ha sido el congreso internacional celebrado en Roma al principio del año, en el centenario del nacimiento del fundador, que ha tenido una cobertura mediática sin precedentes, más allá del ámbito restringido de la prensa católica, y que ha contado con la presencia en la sesión inaugural de exponentes de primer plano del mundo político italiano de todos los sectores».
Se ha pasado página
Brancoli detecta que «de improviso parece que es in entre el político, el empresario, el editor -que hasta hace poco navegaban por otras riberas- aparecer asociados de algún modo públicamente al Opus Dei. En esto existe el riesgo evidente de una trivialización del mesaje de Escrivá, un riesgo del que los hombres y las mujeres de la Obra (cuatro mil en Italia) creo que son plenamente conscientes, más allá de la comprensible satisfacción que esto comporta para quien ha tenido que moverse durante decenios entre desconfianza, hostilidad, insinuaciones, campañas agresivas dirigidas a deslegitimar y en algún caso a criminalizar la Obra. Cómo hacer comprender el carácter revolucionario del mensaje de Escrivá, evitando que sea sofocado por aplausos corteses, es un problema de ellos», afirma Brancoli.
Pero «hay que dejar constancia de que se ha pasado página, y que al cabo de medio siglo de presencia en Italia se ha recompuesto la imagen, la misma idea del Opus Dei. Hablo de recomposición porque durante algunos decenios parecía que existían dos Opus Dei: uno el de quien había tenido la ocasión de conocerlo personalmente entrando en contacto con sus miembros, y otro el de quien solo había oído hablar de él a través de los medios de comunicación, casi siempre en un contexto de demonización fabulesca (sociedad secreta, masonería católica, lobby político-financiero, grupo de poder…), dando lugar a habladurías que distaban años luz de la realidad conocida por experiencia directa».
«Es un hecho que el Opus Dei, desde su fundación en España (y, por lo que toca a nosotros, desde su desembarco en Italia en 1946) hasta la beatificación de su fundador en 1992, ha sufrido constantemente ataques, ha sido objeto de tenaces aversiones, de sorda hostilidad, a veces de verdaderas campañas, e incluso, en Italia, objeto de una iniciativa parlamentaria a mitad de los años ochenta que pretendía ponerlo fuera de juego como a una especie de logia secreta».
Motivos de las incomprensiones
Brancoli explica luego algunos motivos de estas incomprensiones. Uno de ellos es «la originalidad del Opus Dei, su carácter de novedad dentro de la Iglesia, con su propuesta de un instrumento de santificación en la vida ordinaria, en el propio trabajo, en la vida matrimonial, si esta es la propia vocación». Esta plena revalorización de los laicos fue una intuición anticipadora de la teología del laicado que es un elemento característico de la Iglesia postconciliar. «Tan anticipadora que provocó en algunos sectores de la Iglesia una incomprensión duradera, que desembocó en una actitud de declarada hostilidad (con algunos jesuitas en primera fila). Tan anticipadora que expuso a su fundador a la acusación de estar loco, e incluso de ser un hereje». Sin olvidar tampoco, apunta Brancoli, las incomprensiones provocadas por los celos, la defensa de los exclusivismos, de los territorios protegidos desde hace tiempo.
Brancoli recoge unas recientes declaraciones del cardenal Franz König, uno de los «padres» del Concilio Vaticano II, en las que destaca la dificultad con que se abrió paso la novedad del Opus Dei: «Escrivá era consciente de que existían dos mundos separados, la vida religiosa y la vida profesional, que en realidad deberían caminar unidos. Lo que entonces predicaba era una novedad absoluta. Pero, aunque estas ideas se encuentren hoy en documentos del Magisterio de la Iglesia, su recepción continúa siendo lenta. Como siempre, cuando surge algo nuevo, inmediatamente aparece cierto escepticismo. La gente se pregunta: ¿Qué quieren?, ¿quiénes son?, ¿qué es lo que hay detrás? Históricamente han nacido muchos movimientos prometedores que después han desaparecido o han terminado por asumir un carácter sectario. No es fácil hacerse apreciar por la gente que tiende a las dudas negativas. Se requiere tiempo y paciencia. Y el Opus Dei ha experimentado en su propia carne lo que esto significa, hasta que ha encontrado su lugar en la Iglesia» (La Vanguardia, 8-I-2002).
Esta dificultad de comprender la originalidad del Opus Dei, añade Brancoli, «aumenta cuando a una experiencia que quiere ser exclusivamente religiosa se le aplican criterios de valoración que de religioso no tienen nada». «Aquella incomprensión en el ámbito eclesial se transformó en otros ambientes en prejuicio y ostracismo, que se hicieron más virulentos por la sensación de vulnerabilidad del Opus Dei que la primera generaba. Así nació y se difundió la leyenda del grupo de poder oculto, en el cual la discreción sobre la pertenencia, la excelencia profesional de algunos miembros, las elecciones personales en el plano temporal de otros, se convirtieron en pruebas innegables de un propósito exclusivamente terreno, la creación de un grupo de poder oculto».
A quién molesta
«La realidad es que el Opus Dei ha molestado mucho a algunos poderes consolidados. Porque un recién llegado a la sociedad civil, a la que se dirige con su capacidad de atraer talentos profesionales y de estar presente con su mensaje de excelencia en algunos nudos influyentes, molesta no poco a quien pretende controlarla, ya sean ambientes laicistas o clericales, que desde hace tiempo han encontrado sobre el terreno un modus vivendi con una sustancial división de esferas de influencia. Pocas veces se ha captado, por ejemplo, hasta qué punto el espíritu y el estilo del Opus Dei no tienen nada de clerical. Hay afirmaciones muy netas de Escrivá contra la misma idea de un partido único de los católicos, contra las soluciones católicas, contra la clericalización de los ámbitos de la sociedad civil, contra los triunfalismos, contra la intromisión de clérigos con la pretensión de ser guías en las esferas propias de los laicos creyentes y, por supuesto, contra la pretensión de orientar el voto».
«Coherentemente, en toda la historia del Opus Dei jamás ha habido un pronunciamiento colectivo a favor o en contra de determinada política. Por la sencilla razón de que no tiene ninguna ni puede tenerla. Y, en el caso de Italia, es indiscutible que de todas las organizaciones católicas que aquí operan es seguramente la que más se ha mantenido alejada de la Democracia Cristiana».
A los pobres y a los banqueros
Brancoli advierte aquí que el Opus Dei se ha sentido ajeno a algunos sectores del catolicismo italiano, «ya sea aquel todavía aficionado a las formas organizadas tradicionales y a la ocupación de espacios separados (los médicos católicos, los empresarios católicos…); ya sea aquel hiperpolitizado (en la esfera civil, pero también inclinado a una politización de la fe y a la visión de un papel politizado de la Iglesia) y con un ethos pauperista, asistencialista, clasista, tercermundista. Incapaz de comprender que el destinatario del mensaje de redención, y de santificación, es no solo el campesino de los Andes, sino también el banquero de Wall Street (de cien almas nos interesan cien, decía Escrivá) y que una acción dirigida a la formación personal como la que caracteriza al Opus Dei no puede descuidar a ningún grupo y a la vez, para ser eficaz, debe dirigirse a grupos homogéneos en un estilo adecuado a su estado, sin demagogias ni igualitarismos».
«En este campo se ha dado una confluencia objetiva, en contra del Opus Dei, entre aquella parte del mundo católico que no le perdonaba que no privilegiara a los pobres en su apostolado y que se dirigiera en primera instancia a los ambientes profesionales, y aquella parte del mundo laico a la que le parece estupendo que la Iglesia se dedique a los pobres, y menos bien que se dedique también a los banqueros».
Con el Concilio y con Juan Pablo II
Otro motivo de incomprensión ha sido que el Opus Dei proviniese de la España de Franco, donde algunos de sus miembros entraron en el gobierno por elección personal, aunque a la vez otros militaron en la oposición (pero de estos no se hablaba). Este tipo de incomprensiones se ha desvanecido «a medida que la internacionalización de la Obra atenuaba la impronta ibérica inicial».
Pero, en Italia, afirma Brancoli, el Opus Dei «ha sufrido una fuerte aversión de sectores del catolicismo militante respecto a una institución que, en la gran desbandada postconciliar, se ha mantenido firmemente fiel al magisterio pontificio. De ahí vino contra el Opus Dei la acusación de orientación anticonciliar, acusación que tiene un aspecto paradójico porque los textos conciliares son una formidable autenticación de la doctrina que Escrivá venía enseñando desde 1928. Y no solo eso, pues el Opus Dei encuentra allí finalmente la solución jurídica que le dará un sólido anclaje en la estructura jerárquica de la Iglesia a través de la fórmula de prelatura personal. Por lo tanto, la Obra debe mucho al Concilio y es bien consciente de ello».
«Es verdad, sin embargo, que en la crisis de obediencia y de autoridad que ha sufrido la Iglesia, el Opus Dei, con su rigor y su radicalidad, hace de muro de contención, sin concesiones a las modas, a las puestas al día extravagantes en el campo doctrinal o litúrgico. En los años en que los seminarios se vaciaban, la Obra ha llevado al sacerdocio a un millar de sus miembros, todos profesionales… Se comprende que a los ojos de algunos esta Obra, por sustancia y estilo, representa casi una provocación».
«Al anclarse firmemente en el magisterio del Papa, la Obra se identificó con Juan Pablo II, con el que estableció una afinidad innegable. Así que no es extraño que quienes no sintonizan con este Papa, no sintonicen tampoco con la Obra (…) Los miembros del Opus Dei se convierten así en los pretorianos del Papa para una publicística hostil hacia ambos».
La última ofensiva
La última ofensiva contra la Obra se verifica al terminar el proceso de beatificación del Fundador en 1992. «Son los últimos cañonazos, también desde órganos de la prensa internacional, y son durísimos con el intento de deslegitimar el proceso por su supuesta rapidez (dieciocho años) y de impugnar la credibilidad de la persona que es elevada a los altares. (…) Pero es la última descarga, a la que sigue el silencio en el que madura el cambio».
«Por su fuerte identificación con Juan Pablo II, el Opus Dei se beneficia del reforzamiento de la talla y de la consideración de este Papa, también en los ambientes más distantes».
«Se beneficia también de un mayor conocimiento directo, ya que cada año decenas de miles de personas entran en contacto con los centros de la Obra en 23 ciudades italianas. El conocimiento directo permite también verificar que después de todo no es verdad que sea un centro de poder, que no practica una ocupación de espacios, que no hay cordadas profesionales en concurrencia con otras de signo diverso. El poder, no solo el político, ha tomado nota de esto, y la información italiana -que durante muchos años ha preferido no entender, aferrándose por pereza o militancia a una imagen negativa cristalizada- ha seguido a su rueda. Hasta dar la impresión de que ahora el Opus Dei esté de moda».
Un mensaje para RusiaEugueny Pazukhin, filósofo y periodista, es autor de una biografía para el público ruso sobre Josemaría Escrivá. Invitado por el Grupo Troa, habló en el Colegio de Médicos de Madrid con motivo del centenario y la canonización.
«Vida y obra del beato Josemaría Escrivá» es el título de la primera biografía del fundador del Opus Dei en lengua rusa. Su autor, Eugueny Pazukhin, escritor, pensador, filósofo y periodista, promovió durante más de veinte años en la clandestinidad la cultura cristiana rusa impulsando la creación de foros de debate, conferencias, revistas y libros.
«Interiormente, mi vida se ha encaminado al encuentro con Josemaría Escrivá», dice Pazukhin. El autor, cristiano ortodoxo, cree que «el mensaje de Josemaría Escrivá no es en modo alguno ajeno al mundo ruso. Rusia es tierra cristiana, la gente tiene la inquietud por Dios metida en el alma. Por eso, todo mensaje espiritual nos importa».
La biografía está dirigida a un público mayoritariamente ortodoxo. Por lo tanto, insiste en las ideas de Josemaría Escrivá que más pueden aportar a la espiritualidad oriental: «Hago especial énfasis en que lo divino no excluye lo humano, sino que lo transforma; en su concepto de materialismo cristiano, capaz de espiritualizar el mundo; en la llamada a ser amigos de Dios, colaboradores en la salvación».
Otras ideas, igualmente útiles, pueden chocar con el pensamiento ruso: «En Rusia, la aspiración individual a la santidad se percibe como un síntoma de orgullo. Es una seducción, una tentación. La gente se ha olvidado de esta llamada universal realizada por el mismo Cristo: Sed perfectos…».
Asimismo, «el término trabajo, en el país ruso, admite una segunda traducción: sufrimiento, esfuerzo, dolor. No hay una visión positiva del trabajo, como cooperación del hombre a la redención», señaló.
Pazukhin se refirió también a las dificultades que está viviendo la Iglesia católica para trabajar en Rusia. «Yo, como ortodoxo, no encuentro ningún tipo de oposición en Occidente a desarrollar mi vida religiosa. Así debería ser también en mi país. Hay que encontrar puntos de encuentro en vez de insistir en lo que nos hace distintos. Casi diría que hace falta tener opiniones diferentes para llegar a conocer bien, con toda su hondura, lo que nos une. La fe en Dios debe predominar sobre todas nuestras divisiones».
Citando a Flarenski, un pensador ruso, Pazukhin dijo que «el cristianismo es mucho más que la suma de las partes que lo componen. Josemaría Escrivá va más allá en esta idea. Según él, todo acto bueno realizado por una persona -sea creyente o no- tiene su raíz en Dios. Es obra de Dios. Ahí es donde hay que buscar el punto de encuentro».
Un especial «punto de encuentro» del pensamiento de Josemaría Escrivá con la espiritualidad ortodoxa es, a juicio de Pazukhin, «la deificación del hombre». «Estamos llamados a ser otros Cristos, el mismo Cristo. Esta idea, sobre la que tanto insistió Josemaría Escrivá, gusta mucho en la teología ortodoxa».