John Steinbeck (1902-1968) es un autor con fuerza, duro, crudo a veces, de estilo sencillo y sobrio, muy al servicio de la historia que cuenta. Muchos buenos lectores se gestaron al calor de sus libros, llamativamente amenos, sorpresivamente tiernos y líricos, impregnados de un tono de indignación ética y denuncia social.
Nacido en Salinas (California), John es el tercer hijo -único varón- de una familia acomodada. Su padre es gerente de una fábrica y su madre, maestra. Crece el futuro escritor en el llamado plato de la ensalada nacional, un valle fértil y soleado, que invita a la indolencia. Allí estudia secundaria y permanece hasta cumplir los 17. Marcha a estudiar biología marina a la cercana y prestigiosa Universidad de Stanford, pero sólo asiste a cursos de literatura y talleres de escritura, sin obtener título alguno. Por temporadas, abandona el campus por el campo, donde trabaja como bracero, granjero y vaquero. También se emplea como cajero y obrero industrial.
En 1925 se traslada a Nueva York, con la intención de ganarse la vida escribiendo. Al año siguiente, desalentado, vuelve a California y se sostiene como mantenedor de una casa de verano. Una editorial de Nueva York publica en 1929 su primer libro, La taza de oro, una biografía novelada sobre el pirata Henry Morgan. Se casa con Carol Henning en 1930, y en los años sucesivos va publicando nuevos títulos como Las praderas del cielo, conjunto de relatos sobre la vida de los granjeros en California, y A un Dios desconocido. Comienza a tratar una de sus claves temáticas: la relación del hombre con la tierra. Tortilla Flat, una novela ambientada en Monterrey, tiene una buena acogida en 1935 y supone el inicio de una larga amistad con el editor Pascal Covici. Narra, con humorismo y entrañable compasión, la vida de una especie de «club de vagabundos» formado por parásitos sociales y borrachos, de distintas razas, que deambulan por pueblos de California, «buenos salvajes» al estilo Rousseau.
La sacudida de la Gran Depresión
En 1932, el demócrata Roosevelt gana las elecciones presidenciales de los EE.UU. tras tres periodos republicanos, los felices años 20, dramáticamente clausurados por la Gran Depresión que comienza en 1929. Steinbeck tiene entonces 30 años, ya ha dado por cerrada su incompleta experiencia universitaria y desempeña en esos tiempos varios empleos. Ante sus ojos tiene la inseguridad ciudadana, la delincuencia juvenil, el éxodo rural masivo, la pobreza, el desempleo de muchos y el enriquecimiento de unos pocos. El capitalismo feroz va a necesitar una cura de socialización y redistribución de la riqueza que durará una decena de años, hasta diciembre de 1941, cuando EE.UU. entra en la Segunda Guerra Mundial.
Steinbeck toma partido desde sus inicios literarios por los explotados, y en esa década publica la mayoría de sus grandes novelas, las de mayor ambición ética. Siguiendo la tradición de escritor norteamericano viajero e inquieto, trabó contacto con un amplio abanico de desfavorecidos y de su situación dará testimonio en sus obras.
En esos tiempos las letras norteamericanas ven surgir tres fenómenos: el nacimiento y maduración de la novela negra, el auge de la comedia musical y el florecimiento de la literatura comprometida (teatro de agitación y propaganda y novela social): inmersión en lo sórdido, evasión fantasiosa y pasajera y reflexión llena de coraje sobre lo que se está viviendo. Dentro de este tercer fenómeno se sitúa la producción de Steinbeck.
El conjunto de relatos El valle largo (1938) representa escenas de la vida en California. Amor a la naturaleza, interés por lo psicológico, violencia infiltrada de optimismo para sobrevivir a la tragedia. En lucha incierta (1936) es su primera novela de marcada reivindicación social. De ratones y hombres (1937) presenta a dos marginados que buscan trabajar en un rancho. De gran fuerza dramática, se trata de una de sus obras más significativas. Uno de sus protagonistas es un disminuido psíquico que distingue con dificultad el mal del bien: se ha querido ver en este relato una defensa del irracionalismo instintivo. De ratones y hombres es llevada al teatro en Nueva York, supera las 200 representaciones, y proporciona a Steinbeck el premio del New York Drama Critics Circle. En ese verano el escritor viaja por Europa y Rusia. A la vuelta publica El póney rojo, un libro con cuatro relatos.
Las uvas de la ira
Toynbee, en su Estudio de la Historia, habla de tres métodos para contemplar y presentar los objetos dentro de nuestro pensamiento (y, entre ellos, los fenómenos de la vida humana): indagación y registro de hechos, elucidación y comparación, ficción o recreación artística. Historia, ciencia y ficción: sin separación radical. Esto se da a la perfección en Las uvas de la ira (1939), para muchos la obra maestra de Steinbeck, que tendrá, al año siguiente, una adaptación cinematográfica a cargo de John Ford. La cinta, galardonada con dos Oscar (incluido el premio al mejor director), hace justicia al talante de Steinbeck, en un apabullante ejercicio de lirismo sin concesión a la sensiblería, que una sabia batuta sabe arrancar de una orquesta excepcional (Gregg Toland, en la fotografía; los actores Fonda, Darnell y Carradine; el guión de Nunally Johnson, el montaje de Simpson, el sonido de Hansen).
Una familia empobrecida viaja al Este para mejorar sus condiciones de vida en un éxodo hacia la felicidad. Quizás lo más característico de esta obra es su aliento utópico: un viaje desde lo que no puede ser (es antológico el capítulo sobre la tormenta de tierra) hacia lo que debería ser. Sin happy end, se trata de un canto a la perseverancia, a la determinación, a la unión de la familia (gracias, en gran medida, al papel de la madre). Hay en los personajes un brillo de confianza y de sentimientos religiosos que les indican donde están el bien y el mal.
Decía Hemingway que el principal objetivo del arte es «deshacer mentiras»: Steinbeck consigue una perfecta simbiosis de realidad (intercala capítulos breves referidos a sucesos reales) y ficción, de verdad histórica y verdad poética. Con lo histórico fustiga las conciencias en ese momento a la vez que trasciende lo accidental por lo convincente de la verdad poética. De algún modo, esta novela rompió la ley del silencio que se observaba sobre un capítulo poco conocido y vergonzante de la historia de la clase trabajadora en los Estados Unidos. De ahí la acusación de populismo, con la que algunos poderosos reprocharon al escritor haber traicionado a su clase y dar una imagen derrotista de América.
Técnicamente se trata de una obra bien elaborada. Se dan tres niveles de lenguaje: los capítulos intercalados se redactan en una prosa elaborada y lírica; la narración propiamente dicha aparece en un estilo neutro, seco y directo, y, en tercer lugar, los diálogos, prodigio de coloquialismo, llenos de deformaciones morfológicas, sintácticas y fonéticas, ricas en matices expresivos adecuados para traducir estados de ánimo de los protagonistas. No hay que decir que este tercer nivel es casi inapreciable en una traducción, por buena que sea.
Vientos de guerra
Tortilla Flat se convierte también en película (dirige el prestigioso Fleming [Lo que el viento se llevó] con Spencer Tracy de protagonista), confirmando el aprecio de Hollywood por las historias de Steinbeck.
En 1941, el escritor se separa de su esposa, Carol, y se establece en Nueva York con la cantante Gwyndolyn Conger, con la que se casa tras obtener el divorcio. Marcha como corresponsal de guerra a Europa y el Norte de África para el New York Herald Tribune. Al año siguiente nace su primer hijo, Thom, al que seguirá John, que nace en 1945.
Su ritmo editorial no decae. En La luna se ha puesto (1942), describe los horrores de la guerra a la vez que exalta el patriotismo, la fidelidad a las propias convicciones y la valentía ante la muerte. Cannery Row (1945) permite apreciar la moral natural y filantrópica que subyace en buena parte de la obra de Steinbeck. De 1947 son El ómnibus perdido, que retoma la metáfora del viaje como huida del pasado, y La perla, una de sus obras más traducidas, un relato de vigoroso simbolismo sobre la corrupción de la inocencia.
Viaja a Rusia en compañía del fotógrafo Robert Capa por cuenta, de nuevo, del New York Herald Tribune. El relato que publica sobre su gira deja entrever la decepción de Steinbeck por el stalinismo. El escritor se adhiere a un americanismo que añora el tiempo de los pioneros y exalta el sueño americano. En 1948 se divorcia de Gwyn. Es elegido miembro de la Academia Americana de Artes y Letras. Elaine Anderson Scott se convierte en la tercera esposa del escritor, y será tras la muerte de Steinbeck la editora de su epistolario.
Al este del Edén
Al este del Edén se publica en 1952, coincidiendo en las librerías con El viejo y el mar de Hemingway y Sangre sabia de OConnor. Ese mismo año se estrena ¡Viva Zapata!, la película del director de origen turco Elia Kazan sobre el revolucionario mexicano, con guión de Steinbeck. East of Eden es una historia dura, de ecos bíblicos, ambientada en California durante la Primera Guerra Mundial. Caín mató a su hermano Abel. En el capítulo IV del Génesis se recoge cómo Yavhé pregunta a Caín por qué está irritado. Dios dice: «Si obraras bien, ¿no serías aceptado? Y si obraras mal, ¿estará el pecado a la puerta? Y él siente apego por ti y tú podrás dominarlo». Esa última palabra, en hebreo timshel, no puede ser traducida por «tú le dominarás», que supone una promesa, una predestinación; ni por «gobiérnale», una orden. El hombre es libre, puede escoger su camino, luchar para seguirlo y vencer. El «tú podrás» hace del hombre algo importante y único en el universo.
Son pocos los escritores que consiguen atraer la atención durante casi ochocientas páginas, y Steinbeck lo logra, gracias a una rica galería de personajes y a un ejemplar sentido del ritmo narrativo. En 1955, el estreno cinematográfico de Al este del Edén proporciona a Steinbeck un nuevo baño de popularidad. La película de Kazan consagra al actor James Dean, que interpreta magistralmente al joven y atormentado Caleb Trask.
Mientras, Steinbeck marcha a Inglaterra y Gales, para documentar una versión de la Morte d’Arthur de Malory (1485), que se publicará póstumamente en 1976 (Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros). El invierno de nuestro descontento, su duodécima novela, es de 1961. El premio Nobel de Literatura le llega en 1962, cuando ha cumplido los 60, por «su percepción, sensibilidad social y constante simpatía por los oprimidos y los desheredados de la sociedad». Las palabras de Steinbeck al recibir el premio glosan el juicio de la Academia sueca: «Un autor que no crea apasionadamente en la capacidad de perfeccionamiento del hombre no está llamado a ocupar sitio alguno en la literatura». Dos años después, el presidente Lyndon B. Johnson le impone la United States Medal of Freedom. El 20 de diciembre de 1968, a consecuencia de la arteriosclerosis que padecía, muere en Nueva York, en el año del asesinato de Martin Luther King y Robert Kennedy. El National Steinbeck Center de Salinas, inaugurado en 1998, viene recibiendo 100.000 visitantes al año.
Perdido en la Generación
Tom Wolfe acaba de publicar en Estados Unidos un conjunto de ensayos, Hooking Up, donde denuncia que los grandes escritores de su país dan la espalda al rico material que ofrece la propia realidad en la que viven. No hay obsolescencia, dice, sino anorexia en la novela norteamericana: «hacen falta novelistas sedientos de América». La literatura norteamericana, junto a la alabada capacidad para reelaborar la lengua hablada y a su original fuerza visual, ha sido acusada a veces de abstinencia política o moral en comparación con las literaturas de América Latina o Europa. Y esto a pesar de ser la única nación que inscribe el derecho a la felicidad en su constitución.
No puede decirse esto de los escritores que comparten generación con Steinbeck. Dos Passos y Fitzgerald (1896), Faulkner (1897), Hemingway (1899) y Thomas Wolfe (1900) se vieron fuertemente influidos por la realidad que les tocó vivir, ya sea la derrota del sur, la depresión económica o el racismo. Todos sufrieron en su juventud la experiencia de la Primera Guerra Mundial y fueron cronistas de un tiempo en que el mundo sufrió grandes cambios.
En Europa, Steinbeck es un escritor consagrado, protegido por el favor de los lectores. Por eso sorprende conocer las críticas que ha recibido en un tiempo en su nación de origen, donde ha sido a veces minimizado por sus supuestos defectos: sentimentalismo, demagogia, populismo, izquierdismo, efectismo, lirismo, etc. La crítica en su país fue dura y le colocó por detrás de los miembros de su generación. Bloom dice de él actualmente: «no puedes leer tres párrafos de Steinbeck sin pensar en un Hemingway más empobrecido». Su país mantiene con él una relación ambivalente: se siguen comprando millares de ejemplares de sus obras cada año, y a la vez algunas de ellas están prohibidas en numerosas escuelas (por la supuesta vulgaridad de su lenguaje) y bibliotecas.
Faulkner, es cierto, se desmarca de su generación con un prestigio mítico, más -también hay que decirlo- entre escritores y críticos que entre lectores, que se deriva de su originalidad e innovación técnica (multiperspectivismo, monólogo interior, unión de pasado y presente, etc.). Por lo demás, Steinbeck comparte con Dos Passos el realismo objetivo y la desmitificación del sueño americano, y con Hemingway el estilo sencillo y directo (y le supera, como a Scott Fitzgerald, en el tratamiento psicológico de los personajes). Y está por encima de todos en talante ético, al que no pueden hacer sombra el indiferentismo moral de Hemingway y la frivolidad de Fitzgerald.
La Escuela del Pacífico
Steinbeck, directo, expresivo, vigoroso, siempre observador, impregna de aliento poético tramas de violencia y sordidez. La compasión y el humorismo recorren sus novelas, que reflejan una vez y otra la lucha entre el bien y el mal, con frecuentes ecos de resonancia bíblica, especialmente perceptible en la más reiterada trama steinbeckiana, la prueba del justo recogida en el libro de Job. Como han señalado algunos historiadores de la novela norteamericana, los temas tratados por Steinbeck son similares a los abordados por Dos Passos y Farrell.
Lo que cambia, y de modo radical, es la perspectiva de la llamada Escuela del Pacífico, en contraposición con la Escuela de Chicago (Dos Passos, Farrell, Bellow, Algren). Con Saroyan, Steinbeck manifiesta confianza en la América de las oportunidades, en la capacidad de acogida solidaria de un pueblo; en definitiva, Steinbeck se aferra voluntariamente al sueño americano. Ciertamente puede que no sea un genio ni que haya aportado innovaciones técnicas revolucionarias. Cabe reconocerle como un gran narrador, capaz de combinar magistralmente el realismo y la alegoría, y que logra trascender, a base de simbolismo, lo que han visto algunos en su obra de propagandístico o moralizante.
Sus temas son la tierra y el hombre. De sus personajes, auténticos y verosímiles, le interesa sobre todo su evolución psicológica. De su estilo cabe destacar su sencillez y su gran fuerza expresiva. Una prosa firme y sobria, rápida y escueta, y un léxico sin adornos hacen que su prosa sea sobre todo medio de comunicación, con poca elaboración estética. Su fabuloso oído para el lenguaje coloquial (a veces procaz cuando lo exige la dureza de lo que cuenta) dota de gran vigor a sus palabras. Su mirada y tono es realista y dramático. Se sirve de su agudo sentido de la observación para describir situaciones muchas veces crudas, pero con mesura.
Aunque religioso por tradición, tiende a cierto relativismo ético. Siempre interesado en la trascendencia del hombre, si bien con cierto pesimismo, es sin duda un escritor con valores fuertes como, entre otros, el amor por la naturaleza y la denuncia del materialismo. Deja paso en muchas de sus obras a la ternura y al sentimentalismo poético. El idealismo izquierdista de su juventud marcó para siempre en él la explícita intencionalidad social de toda su producción. Steinbeck transita entre dos polos: la preocupación moral y la relación del hombre con la tierra, y dos ejes: la sociología (lo rural, lo laboral: los dos parámetros que normalmente encuadran a sus personajes) y la psicología (la libertad, duda y agonía, campo de batalla interior del bien y el mal).
Javier Cercas Rueda y Alberto Fijo