Contrapunto
La pretensión de que la televisión o el cine reflejen la diversidad (cualquier diversidad) y lo hagan de un modo satisfactorio para todos parece difícil de resolver. Lo es porque el imperativo económico desemboca hoy en buscar una audiencia cualificada o una audiencia segmentada. Pero, sobre todo, porque quienes hacen televisión y cine son personas que cuentan las cosas como ellos las ven y las viven: todo el mundo habla de la feria según le va en ella. Tampoco se puede pretender que cualquier serie, como cualquier novela o película, refleje toda la realidad, lo que resulta inaprensible para un simple y limitado ejercicio de ficción.
Hay terreno para la queja, como en el caso americano o francés, cuando el tema no se reduce a una serie sino a todo un panorama. Pero entonces cabría también apuntar a otros lados, porque no todo es diversidad étnica.
Por poner un ejemplo cercano: nueve millones de españoles asisten a Misa los domingos. ¿Hay alguna serie o película española en los últimos diez años que se haya hecho eco de esto? Ni la serie más familiar del horizonte televisivo español se ha atrevido a incorporar a su trama una visita dominical a la parroquia o la más mínima referencia, aun indirecta, al tema. Y no será porque no se haya tenido tiempo o la serie se deslice por la estratosfera, que hemos asistido a los más mínimos detalles de la vida de cada uno. Tampoco aparece en serie alguna (salvo en Hostal Royal Manzanares hace dos años) nadie que rece. Y, por supuesto, nadie «normal» se confiesa (salvo las beatas).
Más que pretender que la religión sea un asunto personal o íntimo, parece que es un molesto tema que hay que ocultar o que no existe. Quizás, en vez de insistir en la presencia de los llamados «programas religiosos» en la televisión (lo que nos lleva a la segregación), habría que estar atentos al modo en que se ha borrado del mapa visual el hecho religioso. Y, en concreto, determinadas prácticas que, siendo comunes a buena parte de la sociedad española, resultan totalmente invisibles en la pantalla. Se diría que pueden herir la sensibilidad del espectador (¿o del productor?).
Cuando a veces hay polémica por algunas escenas que se presentan como «transgresoras», se aduce que una televisión audaz no debe ocultar nada. Pero si la televisión en España fuera realmente desinhibida, mostraría también esa religiosidad que tantos ciudadanos viven con normalidad. Algún guionista, productor o profesional debería atreverse a «sacar del armario» a los creyentes. Y más que espacios o cadenas religiosas, promover la integración televisiva: al fin y al cabo los que van a Misa y/o rezan y/o se confiesan … trabajan, se divierten y, en definitiva, conviven con los que no. Y están mezclados, no apartados.
Aurora Pimentel