La ayuda alimentaria sirve para mitigar el hambre, mientras se prolonga la guerra y la esclavitud
Ante la hambruna que en 1989 causó la muerte de un cuarto de millón de sudaneses, nació la operación «Lifeline» de ayuda alimentaria a Sudán. Diez años después, la ONU sigue dando de comer diariamente a tres millones de personas, con un gasto de un millón de dólares al día. Pero cada vez más las ONG que colaboran en la distribución advierten que Sudán se ha convertido en un país dependiente de la ayuda, mientras que la lucha entre el gobierno de Jartum y la guerrilla impide solucionar las causas del hambre.
Lo que se planteó como una ayuda de emergencia se ha convertido en una asistencia continuada a la que no se ve fin. Las mayores críticas de la situación proceden del personal de las organizaciones humanitarias presentes sobre el terreno. Sudán se ha convertido en «un país totalmente dependiente de la ayuda», lo que impide que los sudaneses se ayuden a sí mismos, declaran algunos responsables a Le Monde (11-IV-99).
Además, la ayuda alimentaria es utilizada como arma por el gobierno y por la guerrilla. El gobierno se desentiende de su obligación de alimentar a la población, mientras exporta sorgo por valor de centenares de miles de dólares que emplea en comprar armas. La guerrilla desvía gran parte de la ayuda alimentaria que llega a su zona, en provecho de sus hombres. Y el gobierno islamista de Jartum pone impedimentos para la distribución de alimentos en el Sur -mayoritariamente animista y cristiano-, donde opera la guerrilla del Ejército Popular de Liberación del Sudán (ver los servicios 106/98 y 118/98).
Cada vez más miembros de las ONG estiman que la ayuda debería ser condicionada a un arreglo político, de modo que sirviera para la reconstrucción del país.
Las organizaciones humanitarias acusan también al gobierno de Jartum de seguir tolerando la esclavitud, práctica arraigada en la historia del país. Tradicionalmente, sudaneses del Sur eran vendidos como esclavos en el Norte. Y hoy día se siguen haciendo razzias por parte de los murhaleen, milicias árabes que atacan poblaciones del Sur, saquean los poblados, matan a los hombres y se llevan a chicas jóvenes y niños. Los esclavos son utilizados para trabajar en los campos o como sirvientes de árabes adinerados.
Según UNICEF, existen «pruebas irrefutables de un comercio de esclavos bien arraigado y que prosigue en Sudán». Según sus datos, más de 19.000 niños han sido secuestrados desde 1989. El gobierno islamista niega las acusaciones y las atribuye al intento occidental de denigrar al régimen.
El año pasado la ONG suiza Christian Solidarity puso en evidencia al gobierno al conseguir liberar a 132 esclavos, comprándolos al precio de 100 dólares por persona (cfr. servicio 30/98). Ese gesto sirvió para llamar la atención sobre esta plaga. Pero, según dicen ahora otras ONG, ha creado un verdadero mercado. «Al precio de 500 dólares per cápita, hay gente aquí en Jartum que os podrá encontrar diez mil esclavos» (cfr. Le Monde, 14-IV-99).