Contrapunto
Durante la Conferencia de El Cairo, para resaltar el dramático problema de los «abortos inseguros», muchas informaciones repetían que anualmente mueren doscientas mil mujeres por esta causa en todo el mundo. ¿De dónde sale ese número? ¿Cómo ha sido posible cuantificar un fenómeno clandestino por definición?
Hay que remontarse a 1987. Ese año la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial y el Fondo de la ONU para la Población patrocinaron en Nairobi una conferencia internacional en la que se lanzó el programa Safe Motherhood (Maternidad sin riesgos). Algunas de las más importantes organizaciones antinatalistas, como el Population Council o la International Planned Parenthood Federation (IPPF), participaban en el programa. El objetivo declarado de la iniciativa era reducir a la mitad el número de muertes relacionadas con el embarazo y el parto en el año 2000.
Halfdan Mahler, entonces director general de la Organización Mundial de la Salud, explicó a los participantes que hasta el momento se había minusvalorado el problema de la mortalidad materna porque no se conocía bien. «Muchos de los países donde la mortalidad materna es alta son también países donde incluso el registro de las muertes, por no decir la certificación de la causa de muerte, es muy deficiente o inexistente. Sin embargo, desde 1974, se han realizado informes cuidadosos al menos en diez países de África, Asia y América. Esto nos ha permitido corregir la falsa impresión que se debía a la falta de datos y ver por primera vez el problema tal como realmente es».
Fiados en tales datos parciales, las conclusiones aprobadas en la conferencia estimaban que «cada año mueren alrededor de 500.000 mujeres por causas relacionadas con el embarazo, el 99% de ellas en países en desarrollo» (The Lancet, 21-III-87). Al hablar de las causas, se mencionaba en primer lugar el aborto clandestino: «El aborto ilegal por embarazos no deseados causa entre el 25% y el 50% de estas muertes, simplemente porque las mujeres no tienen acceso a los servicios de planificación familiar que desean y necesitan, o no tienen acceso a procedimientos seguros o a un tratamiento humanitario por las complicaciones del aborto». Si esta era una de las causas importantes de mortalidad materna, no hace falta decir que uno de los principales medios que había que poner en práctica era ofrecer servicios de planificación familiar y legalizar el aborto. El propio Mahler ha podido dedicarse a tiempo completo a esta tarea, ya que en 1989 dejó de ser director general de la OMS para pasar a ocupar el mismo puesto en la IPPF.
El caso es que desde entonces se viene repitiendo como cifra «canónica» las 500.000 muertes relacionadas con el embarazo. Por supuesto, tal cifra no está avalada por certificados de defunción y, si hemos de creer a Mahler, en el mejor de los casos se basan sólo en informes parciales recogidos en diez países.
Más aventuradas son las estimaciones de muertes por abortos clandestinos. En la conferencia de Nairobi se dijo que oscilaban entre el 25% y el 50% de la mortalidad materna, es decir, entre 125.000 y 250.000. En el proyecto de plan de acción de la Conferencia de El Cairo se afirmaba que «en algunos países, al menos la mitad de la mortalidad materna podría provenir de los abortos inseguros» (párrafo 1.13). Nafis Sadik, directora general del Fondo de la ONU para la Población, insistía una y otra vez en una cifra con la rotundidad de quien cita una estadística: «Todos los años mueren 200.000 mujeres a causa de abortos hechos en malas condiciones sanitarias» (Le Monde, 3-V-94).
Sin embargo, en el discurso pronunciado en la Conferencia por el actual director general de la OMS, Hiroshi Nakajima, la cifra variaba. Volvía a insistir en el medio millón de mujeres que mueren cada año por causas relacionadas con la maternidad, pero decía que «se estima que un 13% de ellas mueren por abortos provocados en condiciones peligrosas», con lo que reducía las víctimas a 65.000. (Comunicado OMS/64, 6-IX-94).
Es decir, según los casos, la cifra oscila entre 65.000, 125.000, 200.000…, con variaciones de 1 a 3, lo que no dice mucho en favor de la seriedad de tales cálculos. Lo que siempre es serio es la necesidad de reducir la mortalidad materna. Pero esto no depende de que se reconozca un derecho al aborto, sino del conjunto de factores sanitarios y de desarrollo de un país (cfr. servicio 92/94).
Por lo demás, las supuestas cifras de abortos clandestinos siempre tienen más que ver con la propaganda que con la estadística. Lo único comprobado es que cuando se legaliza el aborto, al principio el número de abortos oficiales es siempre muy inferior al que se atribuía a los clandestinos. Pero entonces se puede decir que la legalización no ha disparado el número de abortos… como temían los alarmistas.
Ignacio Aréchaga