Newsweek (23-V-94) cuenta cómo el cristianismo se extiende en China, a la vez que se recrudece la represión de la libertad religiosa.
(…) Una ola de conversiones al cristianismo recorre China. Esta marea creciente ha llegado a ser una importante fuerza espiritual, que llena rápidamente el vacío moral que deja la desilusión con el comunismo, agrandado por la reciente moda del afán de enriquecimiento. En 1949, cuando la victoria de Mao Zedong puso fin a 150 años de preparación del terreno por parte de los misioneros occidentales, China tenía sólo 4 millones de cristianos. Ahora hay entre 50 y 70 millones. Muchos se convirtieron en los años 80, cuando Deng Xiaoping permitió un modesto grado de libertad. Pese a lo que Human Rights Watch llama una «vigilancia más extendida y estrecha sobre toda práctica religiosa» en los últimos cinco años, desde Tiananmen, sigue creciendo el número de cristianos.
La ideología comunista ha sostenido siempre que puede tolerarse la religión con tal que las Iglesias y el clero no obedezcan a una autoridad extranjera. Esto no ofrece dificultades teológicas para los evangélicos, pero sí para los anglicanos, que están integrados en una comunión de ámbito mundial, y más aún para los católicos, que deben fidelidad al Papa. En consecuencia, en China hay Iglesias cristianas paralelas: una aprobada por el Estado, la otra no. La Asociación Católica Patriótica de China, autorizada por el Estado, que, plegándose a las exigencias del gobierno, rompió con el Vaticano, dice tener 4 millones de seguidores; la Iglesia católica clandestina cuenta unos 6 millones de fieles. El Movimiento Patriótico Protestante, oficial, dice tener 11 millones de miembros; pero se calcula que entre 30 y 60 millones de protestantes celebran el culto en «templos» clandestinos.
(…) Por toda China, el miedo a la persecución está dejando su lugar a un deseo, por parte de las Iglesias oficiales, de mayor independencia religiosa. Las Iglesias autorizadas por el Estado, antes meros títeres del gobierno, ahora quieren tener más control sobre asuntos internos como las finanzas y el personal. Algunas Iglesias oficiales incluso tienen tratos con las Iglesias ilegales. Entre los católicos se nota un renovado interés por reanudar los contactos con Roma, pese a que esto es una materia políticamente delicada. A mediados de los 80, el propio Pekín quiso mejorar sus relaciones con el Vaticano; pero cambió de actitud a raíz del hundimiento del comunismo en Europa del Este, que los dirigentes chinos atribuyeron de algún modo al Papa polaco. (…)
La actitud desafiante de los católicos chinos ha dado un paso más en el seminario de Chengdu (Sichuan) [uno de los trece que existen en el país]. En abril, casi todos los 53 seminaristas inscritos abandonaron las aulas en «total disconformidad» con la injerencia del Partido Comunista. Los huelguistas acusaron a los responsables del seminario de «malversar dinero donado y vender bienes de la Iglesia a precios inferiores a los reales». También reprobaron a la sección provincial de la Asociación Patriótica por nombrar como director a un «ateo», y plantearon la siguiente cuestión: «¿Quién dirige la Iglesia: el gobierno o Dios?».
La protesta de Chengdu es el conflicto más grave surgido hasta ahora en un seminario. Muchos obispos de Sichuan han advertido que, si la Asociación Patriótica no da marcha atrás, se unirán a la revuelta y formarán a sus candidatos al sacerdocio en las parroquias, haciendo inútil el seminario. Eso sería desolador para la Oficina de Asuntos Religiosos de la provincia, pues toda una generación de sacerdotes escaparía a su control. Algunos estudiantes se plantean una posibilidad aún más radical: separarse de la Iglesia oficial y acudir a los seminarios clandestinos.
Sin duda, Pekín no quiere que la Iglesia escape al control oficial. En enero, el primer ministro, Li Peng, promulgó dos nuevas medidas restrictivas contra los cristianos. La primera prohíbe prácticamente toda clase de actividad a los misioneros extranjeros; la segunda trata de consagrar la posición de la Iglesia oficial, obligando a las Iglesias clandestinas a inscribirse en el registro estatal, bajo amenaza de disolución.
La prohibición impuesta a los misioneros extranjeros es radical. No se les permite establecer iglesias ni escuelas religiosas, ni «tener discípulos, nombrar ministros o realizar otras actividades misioneras entre ciudadanos chinos».
(…) La segunda medida -destinada a «garantizar los derechos legítimos» de la Iglesia china oficial- exige, al parecer, que se registren los miles de lugares de culto no reconocidos. Según fuentes de la Iglesia, el gobierno espera que se inscriban todos en el plazo de dos años, siempre que cumplan unos requisitos económicos y legales no precisados. En caso contrario, su estatuto «dependerá de la situación», dice Liu Shuxiang, vicepresidente de la Oficina de Asuntos Religiosos. La amenaza es clara. Las iglesias que no cumplan las exigencias serán cerradas.
La temida represión general contra la religión no se ha producido todavía. Pero está en marcha una operación regional contra iglesias ilegales, de Shaanxi a Anhui, que abarca gran parte del granero de China central. «Informaciones recientes indican que desde julio pasado han sido detenidos, por motivos religiosos, al menos 24 clérigos independientes, católicos y protestantes», según Anne Himmerfalb, del Puebla Institute, una organización, con sede en Washington, en favor de la libertad religiosa. En los últimos años, la policía ha detenido también -la última vez en Anhui- a más de cien miembros de la Iglesia clandestina, a los que ha impuesto sendas multas de hasta el equivalente de cien dólares antes de ponerlos en libertad. «Las nuevas disposiciones dan luz verde a la policía para hacer redadas en favor de sus propios intereses», dice Robin Munro, de Human Rights Watch/Asia. En Anhui y en la vecina provincia de Henan, a veces la policía detiene a cristianos para su «reeducación por el trabajo», lo que significa meterlos, sin juicio, durante meses o años en fábricas-prisión [que producen a bajo costo, pese a las protestas internacionales, una parte considerable de los bienes que exporta China].