El Padre Pietro Tiboni, misionero comboniano, vive en Uganda desde hace veinte años. En una entrevista publicada en 30 Giorni (Roma, abril de 1994), habla de la inculturación de la fe en África. Entre otras cosas, comenta la petición, hecha por algunos con ocasión del Sínodo de los obispos africanos, de que la Iglesia admita el llamado matrimonio por etapas, común en partes de ese continente.
La propuesta nace de una ambigüedad de fondo. Nos hemos olvidado de que el cristianismo es algo completamente distinto, ya sea respecto de la cultura africana como de la occidental. Sólo que en las diversas culturas los defectos son diferentes. En la cultura africana predomina la concepción de la mujer como instrumento para procrear y reforzar el clan. Es coherente, por tanto, el que uno pueda probar la mujer para ver si es capaz de engendrar hijos, o tener más de una para aumentar su fuerza y prestigio. En la cultura occidental, la mujer (y, análogamente, el hombre) es vista como fuente de placer y consuelo.
Pero ninguna de estas dos concepciones tiene nada que ver con el matrimonio cristiano, que se basa en la comunión de dos personas que tienen pasión por el destino del otro. Al encontrarse tienen la posibilidad de un acto de amor definitivo «en la fortuna y en la desgracia, en la salud y en la enfermedad». Con fidelidad total. Desde el punto de vista natural, sólo el matrimonio cristiano está a la altura de la dignidad del hombre y de la mujer. Desde el punto de vista existencial, sin una gracia particular esta experiencia es imposible.
– Concretamente, en el caso de alguien que tiene varias mujeres, y quiere hacerse cristiano, ¿cómo se comporta usted? Está claro que no puede decirle que escoja una y abandone a las otras.
– La propuesta es idéntica con todos. Cuando uno encuentra una realidad cristiana fascinante, esa compañía de cristianos se vuelve el centro de decisión y afecto de la propia vida. Si la situación existencial es complicada, hay que tener paciencia. Como pastores no podemos pedir que se cambie inmediatamente. Se verá, en una decisión común con la comunidad, qué es lo mejor que se puede hacer. Pero el primer paso no lo das con las directrices, que son abstractas y opresivas. Si nace un deseo, la persona ve poco a poco cómo adecuar su vida a lo que ha encontrado. El problema es que, según los pseudo-inculturadores, ciertas cosas -como llegar virgen al matrimonio o que, aunque no lleguen hijos, se ha de ser fiel y amarse para toda la vida- son imposibles para los africanos. En realidad, es una concepción racista. En cambio, mientras va creciendo la pertenencia a una comunidad cristiana concreta, los problemas familiares se disuelven casi solos. Parejas que desde hacía tiempo eran irregulares, que estaban haciendo el matrimonio por etapas o eran polígamas, han sentido el deseo de crear una familia nueva. Y ahora son un ejemplo para todos nosotros. Todo esto es posible sólo a través de la experiencia de una comunión.
Yo no empiezo nunca preguntando a la gente cuál es su situación matrimonial y pidiéndoles que cambien. Les propongo que pertenezcan a algo fascinante. Con el tiempo, la persona siente el deseo de adecuar su situación a la nueva idea que se ha formado en ella. Esto vale tanto para las prostitutas, los ladrones y asesinos que hemos encontrado y han comenzado a vivir con nosotros la experiencia cristiana, como para quienes tienen situaciones familiares irregulares. Jorge William y Annette, o Michel y Anna, que hoy son responsables de nuestras comunidades en Kampala, tuvieron que forcejear con sus padres y familiares para no someterse a los condicionamientos tradicionales. Narciso y Dory eran una familia polígama; ahora son un hombre y una mujer que viven en una claridad cristiana ejemplar. Técnicamente, no sé cómo ha sido posible; sólo sé que se ha hecho, con la ayuda de la comunidad, porque ellos lo deseaban.