Debate sobre los factores que influyen en el comportamiento humano
Genes, cultura y libertadEl tradicional debate acerca de lo que la naturaleza, el instinto, la biología, influye en el hombre, frente a lo que hace la cultura, la educación, sigue dando materia de polémica. ¿Están regidos los seres humanos sólo por factores biológicos? ¿Son la conciencia, la libertad y la voluntad simples resultados de acciones físico-químicas? Varios importantes científicos, representantes de algunas de las líneas de pensamiento sobre este problema, confrontaron sus posturas en un simposio internacional sobre «Cerebro y Sociedad» celebrado recientemente en Madrid (1).
«Está de moda hablar de las ‘sociedades de insectos’ y del ‘lenguaje del chimpancé’, pero las nociones de sociedad y lenguaje surgieron de la experiencia humana y sólo secundariamente se aplicaron a hechos y procesos desarrollados por otros organismos. La misma simplicidad de las interacciones que se dan en ‘sociedades de insectos’, si se las compara con nuestras propias culturas, y la pobreza del ‘lenguaje’ del chimpancé refuerzan la idea de la singularidad y la superioridad humanas. Después de todo, son los seres humanos quienes escriben libros acerca de las sociedades de insectos y quienes enseñan a los chimpancés a pulsar botones; no al revés. Y es en la contraposición con las otras especies donde percibimos las características comunes a la humanidad. Las diferencias entre los seres humanos se desvanecen ante el inmenso abismo que nos separa de los demás animales», ha escrito el evolucionista Richard Lewontin, especialista en genética de poblaciones.
Esta observación de Lewontin sitúa el debate que tiene lugar hoy entre los científicos sociales acerca de los factores que determinan el comportamiento humano.
Dos de las grandes tendencias representadas en el simposio eran de signo materialista: la sociobiología y el materialismo cultural. La primera, fundada por el zoólogo Edward O. Wilson, sostiene que la sociedad humana no se diferencia en lo fundamental de las de hormigas o chimpancés: todas son sobre todo productos de la evolución biológica. La segunda, encarnada por el antropólogo Marvin Harris, cree que es un error intentar desentrañar las claves de nuestro comportamiento por medio de la biología. Lo importante, en su opinión, es descubrir las condiciones materiales que generan las costumbres y las reglas culturales.
Los genes mandan
La estructura de la sociedad humana no se diferencia en lo fundamental de los factores que determinan las sociedades de abejas o chimpancés, asegura Wilson, profesor de la Universidad Harvard: «Existen factores biológicos que determinan las principales tendencias de la evolución social de la especie humana: su forma de aparearse, de crear el lenguaje, de criar a los hijos, de unirse en pequeños grupos, de defender su territorio, sus preferencias por la familia… Todos estos rasgos se derivan no sólo de factores culturales, sino de la evolución de los genes que determinan el comportamiento social».
¿Significa esto que sólo los genes definen la conducta social del homo sapiens? Wilson, que dice estar convencido de que la mente no es más que algo puramente material y que por lo tanto descarta que exista el «espíritu» o el «alma», confía en que la ciencia conseguirá demostrar que la sociedad humana está diseñada y regida por una «programación genética».
La cultura es lo decisivo
Otros científicos no creen que la explicación sea tan sencilla como afirma el padre de la sociobiología. ¿Cómo se puede reducir el estudio de la cultura humana a los genes? ¿No es la cultura algo mucho más rico, que se encuentra en otro orden de cosas, aunque los hombres actuemos sin duda sobre una base física y genética?
«Yo admito -dice Marvin Harrris- que los factores genéticos tienen cierta importancia, pero me niego a aceptar que puedan explicar la mayoría de los fenómenos so-ciales. La interacción entre los distintos seres racionales de una comunidad humana es un factor mucho más importante que la genética a la hora de entender la estructura y el funcionamiento de nuestra sociedad».
¿Cómo se relacionan entonces mente y cerebro, biología y cultura? Harris es antropólogo cultural y, por eso, no está capacitado para hablar sobre el funcionamiento del cerebro. Pero esta limitación no le impide decir que «los códigos cerebrales son insuficientes para explicar la relación entre el comportamiento de los individuos y los sistemas socioculturales. Si sólo estudiáramos lo que está dentro del cerebro, y cómo funciona este órgano, nunca podríamos explicar por qué ciertos valores existen en algunos sitios y no en otros».
Harris no niega que hay aspectos de la cultura que pueden reducirse a la biología. Sin embargo, precisa, este comportamiento humano es siempre una mezcla de factores genéticos y socioculturales.
Otros científicos presentes en el simposio, entre ellos, el sociólogo británico Stephen Lukes, el zoólogo argentino Alex Kacelnik y los españoles Emilio Lamo de Espinosa y Alejandro Llano, rechazaron también el determinismo sociobiológico.
Lukes reprocha a Wilson su excesivo culto a las ciencias, su apego a la idea de que la ciencia empírico-positiva es la única fuente segura de conocimiento. La ciencia, afirma el profesor del Instituto Universitario Europeo de Florencia, no puede resolver todos los problemas y las dudas del hombre. Los fenómenos sociales son extremadamente complejos y, según Lukes, «ninguna explicación biológica puede por sí sola desentrañar todas sus causas».
Lo singular del hombre
Kacelnik también es escéptico ante el reduccionismo de Wilson: «El ser humano es un producto final tanto de sus genes como del entorno que le rodea. Por lo tanto, me parece que una estrategia exclusivamente sociobiológica tiene limitaciones», indica este profesor de la Universidad de Oxford.
Si la explicación materialista no da cuenta cabal de la complejidad del comportamiento humano, ¿qué es lo singular del hombre? Para el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Emilio Lamo de Espinosa, «lo más singular del hombre no es, como quería Marx siguiendo a Franklin, el ser un animal que construye herramientas; ni tampoco el ser un homo symbolicus como se ha señalado repetidamente desde Herder o Cassirer, ser un ser que habla. Lo más específico es que sabe lo uno y lo otro, que es reflexivo, que habla y, además, habla sobre lo hablado; que piensa y, además, piensa en lo pensado. Y esa reflexividad que es, desde luego, imposible sin el lenguaje, es lo específico del hombre».
Los animales pueden hacer muchas cosas, pero no pueden hablar o, para ser más precisos, pueden comunicar, pero no saben lo que dicen. «La lengua libera al hombre de la cadena de la causalidad tipo estímulo-respuesta al permitir la auto-estimulación. El lenguaje es así la característica definitoria de la especie homo sapiens y, sin duda, el descubrimiento emergente más importante en la historia no ya de la humanidad sino del propio mundo y quizá del cosmos», añade Lamo de Espinosa.
Una segunda naturaleza
En esta línea, el filósofo Alejandro Llano, rector de la Universidad de Navarra, sostiene, citando al neurofisiólogo y premio Nobel John Eccles, que sólo el ser humano es sujeto de experiencias conscientes; sólo a él se le puede atribuir la capacidad volitiva y de reflexión intelectual. Y en este proceso el lenguaje juega un papel decisivo.
La cultura es, literalmente, como una segunda naturaleza que suple la pobreza de instintos de la primigenia naturaleza humana. «El hombre es así -explica Lamo de Espinosa- un ser de cultura, porque ella le proporciona el modo de adaptarse al entorno que no le proporciona la naturaleza». Pero el hombre no está completamente atrapado por el mundo físico: lo supera y lo transforma.
Las espadas siguen en alto. El problema radica en delimitar hasta qué punto la conducta humana está determinada por causas físico-químicas -los genes que constituyen el material hereditario- y por conductas instintivas desarrolladas en el curso de la evolución de los animales. Hasta ahora, nada permite afirmar que la naturaleza del hombre esté determinada por unos mecanismos genéticos bien conocidos, o que sea el simple resultado de la evolución de conductas animales, o ambas cosas a la vez. La explicación puramente biológica del hombre sigue siendo un postulado arbitrario, aunque algunos lo presenten como si fuera científico.
Carlos CachánEntrevista con Alejandro LlanoEl espíritu humano, ese huésped no invitadoFrente a la teorías que explican el comportamiento humano por la programación genética o por la simple interacción cultural, el filósofo trajo a escena un «huésped no invitado: el espíritu humano». Este fue el tema de la intervención de Alejandro Llano, que explica aquí su concepción.
– Ciertas lesiones cerebrales impiden pensar y decidir. ¿Quiere esto decir que la inteligencia y la voluntad residen en el cerebro?
– El cerebro no es el órgano de la inteligencia y de la voluntad. El cerebro es el órgano terminal de los sentidos internos y externos. Y sabemos que el hombre consiste en una unidad psicosomática estructural y funcional. Por lo tanto, su inteligencia no se puede ejercitar si no funcionan los sentidos, ya que los conceptos o ideas se forman -por abstracción- a partir de las imágenes sensibles. Y otro tanto sucede con la voluntad respecto a las pulsiones afectivas. Así pues, lesionados los órganos sensitivos y apetitivos con sede en el cerebro, la actividad intelectual y volitiva queda impedida. El cerebro es condición necesaria, pero no suficiente, para pensar y querer. Los estudios más recientes acerca de las afasias arrojan como resultado que no hay una dependencia del pensamiento respecto a las funciones cerebrales de las que dependen los fenómenos lingüísticos. Las viejas teorías de las localizaciones cerebrales empiezan ya a estar superadas.
Lo que el ordenador no hará
– Paulov descubrió la incapacidad de los antropoides para hacerse una idea abstracta de las cosas. ¿La abstracción es algo específico del ser humano?
– Una idea abstracta no es una generalización de casos singulares. Según Paulov, lo característico de la auténtica abstracción es que capta lo común sin dejar de ver las diferencias individuales. Esta capacidad de aprehender a la vez lo común y lo individual sólo puede alcanzarse si se conoce a través de conceptos universales, obtenidos por abstracción intelectual, de la que sólo el hombre goza. Por eso únicamente él puede, en sentido estricto, hablar.
– Pero hoy día está planteada la posibilidad de que una construcción humana, como son los ordenadores, puedan ser inteligentes, que puedan llegar a pensar.
– Hay que precisar qué se entiende por pensar. Como ha demostrado el filósofo analítico John Searle, es posible -y se está logrando progresivamente- construir ordenadores cuyos programas les permitan comportarse como si pensaran; pero eso en modo alguno quiere decir que realmente piensen. Por una razón fundamental: porque el programa de los ordenadores -basado en la combinación de numerosísimas alternativas 1/0- tiene exclusivamente un carácter sintáctico, pero de ninguna manera posee una índole semántica. Es decir, las secuencias que permite un programa no procesan contenidos significativos (semánticos), sino que sólo combinan secuencias de signos autorreferenciales. Esto quiere decir que aunque el ordenador sea capaz de utilizar el idioma inglés, no entiende inglés, no sabe nada de lo que se dice en inglés.
Searle pone un ejemplo gráfico: yo puedo estar encerrado en una habitación con miles de signos que componen el idioma chino metidos en cajas, y estar tan bien adiestrado que sepa combinar los signos correspondientes de tal manera que resulten frases en chino; e incluso responder con combinaciones de este tipo a conjuntos de signos -de preguntas- que alguien introduzca desde fuera de la habitación. Mas, a pesar de todo, no entiendo el chino, no sé lo que quiere decir. He aprendido a usar los signos, pero nada más.
El porqué las máquinas inteligentes no podrán nunca llegar a pensar de modo empático lo explica claramente Roger Schanck, director del laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Yale: «El nivel de completa empatía de la comprensión parece estar fuera del alcance del ordenador, por la simple razón de que el ordenador no es una persona».
Los «juicios» del chimpancé
– Varios experimentos han establecido que algunos chimpancés entienden y usan conexiones condicionales significativas del tipo «si… entonces». ¿Implica este aprendizaje la posesión de un lenguaje inteligente?
– Uno de los experimentos consiste en mostrarles tres secuencias diferentes: una manzana entera y otra partida; una esponja seca y otra empapada; una hoja de papel en blanco y otra emborronada. Si el animal asocia, por ejemplo, un cuchillo con la manzana, significa que ha captado la relación lógica: si la manzana está entera y después partida, entonces ha sido cortada con el cuchillo.
Pero esto no quiere decir que esos animales posean un conocimiento causal. Es preciso tener en cuenta que la relación lógica expresada por «si-entonces» es distinta de la expresada por la conjunción «porque». En el primer caso, basta con conocer que de un estado de cosas se sigue otro; pero no es necesario conocer la razón por la que un acontecimiento se sigue de otro.
– Pero, ¿no son capaces de hacer juicios también los animales?
– Los animales son capaces de juzgar si algo les es agradable o desagradable, beneficioso o perjudicial. Pero son incapaces de juzgar acerca de su juicio, lo cual implica ya una dimensión reflexiva, que es la característica del lenguaje humano. Los animales conocen pero no saben; quieren, pero no quieren querer. No son capaces de abstraer, de formar auténticos conceptos, sino que se mueven entre imágenes más o menos generales o esquemáticas.
En cambio, la libertad humana es libertad de decisión, libertad de volición o de voluntad. La voluntad no está restringida a la alternativa de lo agradable frente a lo desagradable, sino que puede decidirse contra lo agradable y en favor de lo desagradable, cuando se considera a esto último bajo el aspecto de lo objetivamente bueno. La voluntad es la facultad que no decide entre lo agradable y lo desagradable -en cuyo caso, la elección está hecha de antemano, biológicamente-, sino que decide entre lo bueno y lo malo. Pero esto significa que nos estamos moviendo en un nivel intelectual que reclama una justificación, una razón.
– ¿No podría explicarse el comportamiento humano sólo por factores biológicos?
– El hombre no está completamente atrapado por el mundo físico. Porque es corporal, vive también en un entorno biológico, pero lo supera y lo transforma. Puede el hombre conocerse y decidirse: es reflexivo y libre. Y, en esa medida, no puede ser exclusivamente corporal. Y a eso que no se identifica con el cuerpo lo llamamos mente, espíritu o alma.
En la concepción de la mente hay que evitar el error dualista. Porque la mente no es una cosa pequeña que habitara en una cosa grande. Si se admite esta representación cartesiana de las relaciones del alma con el cuerpo, se cae en lo que Kenny llama la «falacia del homúnculo», consistente en postular algo así como un hombrecillo espiritual dentro del hombre material. En realidad, eso que llamamos mente, espíritu o alma es más bien una estructura funcional.
Pero también hay que evitar el monismo materialista, para el que tanto la objetividad como la mente se reducen a sus componentes físicos. El hombre está inserto en el mundo, pero no ya como el pez en el agua o el chimpancé en la selva, sino que está en el mundo conociéndolo y conociéndose en él y desde él. Esto revela que el hombre no es una cosa más entre las cosas.
Sólo hay auténtica objetividad para una mente que sea capaz de conocerse a sí misma, es decir, para una conciencia. Un organismo sin conciencia reflexiva no es capaz de distinguirse a sí mismo de su entorno. En cambio, el hombre y la mujer son organismos con conciencia reflexiva, pueden operar autónomamente en el mundo, sin estar sometidos ineludiblemente -como los animales- a un patrón instintivo de conducta o a meras respuestas ante las configuraciones del medio. Por eso el hombre es libre.
Carlos Cachán_________________________(1) I Simposio Internacional «Cerebro y Sociedad». Fundación Ramón Areces. Madrid, 8 al 10 de marzo de 1995.