José Antonio Marina, filósofo y escritor
Entre la razón y el sentimiento, la inteligencia afectivaJosé Antonio Marina tiene el raro don de hacer que un ensayo filosófico despierte el interés de un público amplio. Reflexivo e inquietante, este catedrático de Instituto ha conseguido compartir con muchos lectores sus investigaciones sobre la inteligencia, los sentimientos humanos y, ¡cómo no!, sobre la ética, a la que dedica su conocida sección semanal en el ABC Cultural.
Marina es uno de esos hombres que antes de enfrentarse con la realidad echan mano de sus gafas de optimismo y objetividad. Invitado por el Club Maraya, de Madrid, pronunció recientemente una conferencia sobre su último libro, El laberinto sentimental, en el que propone una indispensable educación de los sentimientos. Y allí pudimos hablar con él sobre algunos de esos interrogantes que nuestro tiempo se plantea.
– En su libro sobre la inteligencia usted habla de esa capacidad que tiene el hombre para desarrollar una mirada creadora. ¿Podría explicarnos en qué consiste y darnos una pista para utilizarla en medio de la rutina de todos los días?
– A mis alumnos les digo que las cosas no nos aburren porque sean aburridas sino que, porque somos aburridos, nos aburren. Y es que ante una mirada pasiva las cosas se repiten, aunque sean nuevas y maravillosas. Por eso, lo que caracteriza, en último término, a la inteligencia creadora es la libertad para decidir en cada caso el significado que quiere que tengan las cosas. Y es que las cosas tienen propiedades reales en las que inventamos posibilidades libres. En la propiedad real del petróleo, que es producir energía, el hombre descubrió la posibilidad de volar. El bloque de mármol contenía como posibilidad el «David» que Miguel Ángel inventó. Contemplada a partir de esa función, la inteligencia se convierte en fecundadora de lo real.
– Hay quien dice que la vida es como una longaniza, larga y llena de estrecheces…
– La largura depende del «hambre» que tengas. Decimos que no tenemos tiempo para nada, y lo que realmente nos pasa es que no tenemos nada para el tiempo. Por eso las horas se nos hacen eternas, tan largas como la longaniza para el desganado. Respecto a las estrecheces, es cierto que en la vida algunas son inevitables, pero la gran mayoría nos empeñamos en cultivarlas nosotros, que nos encanta complicarnos la vida. ¡Qué falta de inteligencia!
La indispensable educación sentimental
– Usted afirma que la educación occidental ha privilegiado la razón abstracta, dejando de lado la parte afectiva del hombre. Hoy asistimos a una revalorización de los sentimientos, que lleva incluso a pensar que basta sentir sinceramente algo para que nuestra actuación esté justificada. ¿Hay que hacer también una crítica de los sentimientos como se hace una crítica de las ideas?
– Yo he estudiado los sentimientos dentro de una teoría de la inteligencia, de forma que hay sentimientos idiotas y sentimientos inteligentes. Todo sentimiento, incluso el amor, puede ser perjudicial si es estúpido. A sentir bien se aprende como se aprende a tocar bien el violín. Los sentimientos son educables.
Estamos viendo que nuestra cultura, de gran destreza científica y técnica, se caracteriza, al mismo tiempo, por una gran zafiedad afectiva. Y es que nos hemos equivocado al partir al hombre en dos mitades: la cabeza y el corazón. Hemos decidido que resolver correctamente una ecuación matemática es más inteligente que organizar una familia feliz o saber disfrutar con las cosas. Por eso, para recuperar la integración del hombre, hemos de enterrar el concepto de inteligencia como razón y recuperar el de inteligencia afectiva, ya que la función más importante de la inteligencia no es conocer sino dirigir nuestro comportamiento.
– Hoy en día los jóvenes se quejan de no tener estabilidad afectiva. ¿Qué valores debería redescubrir la familia para colaborar positivamente en esa necesaria educación sentimental?
– De entrada, todos deberíamos saber que la idea que cada uno tiene de sus propios sentimientos es uno de los factores que más influyen en nuestra particular forma de sentir. En este sentido, actualmente estamos enseñando y proponiendo a los más jóvenes un modelo afectivo erróneo. Por ejemplo, consideramos que los buenos sentimientos no permanecen, que lo importante es vivir al día, sin pensar en el mañana que quizá no llegue, o que lo mejor es que nuestra vida esté construida sobre un sentimiento de insatisfacción, ya que lo contrario es un síntoma de mediocridad. Todo esto está generando dos patologías epidémicas: la depresión y la violencia.
Territorio ético
– En la cultura del «todo vale» ¿tener convicciones firmes supone un riesgo de intolerancia o es compatible con una actitud dialogante?
– La tolerancia es uno de los conceptos más confusos hoy en día, porque no debe aplicarse por igual a todas las realidades. Cada una debe tener un margen propio de tolerancia. Por ejemplo, yo no puedo tener ningún margen de tolerancia respecto de la crueldad; sin embargo, debo tener mucho margen de tolerancia respecto de las formas de vestir. Una de las grandes sabidurías, hoy en día, consiste en saber discernir qué grado de tolerancia podemos tener respecto de cada cosa.
– «La ética es el salvavidas al que ha de aferrarse la inteligencia tras haber naufragado en las posibilidades que ella misma engendró», significa…
– Hoy pensamos que la ética no es más que un conjunto de prohibiciones, de normas, de deberes que nos complican la vida. Sin embargo, me gusta definir la ética como el conjunto de soluciones de mayor nivel que la inteligencia es capaz de descubrir respecto de los problemas que nos afectan y que no resuelven otras ciencias. Por ejemplo, el problema de la gripe no es un problema ético, lo resuelve la medicina. Sin embargo, el paro no lo resuelve ni la economía ni la política por sí solas, ¿quién debe entonces hacerlo? La ética se sitúa precisamente en este nivel, por eso es un salvavidas.
– Actualmente funcionamos con un esquema ético que se fundamenta en el deber. Usted afirma que esta es una creación típicamente masculina. ¿Cuál sería entonces el que propondría el sexo femenino?
– Hoy en día se está dando un movimiento de intelectuales feministas muy serio. Alguna de ellas se ha enfrentado a esa concepción racionalista de la ética, claramente masculina. A la mujer no le interesa tanto hacer las cosas por deber como por cuidar de ellas. Su ética es más afectiva que racional. Pero hay que tener en cuenta que el modelo ético correcto surge de la simbiosis de las dos tendencias. La razón sin afecto es absolutamente paralítica, y el afecto sin la razón es completamente ciego.
Para que el amor signifique algo
– Hoy el amor es una palabra vacía si no va unida a la de sexo. ¿Hemos salido ganando?
– Me gustaría que la gente joven dejara de utilizar la palabra amor para cualquier cosa, porque actualmente ha perdido todo su contenido. Dentro de lo que yo creo que es el progreso de los seres humanos, uno de los avances que se han hecho, de una enorme creatividad, es unir dos movimientos que eran contradictorios: el impulso sexual, que va directamente a lo genérico, y el movimiento afectivo, que se dirige a lo más particular de la persona. Hemos «sentimentalizado» la sexualidad. Otra cosa es la trivialización de la sexualidad, que siempre es negativa.
– La mujer es la gran liberada de nuestro tiempo. ¿Cómo se ve «desde el otro lado» la cacareada liberación sexual de la mujer?
– No salgo de mi asombro. ¿Qué les está pasando a las mujeres? La imagen sexual que la mujer está dando de sí misma en las revistas femeninas va de lo sorprendente a lo cómico. Parece que lo único que desea es meterse en la cama con el hombre, sin darse cuenta de que eso es precisamente lo que el hombre quiere que haga. Las mujeres, en este sentido, han caído en el error de copiar los éxitos masculinos y hemos acabado todos persiguiendo el mismo tipo de sexo. Estamos todos unidos, sí, pero en el mal sitio. Bajo una aparente rebeldía, la mujer cree ser totalmente independiente, y en realidad todavía le quedan conquistas por hacer: ha alcanzado la autonomía económica, muy importante, y parte de la legal, pero aún le falta la autonomía subjetiva.
– ¿Su próximo libro?
– «El misterio de la voluntad desaparecida». Y es que desde los años treinta el tema de la voluntad ha desaparecido radicalmente de los libros de psicología, porque se considera que no es un concepto científico. Ha sido sustituido por el de «motivación», que parece neutral y no lo es. Mientras que en la voluntad uno mismo es el origen de sus actos, en la motivación otro puede ser el origen de mis actos. Hoy en día uno de los aspectos más importantes de la educación afectiva debe ser la construcción de la libertad, y la libertad no es otra cosa que el resultado objetivo de la voluntad.
Libro a libro
José Antonio Marina, de 57 años, es catedrático de Filosofía de Instituto y responsable de la sección «Creación Ética» en el suplemento cultural del diario ABC.
Su primera sorpresa editorial llegó en 1992 con su libro Elogio y refutación del ingenio (ver servicio 106/92), con el que ganó el Premio Anagrama de Ensayo y, meses después, el Premio Nacional de Ensayo. Con un atractivo alarde de erudición, presenta el ingenio como un juego de la inteligencia, una exaltación de la espontaneidad creadora. En confrontación con el ingenio, está la consideración de la realidad como la cara «seria» de la vida, aglutinante de la norma y de los valores acuñados. Las contradicciones para aplicar un proyecto existencial basado en el ingenio implican su refutación.
Teoría de la inteligencia creadora (1993, ver servicio 23/94) es una muestra, también sorprendente, de su original forma de hacer ciencia, que une la investigación rigurosa con una exposición literariamente brillante. El libro presenta una innovadora teoría de la inteligencia, que integra los resultados de las ciencias cognitivas: la neurología, la inteligencia artificial, la psicolingüística, la psicología y la filosofía. Su conclusión: la inteligencia se caracteriza ante todo por su capacidad para inventar fines.
En Ética para náufragos (1995, ver servicio 28/95) Marina recuerda que el primer tema de la ética es la felicidad y sólo secundariamente el deber. Para saber qué hacer con nuestra existencia y vivir en la órbita de la dignidad, es indispensable la reflexión ética. Frente al relativismo, que pondría al mismo nivel todas las morales, sostiene que hay criterios que permiten justificar un modelo como la mejor posibilidad humana.
En 1996 publica El laberinto sentimental (ver servicio 101/96), una teoría sobre la afectividad humana donde el racionalismo puro y duro ha pasado a la historia. El libro es un trabajo de síntesis de lo que la ciencia ha dicho acerca del laberinto sentimental que albergan nuestros corazones. No intenta tanto describir las situaciones afectivas como entenderlas. Contiene una buena serie de tesis y propuestas, suficientemente contrastadas con las averiguaciones de la psicología. Ahora, José Antonio Marina trabaja en sus próximas publicaciones: un diccionario sobre los sentimientos y un ensayo sobre la voluntad y las motivaciones humanas.
María Fernández de CórdovaEl laberinto sentimentalPara dar una idea del estilo y contenido del último libro publicado por José Antonio Marina, El laberinto sentimental, seleccionamos varios párrafos de su Introducción.
(…) ¿Para qué empeñarse en conocer los sentimientos? Me dan ganas de decir: porque es lo único que de verdad nos interesa. Y lo diría si no estuviera seguro de que es una falsedad. La verdad va en dirección opuesta. No es que nos interesen nuestros sentimientos, es que los sentimientos son los órganos con que percibimos lo interesante, lo que nos afecta. Todo lo demás resulta indiferente. Ya veremos que a veces el interés del sujeto revierte sobre el propio sentir y se detiene en él morosamente. Entonces observa sus palpitaciones efectivas con pasión y fonendoscopio, como un cardiólogo que auscultara su propio corazón.
Podría leerse la historia de nuestra cultura, desde los griegos hasta nosotros, como un intento de contestar a una sola pregunta: ¿Qué hacemos con nuestros sentimientos? Es tremendo que el nombre con que designamos la ciencia de las enfermedades -patología- signifique en realidad «ciencia de los afectos», pues esto es lo que significa pathos en griego. Según esta perspicaz lengua, padecemos nuestros sentimientos. Son fuerzas, dioses, bestezuelas que desde fuera nos atacan. El léxico castellano guarda claros vestigios de esta concepción belicosa. Las emociones nos ahogan, zarandean, hunden, inflaman. Incluso un sentimiento tan pacífico como la calma nos invade. Nadie elige su amor, ni su odio, ni su envidia, y sin embargo nos identificamos con ellos, son lo más íntimo, espontáneo, propio. De nuevo tropezamos con la paradoja. En el centro de nuestra personalidad, en el corazón del corazón, habita un inventor de ocurrencias propias que tal vez nos tiranicen como si fueran extrañas. «Je est un autre», escribió Rimbaud, que sabía de qué iba la cosa. Cierto, cierto, ¡pero qué desconcierto, qué inquietud al descubrirlo! Nuestros sueños de grandeza, nuestras pretensiones de libertad, se miran con desánimo sus tristes pies de barro. (…)
Lo que veo al final de estas investigaciones es una larga tarea teórica y práctica, para al fin desaprender los miedos, aprender a amarse y también a no tomarse demasiado en serio, para reivindicar como propiedad y creación del hombre toda la belleza y la nobleza que hemos prestado a las cosas, y arrepentirnos, ciertamente, de la miseria y el horror que son también herencia nuestra. Al comprender nuestra vida sentimental se hace necesario emprender una reforma del entendimiento humano, que a su vez nos obligará a un cambio en los sistemas educativos. Bien a las claras se ve que éstas son palabras mayores. Lo que pretendo es hablar con palabras menores de esas palabras inmensas. Para ser más sincero: me gustaría hablar con palabras inmensas de esas palabras inmensas.