La baja del precio hace que otros cultivos alternativos puedan ser rentables
Lima. La economía de la droga en Sudamérica podría sufrir un duro golpe si los países productores y consumidores aprovechan una coyuntura inesperada: la vertiginosa caída del precio internacional de la hoja de coca que se ha producido en los últimos meses. A pesar de la zozobra que esto ha causado entre la población cocalera, la caída del precio ofrece por primera vez la posibilidad de sustituir los cultivos de coca por cultivos alternativos rentables.
La caída de los precios de la coca en los países productores ha generado malestar social en zonas típicamente cocaleras como el valle del Alto Huallaga en Perú y el valle de Chapare en Bolivia, donde miles de familias campesinas viven del cultivo de la hoja de coca (ver servicio 157/95). En los últimos meses, los pobladores del Alto Huallaga organizaron huelgas a fin de exigir al gobierno medidas de emergencia para incrementar los recursos de la región. Y en Bolivia, los cocaleros de Chapare protagonizaron marchas de protesta hacia La Paz para reclamar un cambio en la política que llevó a la caída de los precios.
La caída de los precios ha sido tan espectacular que la gama de productos más rentables que la coca se ha incrementado significativamente. En el pasado octubre, el precio del kilo de pasta básica de cocaína en el Alto Huallaga bajó de 600 dólares a 150. Entre tanto, el precio de la arroba de coca -equivalente a 11,5 Kg- bajó en los últimos meses de 60-80 dólares a 2-4. Frente a estos precios, otros cultivos como el cacao, el café, el ananá y el achiote -una hierba utilizada como colorante y condimento- resultan significativamente más rentables, aunque no pueden igualar las ganancias que antes proporcionaba la coca.
¿A qué se debe el vertiginoso descenso del precio de la coca? Las razones son sobre todo coyunturales, pero podrían convertirse en permanentes si se aprovechan con rapidez e inteligencia. Una de las causas es la caída de los carteles de Medellín y Cali, y la guerra que enfrenta a los «mini-barones» de Colombia, que han llevado a una sensible disminución de la demanda de hoja de coca.
Otro factor importante ha sido la reorganización de la lucha antidroga en Perú, que se ha centrado sobre todo en dos puntos críticos: el ataque directo a las cabezas de los carteles de la droga locales y el golpe al transporte aéreo utilizado para trasladar la mercancía a Colombia, Brasil o México. Esto último ha sido posible gracias a la intervención de la Fuerza Aérea del Perú y a los radares y aviones Awac proporcionados por Estados Unidos. Según algunos analistas, este éxito demuestra la viabilidad de la política antidroga del presidente Alberto Fujimori, que es similar a la aplicada contra el terrorismo: en vez de combatir los múltiples tentáculos, mejor concentrarse en combatir las cúpulas y los medios que comunican la cabeza con las bases.
Sin embargo, el punto débil sigue siendo el lado social del problema. Miles de familias campesinas de la región cocalera -más de 200.000 en Perú- se han empobrecido repentinamente, y ni Perú ni Bolivia poseen los recursos económicos suficientes para desarrollar programas sustitutivos globales y rápidos. Incluso en el valle de Chapare, donde Estados Unidos ha invertido mucho dinero en infraestructuras, el descontento social sigue vigente, pues los cocaleros pretenden mantener el nivel de vida que les daba el narcotráfico y que el Estado no puede proporcionar.
Para que el mercado favorezca los cultivos alternativos, es importante la acción coordinada de los gobiernos de los países de la región. Según Fujimori, el problema del narcotráfico sólo se resolverá si los grandes países exportadores como Colombia y sobre todo México combaten eficazmente los carteles de la droga. Pero el precio de la coca seguirá bajo si los países consumidores, especialmente Estados Unidos, hacen un esfuerzo sostenido por disminuir el consumo.
Alejandro Bermúdez