El juez francés Antoine Garapon, actual secretario general del Instituto de altos estudios sobre Justicia, explica en una entrevista en L’Express (15-II-96) la razón del creciente protagonismo de los jueces.
– Cambiando una perspectiva habitual, usted explica que la novedad no es tanto el mayor poder de los jueces como el aumento de demandas que lo han provocado.
– Los jueces han descubierto su nueva potencia más de lo que esperaban, pues el movimiento se ha realizado por defecto: se les pide hoy que aseguren las relaciones políticas, comerciales, administrativas y familiares, que dependían antes del Estado o de los usos morales. Ahí reside la principal novedad. Cuando era el brazo secular del Estado y de las costumbres, la justicia se limitaba a hacer volver al buen camino a los que se desviaban: su papel era periférico y secundario. Hoy, al contrario, se espera que sea el árbitro de todos en todos los campos, y que defina caso por caso una moral para una sociedad que dispone cada vez de menos puntos de referencia comunes. (…)
– ¿Por qué los jueces son una excepción en el debilitamiento de las instituciones y tradiciones?
– Esta es la principal paradoja: el juez es agente de ese proceso de desintegración de la sociedad y de sus valores y, a la vez, es el medio para combatirlo. En nombre de la ideología de los derechos del hombre, las personas vienen a pedir al juez que les libere de la influencia de otros hombres. Se enfrenta así a padres e hijos, a esposos, a hombres y mujeres, a pacientes y médicos, etc. Todas estas relaciones organizadas por la tradición o por las jerarquías sociales han sido deshechas progresivamente con la ayuda activa del juez. Pero, a la vez, se pide a ese juez que repare lo que él mismo ha contribuido a deshacer, pues se le hace desempeñar el papel de padre sustituto, tutor, jefe temporal de empresa, árbitro, mediador, terapeuta e incluso político. Así, el papel de lo jurídico cambia profundamente: mientras que el derecho era individualista en una sociedad fuertemente jerarquizada, tal vez deberá ser solidario en una sociedad de individuos. La justicia ha de buscar la distancia justa que permita a la gente convivir. (…)
En todo esto encuentro más inconvenientes que ventajas. Al hacer de lo judicial el último lenguaje común de una sociedad y la única medida del deber de cada cual, se descuidan las otras formas de responsabilidad: civil, política, moral, profesional. Al analizar cualquier relación humana sólo mediante el lenguaje binario y tosco de la víctima y el agresor, corremos el peligro de penalizar esas relaciones.
– ¿Se sienten los jueces verdaderamente victoriosos?
– El aumento de poder [de los jueces] ha ido de la mano de los medios de comunicación. Es la alianza infernal de los medios de comunicación y la justicia, que se refuerzan mutuamente. Pero los jueces comienzan a percatarse de que esa alianza podría destruir lo propiamente jurídico. El peligro populista sobre el que se ha insistido hasta ahora -la aparición de un juez todopoderoso que pretende encarnar los deseos de la opinión pública- parece muy limitado en Francia, salvo excepciones anecdóticas.
El verdadero peligro para la justicia reside más bien en la ilusión de la democracia directa, en la que ciertos medios de comunicación pretenden sustituir el trabajo de la justicia con métodos para conseguir una verdad más cierta que la verdad de los procesos legales. Así, muchos artículos de prensa resultan tan aburridos como los atestados de la policía, que transcriben a veces literalmente. Este traspaso de la justicia hacia los medios de comunicación es muy peligroso, pues la verdad judicial no es revelada, sino de naturaleza convencional. Consideremos la presunción de inocencia: incluso cuando un criminal es detenido en flagrante delito, se establece el procedimiento como si fuese inocente. Pues se sabe por experiencia que es una garantía. Al interferir cada vez más en la instrucción de los casos, los medios de comunicación olvidan que el tiempo fuerte de la justicia es el proceso mismo.
– Pero algunos casos (…) tampoco habrían salido a la luz sin la prensa…
– Sí, son ejemplos perfectos de los problemas actuales. ¡Estoy personalmente en contra del secreto de la instrucción! Es inaplicable, no es respetado y, por otra parte, si se respetase demasiado, la justicia se arriesgaría a ser buscada no por su trasparencia sino por su capacidad de guardar secretos. Concretamente, creo que se ha de superar esta contradicción mediante la reforma del procedimiento penal, que debe prever diversos tiempos en la instrucción: momentos en los que todo estaría a disposición del público, y por tanto de la prensa, y momentos propios del trabajo judicial. La prensa y la justicia, que contribuyen a fortalecer la democracia, deben comprender que persiguen objetivos distintos y que todo el mundo no puede hacer todo al mismo tiempo.