Contrapunto
Aunque a veces se tiene la idea de que el elefante en África está en riesgo de extinción, en algunas zonas el problema es más bien el contrario. Así ocurre en el Parque Nacional Kruger, de Sudáfrica: como sólo puede soportar una población de 7.500 elefantes, hay que organizar cada año la caza controlada de 600 ejemplares. Pero la sensibilidad moderna sufre cuando llega el momento de hacer esta entresaca, vista como una carnicería.
Así que se empezó a experimentar otro sistema de control de la población de elefantes. En vez de cacerías, métodos anticonceptivos modernos a través de implantes de estrógenos. La «píldora» al alcance de los elefantes. Una solución científica y más «humana», se dijo entonces. Como en todo programa de control de población que se precie, también en este caso estaba detrás un organismo norteamericano, la Humane Society. Su vicepresidente, John W. Grandy, aseguraba que este programa pionero «promete una solución humana a los conflictos entre hombres y animales salvajes en el mundo».
La «píldora» dio resultado, y ninguna de las hembras tratadas concibió. Pero esta intromisión antinatural en nombre de la defensa de la naturaleza ha tenido efectos secundarios inesperados. En una sociedad de elefantes sin métodos anticonceptivos modernos, las hembras están disponibles para tener relaciones sexuales sólo dos días cada cuatro meses. En cambio, los anticonceptivos hicieron que las hembras dieran la impresión de estar permanentemente en celo. Y los elefantes machos -con una reacción demasiado «humana»- demostraron no estar preparados para este nuevo estilo de vida de amor libre sin paternidad. Así que se dedicaron a acosar de continuo a las hembras. En algunos casos, los machos separaron a las hembras de sus retoños. De modo que elefantes jóvenes nacidos antes del experimento han quedado desatendidos por la distracción de sus madres.
Ante tal desastre social, el experimento se ha interrumpido, según informa New Scientist. Los adversarios del programa han vuelto a la carga, diciendo que es costoso y basado en razones sentimentales. El método de control tradicional, que utiliza el rifle en vez de las hormonas, no sólo es más barato, sino que además permite que la población local se alimente con la carne de las piezas abatidas.
Con un método u otro, el hombre siempre ha procurado controlar la fecundidad de los animales que le resultan útiles. Lo discutible es la manía actual de buscar soluciones «humanas» a problemas de los animales. Decidir que es preferible que no nazcan, en vez de vivir durante unos años antes de ser cazados, ¿no es también muestra de una visión antropocéntrica ajena al mundo animal? En cualquier caso, aunque se siga experimentando con las hormonas, habrá que afinar más. O dar alguna clase de educación sexual a los elefantes.
Juan Domínguez