Contrapunto
En el país se extiende un clima cada vez más contrario a los inmigrantes. La policía, alertada por denuncias de la población, hace redadas para detener a los clandestinos. En una sola ciudad, al menos diez extranjeros murieron el año pasado en ataques de signo xenófobo. Se producen manifestaciones al grito de «¡Inmigrantes fuera!». Según una reciente encuesta, el 45% de la población está a favor de limitar drásticamente la entrada de inmigrantes y otro 25% la prohibiría. No, este país no es ni Francia, ni Alemania, ni Italia. El escenario es la Sudáfrica de Nelson Mandela.
El país atraviesa dificultades económicas. El crecimiento es más lento de lo esperado y el cambio político no ha logrado proporcionar a todos casa, empleo, educación y sanidad. Aun así, Sudáfrica sigue siendo «el rico» del continente. Incluso en tiempos del apartheid, muchos africanos de países vecinos preferían entrar en Sudáfrica, donde al menos encontrarían trabajo. Entonces el gobierno vigilaba estrechamente las fronteras, y puso una valla electrificada en la divisoria con Mozambique. Estas medidas se suavizaron con el gobierno de Nelson Mandela, con lo cual la afluencia de inmigrantes ilegales aumentó.
Nadie puede saber cuántos son los clandestinos, pero la estimación más baja los cifra en al menos dos millones dentro de una población total de 37 millones. Un dato elocuente es que cada año la policía deporta más «sin papeles»: 200.000 en 1997. Otros tienen peor suerte. Así como los magrebíes que atraviesan clandestinamente el estrecho de Gibraltar en las frágiles pateras corren el peligro de ahogarse, entre los mozambiqueños que atraviesan el Kruger Park para entrar en Sudáfrica no pocos han sido comidos por los leones.
Podría pensarse que, tras haber sufrido tan duramente la segregación racial, la gran mayoría de la población rechazaría toda discriminación por motivos étnicos. Pero la vida es más compleja. Según opiniones que recoge el International Herald Tribune (20-X-98), muchos sudafricanos -también entre los negros- ven a sus vecinos del Norte como pobres patanes, que «no son como nosotros». La encuesta citada revela que el 80% de los sudafricanos tienen poco o ningún contacto con inmigrantes. Puestos a elegir, tanto los blancos como los negros prefieren a los inmigrantes procedentes de Europa o Norteamérica a los africanos. Cuanto más oscura tengan la piel, peor son vistos los inmigrantes. En un informe publicado este año, la organización Human Rights Watch denunciaba los abusos y las extorsiones a que la policía somete a los inmigrantes, tanto legales como ilegales.
El gobierno de Nelson Mandela se encuentra en un dilema. Por una parte, no debería olvidar que, durante la lucha contra el apartheid muchos países africanos abrieron sus puertas a los exiliados y refugiados del Congreso Nacional Africano, lo que les valió las represalias económicas del régimen de Pretoria. Por otra, la hostilidad de la población contra los inmigrantes no se puede ignorar. Los estereotipos sobre los inmigrantes son los mismos que en otras latitudes: quitan trabajo a los nacionales, son caldo de cultivo de la criminalidad, tienen costumbres distintas. Los prejuicios xenófobos no conocen fronteras, al margen del color de la piel.
El asunto tiene que ver más con la pobreza y con la desconfianza frente al extranjero que con la raza. Por eso el país que abolió el apartheid prefiere ahora no mezclarse con sus vecinos más pobres.
Ignacio Aréchaga