Monseñor Antonio Arregui, obispo auxiliar de Quito, habla de la situación de los indígenas ecuatorianos, en una entrevista concedida a Palabra (Madrid, enero de 1993).
–¿Cómo están considerados los indígenas por el resto de la población?
–El indígena es objeto de una verdadera marginación cultural y socio-económica, pero no pocos han surgido de ese ambiente y se han labrado una cultura. No obstante en proporción con los demás, son una minoría. En la cultura mestiza, en la que se encuadra la mayoría de la población ecuatoriana, existe un menosprecio a los indígenas. Se les presenta como gente pasiva (no se espera nada de ellos, ninguna iniciativa), sucios, ignorantes…
–¿Se puede hablar de explotación?
–Hay interpretaciones ideologizadas que insisten en presentarles como seres explotados. Pero ya no hay tal explotación. En el pasado recibieron unas tierras marginales para cultivarlas, pero lo cierto es que sus condiciones laborales son como las de los demás. Ya no existe estructura feudal, no se les explota, aunque tampoco tienen capacidad de acceder a los puestos de trabajo de una economía en progreso. Siguen con trabajos de tipo manual, como cargadores, obreros…
–Para algunos, vivir en tales condiciones podría justificar la violencia.
–El hecho de que no haya explotación, sino marginación, cambia algo las cosas. Para solucionar la explotación se puede justificar la resistencia activa y pasiva. En cambio, para superar las marginaciones, lo que se necesita es la solidaridad del resto de la gente. La calidad moral de la sociedad ecuatoriana debe hacerse eco de este respeto que merecen, y tratarles con dignidad. Una de las peticiones más exigentes de los indígenas es que se les trate con dignidad.
–No han faltado casos de enfrentamientos violentos.
–Los indígenas vienen realizando manifestaciones pacíficas en reclamación de sus derechos, aunque tampoco faltan otros que invaden haciendas o que obstaculizan el tránsito en las carreteras provocando el desabastecimiento de los mercados. Éstos obedecen a algunos dirigentes indigenistas, formados en universidades de influencia marxista, que piensan que la única salida es la violencia.
–¿Qué corrientes se distinguen actualmente dentro del movimiento indígena?
–Es heterogéneo. Existen muchas fuentes inspiradoras: por un lado, hay comunidades de evangélicos. Son protestantes sectarios, que se meten corporativamente en política. Otros se mueven por lo que se respira en las universidades ecuatorianas y cenáculos europeos, donde con frecuencia no se entiende de nada y se tiene solución para todo. Piensan que saben todo.
En algunos estratos, está implantada la teoría marxista de la liberación. La caída del Muro y los demás hechos posteriores no les han causado mayor desencanto. Consideran válidas las tesis marxistas, fomentan las diferencias, piensan que la masa tiene patrimonio del futuro. Siguen repitiendo estas ideas con coartadas. Dicen que América no es Europa y que aquí sí puede triunfar el marxismo. Son un grupo impenitente, pero minúsculo. Lo cierto es que, cuando uno se ha comprometido a fondo con una ideología, cuesta mucho cambiar, aunque la evidencia esté en contra.
De todos modos, hay que tener en cuenta que estas influencias se dan en un estrato pequeño de dirigentes. El pueblo indígena, por su parte, está despertando para pedir sus derechos, pero sin violencia.
–¿Cuál es la posición de los pueblos indígenas respecto a la Iglesia católica?
–En el aspecto religioso, guardan una confianza total hacia la Iglesia, a pesar de que ha habido mucha leyenda negra. Hay que tener en cuenta que, en el pasado, hubo un movimiento literario que defenestró al cura evangelizador, presentándole siempre de la mano del encomendero y de los dominadores de los indígenas.
Ven a la Iglesia como la única institución que les ha arropado. Están con su Iglesia, sus monjitas, sus curas, sus obispos. Cuando se les visita es conmovedor ver cómo nos acogen, cómo nos ofrecen todo lo que tienen, con una generosidad espectacular.
Otra cosa diferente son los dirigentes de los movimientos indigenistas, que sitúan a la Iglesia entre los explotadores del pueblo.
–¿Cómo se preocupa la Iglesia por los indígenas?
–En la última década, la Iglesia ha hecho esfuerzos ímprobos para la capacitación civil: construcción de hospitales, enseñanza… También se ha promovido el acceso legal de los indígenas a la tierra, mediante el Fondo «Populorum Progressio», que ha realizado una labor excepcional en el altiplano. Esta iniciativa de la Conferencia Episcopal consistió en el préstamo de dinero a los indígenas, con el fin de que pudiesen adquirir legalmente sus propias tierras para después cultivarlas y poder ganarse la vida de un modo honrado.
–El indigenismo, en todas partes, aparece siempre muy ligado a la tierra…
–En Brasil se llegó a extender un movimiento de «teología de la tierra». Pero es ambiguo. Su planteamiento parte de la base de que el indígena está unido a la tierra y ésta es esencial a su cultura. Sin embargo, los bávaros de Alemania, por ejemplo, también estaban vinculados a sus tierras el siglo pasado y parecía que no podrían sobrevivir sin tierra. Eso, después se ha visto, no ha sido así. Y de hecho la situación aquí también ha cambiado, empezando por las divinidades indígenas de la tierra, que «desembocaron» en Cristo, lo que significó un gran golpe a esos planteamientos.
No se ve por qué los indígenas no pueden trabajar en otros campos. En algunos casos han destacado en ámbitos como la literatura, el arte o la pintura. No responde a la realidad la exigencia de tierra para poder sobrevivir. Es cierto que muchos no saben hacer otra cosa, pero es necesario mirar con perspectiva, más allá.
Para eso es preciso trabajar en el campo de la educación formal e informal (más importante tal vez ésta), y se necesita también involucrarles a ellos en su propio progreso para evitar paternalismos.